"El Ratón Pérez" de la dupla Cibrián Campoy-Mahler

SIEMPRE JUNTOS CIBRÍÁN Y MAHLER. EL MÚSICO DEBIÓ CONVENCER A PEPITO DE TRABAJAR PARA CHICOS.

Una historia de amor y crecimiento

Cinco años atrás Angel Mahler debió trabajar un poco para convencer a su socio creador Pepito Cibrián de encarar el primer musical para chicos de la dupla. Algo reacio al principio, Pepito accedió y el resultado fue El ratón Pérez, una obra que puede verse nuevamente hoy en el Teatro Astral, con algunas reformulaciones y mejoras en la tecnología. "Yo lo convencí a Pepito -recuerda Angel Mahler-, como tengo dos hijos, siempre me gustaron las cosas para chicos hechas con el nivel y calidad de cosas realizadas para grandes".

Ambos eligieron al personaje antes de que se filmara la película argentina que lo tiene por protagonista, "El personaje se conoció a partir de ese musical", asegura Mahler. El fue el encargado de componer la música y Cibrián estuvo a cargo de las letras, los libros y la dirección.

Además de llevar el sello de la dupla hacedora de inolvidables musicales, esta versión plantea una historia diferente. "Acá el Ratón Pérez pierde su propio diente y como él se pasa toda su vida premiando a los niños por sus pérdidas, ahora busca a alguien que lo premie a él", resume Mahler.

Todo comienza cuando los padres se reúnen preocupados porque el siempre solícito y contenedor Ratón Pérez dejó de cumplir su misión y no aparece por ningún lado. Es que el ratón se ha embarcado en una búsqueda que lo llevará a vivir una serie de aventuras. En el camino se irá encontrando con numerosos personajes escritos especialmente para el musical como El capitán Tuerto, Rapito, otro ratoncito, Lunático, que es un científico que experimenta con ratones, la bruja Brújula y "un hada que le hace ver dónde está el afecto de los chicos".

Porque lo que El ratón Pérez descubrirá al cabo de todas esas dificultades es que el premio más grande es el amor de los chicos.

"En el musical hay mucho color, mucho despliegue visual como en todos nuestros trabajos -asegura Mahler-, además, es muy tierno lo que hace Nacho Medina que interpreta a Pérez", personaje con el que los chicos se fascinan. Aunque según Mahler de la obra pueden disfrutar tanto chicos (desde los tres años) como los adultos.

"Es para chicos por la duración 70 minutos y porque tiene un léxico un poco más sencillo -explica el compositor-, pero el contenido también puede emocionar a un grande, yo me emociono con todas las cosas que tengan un contenido interesante". Una de las diferencias con la puesta del 2005 es que esta vez se sumó un relator, Luis Otero, que tiene algunas intervenciones, ayudando a los chicos a seguir mejor el hilo del argumento. Otra diferencia es que la escenografía digital, superpuesta a la escenografía real, con imágenes proyectadas está más actualizada.

La música incluye distintos ritmos que van desde baladas melancólicas, hasta un pegadizo hip hop, pasando por canciones de cabaret y un carnaval. Así la dupla Cibrián Campoy-Mahler se proponen a contar una historia de transformación y crecimiento.«

De chico a Enrique Pinti lo llevaban a ver los títeres de un Vittorio Podrecca. "Era un tinglado enorme -recuerda- y los cuadros eran el Carnaval de Venecia con góndolas y uno se iba enterando del mundo, de la musica clásica". Entre los 6 y los 10 se hizo fanático de las radionovelas. "Los elencos iban de gira por los teatros de barrio -cuenta-. Yo siempre tenía la fila dos punta de banco". A los 10 empezó a entender que "era medio chatarra eso" y pasó a ver las zarsuelas y a las operetas vienesas que le encantaban a su papá. "Creo que de ahí viene mi afición por la comedia musical", asegura.

Información

"El Ratón Pérez" se puede ver en el teatro Astral, Corrientes 1639, los sábados y domingos a las 16. Valor de la entrada: $60 y $80.

Fuente: Clarín

Corrientes respira Miller

Tres pueden no ser multitud. Carola Reyna, Oscar Martínez y Eleonora Wexler conforman un conflictivo triángulo en El descenso del monte Morgan

El descenso del monte Morgan

Este sábado se estrenará la segunda obra del gran dramaturgo norteamericano en esta temporada porteña

Por Susana Freire
Para LA NACION

Los amantes del buen teatro están de parabienes. En la avenida Corrientes, las marquesinas del Apolo y del Metropolitan anuncian dos obras de Arthur Miller. Frente a Todos eran mis hijos, este sábado subirá a escena El descenso del m onte Morgan (1991), obra no estrenada en nuestro país. El texto pertenece a la producción tardía del autor, después de un paréntesis de casi 25 años desde El precio (1967) y anterior a Cristales rotos , estrenada en nuestro país en 1995. El descenso del monte Morgan cuenta con la actuación de Carola Reyna, Eleonora Wexler y Oscar Martínez, secundados por Ernesto Claudio, Malena Figó y Gabriela Ferrero, con dirección de Daniel Veronese y producción general de Pablo Kompel y Sebastián Blutrach. A su vez, El precio sería reestrenada en 2011, con producción de Alejandro Romay.

En esta pieza, el dramaturgo aborda un caso de bigamia con un estilo que se aleja del realismo para mezclar los recuerdos, sueños y fantasías del protagonista, Lyman Felt. Una vez más, como pasó con Joe Keller ( Todos eran mis hijos ), Miller nos presenta, en tono de comedia, a un personaje que busca su beneficio sin medir las consecuencias de sus actos ni preocuparse por los sentimientos de los demás. Un ejemplo de gran egoísmo: "Pensé que me iba a divorciar de Theo más adelante. Pero cuando las tuve a las dos todo se acomodó tan naturalmente que después de un tiempo no me pareció imposible...", dice el protagonista.

Arthur Miller (1915-2005) es el autor de obras emblemáticas como La muerte de un viajante y Las brujas de Salem , y ganador en dos ocasiones del premio Pulitzer. Considerado uno de los mejores dramaturgos del siglo XX, junto a Eugene O´Neill y Tennessee Williams, llevó a los escenarios el conflicto del ser humano y el espíritu crítico, denunció la deshumanización norteamericana, se acercó al marxismo para después criticarlo, se opuso activamente a la "caza de brujas" del senador McCarthy y denunció la intervención de América del Norte en Corea y Vietnam. Su nombre fue sinónimo de audacia y de ruptura, tanto temática como estructural.

La década de 1940 fue muy importante para Miller porque se pudo afirmar como escritor. Debutó en Broadway con El hombre que tuvo toda la suerte del mundo , una comedia de escaso éxito comercial, pero que le proporcionó el Theatre Guild Award en 1944, Sin embargo, fue una novela, Focus (1945), un alegato contra el antisemitismo, la que le reportó su primer éxito.

Influido por Ibsen, Miller mostró su preocupación por la sociedad que lo rodeaba y su problemática en Todos eran mis hijos (1947), donde criticó a los empresarios que se beneficiaron con la guerra. La obra obtuvo el Premio de la Crítica de Nueva York en 1948, inscribió al autor dentro del realismo social norteamericano de su tiempo y supuso su espaldarazo definitivo.

En éstos, sus primeros títulos, se entrevé ya lo que sería el elemento fundamental de toda su obra: la crítica acerba a todos aquellos valores de carácter conservador asentados en la sociedad norteamericana. Dos años después llegaría su mayor triunfo con una denuncia del carácter ilusorio del sueño americano: La muerte de un viajante (1949), obra por la que obtuvo el Pulitzer de Teatro y, de nuevo, el Premio de la Crítica de Nueva York, y que a menudo se cita entre las mejores del teatro contemporáneo.

Arthur Miller sufrió en carne propia los embates del senador McCarthy. Su obra Las brujas de Salem (1953), un alegato contra la intolerancia y el puritanismo ambientado en 1692, era en realidad una denuncia contra las investigaciones que desde 1946 llevaba a cabo el denominado Comité de Actividades Antiamericanas, dirigido por Joseph McCarthy, quien había sido investido con la facultad de averiguar la filiación política de los ciudadanos, con el fin de extirpar del país a los "antiamericanos" y comunistas. En 1956 Miller compareció ante el comité, que lo condenó por desacato al no querer delatar a los miembros de un círculo literario sospechosos de actividades comunistas. Miller apeló la sentencia y finalmente fue absuelto.

En 1955 estrenó Panorama desde el puente , pieza en la que el autor reproducía el tema de la llegada de inmigrantes a los Estados Unidos y por la que obtendría el segundo Pulitzer. En esos años Miller se mantuvo alejado de los escenarios y no volvió a estrenar hasta 1964, cuando presentó Después de la caída (1964), un texto autobiográfico durísimo en el que narraba su relación con Marilyn Monroe. Luego escribió Incidente en Vichy (1964), El precio (1968) -quizá su último éxito popular-, La creación del mundo (1972), En el paraíso (1974), La colcha de Marta (1977), El arzobispo (1977), El descenso del monte Morgan (1991) y Cristales rotos (1994).

Lyman (Oscar Martínez) es un agente de seguros que resultó ser un bígamo que mantiene dos familias. Perdido en su propio narcisismo, es rico, ambicioso, egoísta y demasiado temeroso de su propia muerte como para preocuparse por las repercusiones de sus actos o las emociones de aquellos que dice amar. Su peor pesadilla se materializa cuando es hospitalizado luego de un accidente casi fatal al desbarrancar del camino helado del monte Morgan. Allí se derrumba su gran mentira al enfrentarse sus dos mujeres (Carola Reyna y Eleonora Wexler). Sin mostrar un mínimo de arrepentimiento, Lyman se niega a aceptar responsabilidades y fundamenta su bigamia alegando que sus familias tuvieron una vida mucho mejor y feliz que la que hubieran tenido sin él. Finalmente, son las dos mujeres las que deben decidir si seguirán viviendo o no en un matrimonio que, aunque feliz, estuvo basado en la mentira.

PARA AGENDAR

El descenso del monte Morgan , dirigida por Daniel Veronese.

Metropolitan , Corrientes 1343. Miércoles, jueves y domingos, a las 20; viernes, a las 20.30, y sábados, a las 20 y a las 22. Desde 80 pesos.

Fuente: La Nación

Maricel Alvarez: Blanda como la arcilla

ENTREVISTA

Aunque Maricel Alvarez sea una actriz de carácter, maleable como la arcilla se entregó al director Alejandro Iñárritu en su primer papel cinematográfico como protagonista, junto a Javier Bardem. Esa confianza que depositó en quien la eligió para su película Biutiful, que se estrena la próxima semana en el Festival de Cannes, le permitió atravesar un personaje complejo y doliente y también le da la tranquilidad necesaria para enfrentar la alfombra roja sin alarma.

Por Federico Sierra
Imagen: Constanza Niscovolos

Ante la mirada inmóvil de un enorme ciervo disecado en el medio de la sala, Maricel Alvarez se prepara para viajar al Festival de Cannes, donde se estrenará Biutiful, el último film de Alejandro Iñárritu, que coprotagoniza junto a Javier Bardem. Su tono es afable, sin alarmas. Pero tanta calma ya genera suspicacias en su entorno. Incluso su madre llamó para preguntarle “con qué se iba a medicar” cuando deba afrontar a la prensa internacional en la alfombra roja de Cannes. Maricel se ríe de la ocurrencia: claro que no tomará nada. “Me preparé como creo que corresponde hacerlo: con mucha tranquilidad y un hermoso vestido diseñado por Martín Churba.”

Tal como la dupla que formaron durante muchos años la artista performática yugoslava Marina Abramovic con su pareja Ulay, Maricel ha recorrido un largo camino experimentando distintos lenguajes teatrales junto a su pareja, Emilio García Wehbi. Antes de su reciente experiencia en manos del magistral Alejandro González Iñárritu, su nombre ya era bien conocido en la escena independiente local, por sus experimentos intensos con el teatro. Allí indagó en las grietas del lenguaje teatral y los espacios que lo separan de otras artes visuales. Junto a Wehbi, funcionan como pareja artístico-amorosa que comparte, según palabras de Maricel, “además de un proyecto de vida, una búsqueda ética y estética”, que marcó fuertes apuestas en la experimentación de las artes escénicas de la última década.

¿Cómo pudiste combinar toda esa experiencia previa con una película de la gran industria como es Biutiful?

–Son universos distintos, hay que encontrar aquellos lugares que tienen en común. Creo que pude acercar esa experiencia a la película. Y esto lo digo humildemente, yo me acerqué como soy: con mi historia, mi recorrido artístico, mi cultura y mi idiosincrasia. Quise presentarme ante ellos tal como soy, no traté de adaptarme a priori ni transformarme para encajar dentro de una maquinaria. Lo que yo traje previo al rodaje podía servir siempre que esté al servicio de lo que el director quisiera usar para contar su historia.

¿Cómo fue el vínculo con Iñárritu?

–Al llegar le explicité: “Soy arcilla en tus manos y estoy a tu absoluta disposición”. El no hizo abuso de esto, todo lo contrario, lo tomó y lo supo aprovechar para guiarme y ayudarme a llevar esto adelante. Sé que en todos los ámbitos hay maestros y directores que pueden hacer abuso de esa relación, hay gente que no comprende la calidad de ese rol, y abusa del poder que ese rol otorga. Es importante y bello guiar a una persona, los que entienden esto trabajan con grandes dosis de humanidad y generosidad. Es de esos vínculos que salen los mejores trabajos.

¿Cómo crees que te veían ellos?

–Ellos estaban contentos y muy sorprendidos conmigo. No esperaban encontrar en la Argentina, en una actriz totalmente desconocida para el publico masivo, que había limitado su experiencia al campo del teatro experimental o independiente, a la intérprete para ese papel.

Y de parte tuya la sorpresa también habrá sido fuerte.

–Yo también estaba asombrada y sorprendida y deseaba fervientemente que ellos no se hubieran equivocado (se ríe). Ese era mi mayor temor: estar a la altura de las circunstancias, no porque no pueda estarlo, sino que hubiese fricción entre nuestras diferentes formaciones, realidades y maneras de ver el mundo. Encontramos un punto en común para sacar afuera lo mejor del otro. Fue una experiencia gratificante y de mucho aprendizaje, sobre todo en términos técnicos. Eran jornadas largas, agotadoras: cada una de ellas era explotada al máximo.

Tenés poca experiencia en cine y muchísima en teatro, dos lenguajes muy diferentes.

–Son lenguajes y espacios muy diferentes. Las herramientas a las que apelar son distintas. Pero Iñárritu decidió filmar esta película en términos cronológicos. Había un armado cronológico del plan de rodaje, y fue un viaje similar al que uno hace cuando prepara un espectáculo teatral: empieza por las primeras escenas y va avanzando hasta llegar al final. Además, prácticamente no filmó en estudio, sino que en su mayoría fueron en sets reales. Esto ayudó mucho, el actor así no debe enfrentarse al cartón pintado y hay algo del objeto real que remite a una emoción y un estado más contundente y concreto. Por último, Alejandro filma infinita cantidad de tomas, no tiene ningún reparo en pedirte lo mismo una y otra vez, y yo no puedo más que agradecer eso. Para mí cada toma era un ensayo. A la toma quince uno ya tenía un ensayo hecho. Así, entrábamos en un estado profundo, que nos dejaba totalmente expuestos y entregados a cada escena. Estos tres puntos fueron decisiones del propio director con las que yo estaba feliz. Del cansancio de hacer muchas tomas uno se recupera, de lo que no te recuperás nunca es de una mala toma.

¿Cómo decidiste abordar el gran dolor que atraviesa a esta mujer de Biutiful?

–El personaje es complejo, pasa por toda una serie de estados diferentes. Y esa gimnasia, el poder entrar y salir de esos estados, es lo que llevó más trabajo. Pero una vez encontrado el tono y el gesto, hay algo muy íntimo de ella. Eso surge cuando el actor entiende y a partir de ahí hay que ir profundizando. El vínculo entre director y actor es complejo: hay que confiar y entregarse al otro, no defenderse, ni ser autorreferido ni vanidoso. Alejandro te dice: “Vamos por este camino, que puede ser difícil, oscuro, pero yo te acompaño”. Y eso no lo dice superficialmente. Iñárritu es un hombre que no te larga la mano, él se compromete contigo, te acompaña, te orienta conceptualmente. Agota las dudas, contiene tus temores, en ese sentido vale decir que “se ensucia”: porque el trabajo del actor es también es un trabajo muy sucio.

Y vos contabas con una vasta trayectoria en personajes atravesados por el dolor.

–Bueno, hay en los personajes de Iñárritu esta capacidad de sentir el dolor en carne viva y expresarlo maravillosamente. está en sus películas: evidenciar el dolor y narrarlo. Eso está muy presente en Biutiful también. Sin dudas, tener a Javier Bardem de compañero fue de lujo. Ya nomás con lo bien que él hacía su trabajo no sabés todo lo que me ayudó a mí. Si además es buena gente y se preocupa por sus compañeros, eso es un plus enorme que facilitó mucho las cosas.

¿El viaje que realiza la protagonista de Dolor exquisito (obra de Sophie Calle, protagonizada por M. A. y con dirección de Emilio García Wehbi) anticipó de alguna manera el viaje que luego debiste hacer para filmar Biutiful?

–Esa es una analogía muy linda (sonríe). Sophie Calle estaría encantada con eso, ella entiende e insiste en que la vida y el arte están siempre relacionados, en un juego continuo.

Te imagino escribiendo largas cartas y mails a Emilio.

–Sí, por un lado incrementó muchísimo nuestra relación epistolar: nos escribimos muchísimo, como nunca antes en los once años que estamos juntos. También nos reíamos y veíamos las analogías entre nuestra situación y aquella que ficcionalizábamos en Dolor exquisito, que a su vez también es una historia verídica que vivió Sophie Calle (se ríe). Creo que lo único que tenía prohibido Emilio era dejarme. Era lo único que no íbamos a permitir para que el proyecto no quede como un maleficio sino como una bendición en nuestras vidas.

¿Cannes era un lugar en tu mente donde soñabas estrenar la película?

–No, ni remotamente. Me alegra mucho que Alejandro haya decidido estrenarla en un marco como éste, un festival muy prestigioso. Es una película dura, difícil, una obra cruda y arriesgada. Cannes es un marco fantástico para esto, un lugar muy adecuado.

¿Esta vez viajás acompañada de Emilio?

–Sí (suspira). Claro que sí, necesito que me ayude, que me acompañe y me baje a tierra. Nadie es infalible de caer en el temor y la inseguridad. Todo lo que allí sucede aparentemente es muy conmovedor y es hermoso ir con alguien como él. Necesito que mi compañero esté allí conmigo. (Piensa) Tengo la fantasía de que allí todo está al servicio de “lo otro”, de aquello que está más allá y más lejos de uno: la fachada, las formalidades, el protocolo. ¡Es como ir a una cumbre de presidentes! (se ríe). Sólo que allí somos todos artistas, entonces me tiento y por momentos puede darme mucha risa.

Fuente: Página 12

La potencia dramática de un clásico

Ana María Picchio y Lito Cruz, al frente de un elenco brillante, conmueven y emocionan con sus trabajos

El director Claudio Tolcachir vuelve a sorprender por su minucioso trabajo con este elenco ejemplar

Todos eran mis hijos , de Arthur Miller. Intérpretes: Lito Cruz, Ana María Picchio, Esteban Meloni, Vanesa González, Federico D´ Elía, Carlos Bermejo, Adriana Ferrer, Diego Gentile y Marina Bellati. Escenografía: Mariana Tirante. Vestuario: Gabriela Pietranera. Luces: Omar Possemato. Música original: Federico Grinbank. Producción: Daniel Grinbank. Adaptación y dirección: Claudio Tolcachir. Duración: 90 minutos. En el Apolo.
Nuestra opinión: muy buena

Una vez más quedó demostrado que Todos eran mis hijos es una joya de la dramaturgia universal porque sigue manteniendo una estructura teatral que puede sostener el más riguroso análisis semiológico. Ni qué decir del argumento de la obra que reafirma su condición de drama ibseniano, como lo señaló la crítica en su estreno en Broadway en 1947. A partir de un conflicto familiar se llega a establecer las causas de una tragedia social. La finalización de la Segunda Guerra Mundial le dio a Miller la pauta para ubicar las acciones en un poblado en las afueras de una ciudad norteamericana (valen en cualquier tiempo y lugar), donde los habitantes hacen de las relaciones cotidianas un culto a la convivencia.

En ese clima vive la familia Keller cuyos integrantes, un matrimonio y un hijo, viven a la espera cotidiana de una noticia que confirme la supervivencia de otro hijo, aviador, desaparecido en la contienda bélica desde hace más de tres años. Lentamente, Miller va deshilvanando la tela de araña que se fue armando para preservar la salud psíquica y emocional de la madre, quien vive en una realidad distorsionada para no enfrentarse con la terrible verdad, sin anticipar que al llegar al núcleo del meollo las consecuencias pueden llevar a un personaje hacia un trágico desenlace.

Es la forma que tiene el autor de denunciar las debilidades y ambiciones humanas que tienen repercusiones sociales y, a su vez, es la manera de enfrentar al individuo con la obligación de hacerse responsable por los hechos privados que provocan perjuicios públicos.

Al mismo nivel

La producción convocó a un grupo de actores que, más allá de las diferencias generacionales y de experiencias, mostró una homogeneidad sorprendente que señala la diestra mano del director en la definición de los personajes, sin dejar de reconocer el aporte que debieron haber ofrecido tanto Lito Cruz, con una importante carga emotiva y una acertada composición corporal, como Ana María Picchio, con una elaboración muy contenida y a la vez convincente en su papel de madre que moviliza la compasión del espectador frente al drama y al dilema que padece esta mujer. Junto a ellos, Esteban Meloni, Vanesa González y Federico D´ Elía encaran este desafío con total solvencia y convicción, de igual manera que el resto del elenco donde cada uno define su personaje con claridad y elocuencia.

Por tratarse de una puesta realista, la escenografía estuvo al servicio de las acciones y sólo el vestuario y los peinados delatan la época de posguerra. La labor de Claudio Tolcachir sobresalió en la dirección de actores al permitir que cada intérprete expusiera con naturalidad la compleja personalidad de los personajes; al mismo tiempo pudo contener los desbordes emocionales que se presienten detrás de las palabras.

Resumiendo, un valioso reencuentro con un drama magistral.

Susana Freire

NOTORIA AUSENCIA

  • Es lamentable que en un programa de mano que refleja con gran despliegue y minuciosidad los antecedentes del elenco artístico y técnico y es muy generoso en materia publicitaria no haya brindado un espacio para la reseña de la obra y unas líneas para el autor, Arthur Miller. Ambos se lo merecen por sus valores y el público también.

Fuente: La Nación

La mujer prócer de la escena infantil

Actriz, directora y dramaturga, Perla Szuchmacher fue prócer del teatro para niños en México

Perla Szuchmacher comenzó con Ariel Bufano y Hugo Midón, además de trabajar en TV en el recordado Este es mi mundo

Por Juan Garff

La obra teatral de Perla Szuchmacher, la actriz y directora argentina fallecida esta semana en México, supo dirigirse al público infantil -y a los padres que lo suelen acompañar- con una feliz combinación de humor, sutileza y franqueza en el tratamiento de temáticas que muchos suponían vedadas para su representación frente a los niños.

Perla Szuchmacher tuvo buena cuna para las artes escénicas dedicadas a los chicos: después de una infancia de juegos teatrales, compartida con su hermano Rubén, en la que ofrecían abundante vestuario para la fantasía -los retazos de tela del taller de confección de sus padres-, estudió expresión corporal con Patricia Stokoe en la época dorada del Collegium Musicum, cuando se contaban entre sus pedagogos artistas de la talla de Violeta Gainza, Marga Grajer y María Teresa Corral. Y se formó como actriz en el Instituto de Teatro de la Universidad de Buenos Aires, dirigido -hasta La Noche de los Bastones Largos- por Oscar Fessler, de donde salió para formar parte del elenco de Los caprichos del invierno , en 1967, dirigida por Ariel Bufano.

Uno de sus compañeros de elenco en esa obra, también egresado del Instituto de Teatro de la UBA, fue Hugo Midón, quien la incluyó como actriz en su primer estreno, la mítica La vuelta manzana , en 1970. Pasó también por la televisión en la mejor compañía, como una de las animadoras, junto con la debutante Julieta Magaña, de Este es mi mundo , dirigida y producida por María Inés Andrés, entre 1974 y 1976.

El golpe militar significó el despido en el canal y poco después la salida del país, a México, con una valiosa experiencia a cuestas, pero sin la posibilidad inmediata de insertarla en una plaza que entonces tenía un escaso desarrollo en el teatro para chicos. Su primer abordaje fue la enseñanza de expresión corporal, recién en 1990 volvió plenamente al teatro, al formar con Larry Silberman, otro argentino radicado en México, el Grupo 55, al que se integró más tarde el escenógrafo Jorge Ferro.

Después de una etapa inicial de "importación" de textos teatrales de autores argentinos, como Manuel González Gil y Héctor Presa, comenzó a escribir sus propias obras, que tomaron desde el vamos un perfil de franqueza despojada de prejuicios para poner en escena los conflictos que viven los niños, tanto los propios de su edad como los que los afectan desde su entorno. El desempleo de los padres, los silencios incómodos que rodean algunas situaciones, las discriminaciones de género fueron algunas de las temáticas desplegadas por Perla Szuchmacher en una dramaturgia que alcanzó notable reconocimiento público en su patria adoptiva.

Recién en los últimos años, le llegó ese reconocimiento de su país de origen. En 2000, participó con Inútil presentarse sin cumplir los requisitos en el Festival del Mercosur en Córdoba y retornó a la Argentina en 2003 con una puesta en escena de Malas palabras para el primer Festival de Atina en Buenos Aires.

Esta visita sirvió ante todo para generar el encuentro con quienes habían seguido desarrollos similares en la Argentina y también en otras latitudes. A la par de la globalización del gran espectáculo, que sale en giras mundiales con shows multitudinarios y multimillonarios, se produjo una de directores y dramaturgos independientes que comenzaron a tejer una red internacional cada vez más consistente. Perla Szuchmacher fue parte de este movimiento, que tiene por otros interlocutores a la prestigiosa dramaturga Suzanne Lebeau, en Canadá; al director argentino Marcelo Díaz, primero en Alemania y en Suiza, y ahora en España; así como a la autora María Inés Falconi, en la Argentina, entre otros. Un ejemplo de esta interacción fructífera fue el taller sobre temas tabú en el teatro para niños dado por Szuchmacher en 2008 junto con el sueco Robert Sjöblom en Caracas para artistas teatrales de toda Iberoamérica, organizado desde Buenos Aires y financiado desde Escandinavia.

La premiada Malas palabras vivió así este año un reestreno de excelencia en Buenos Aires, dirigida por Héctor Presa. La obra toma una anécdota, la imposibilidad de sostener el secreto familiar en torno a la adopción de la hija a medida que ésta va creciendo, como marco para lanzar una hipótesis más general: las peores palabras son las que no se dicen, las silenciadas a partir del miedo. Perla Szuchmacher fue consecuente con esta concepción liberadora de la palabra.

Fuente: La Nación

“Es discutir un disparate”

OPINIONES DE LA GENTE DEL TEATRO GENERAL SAN MARTIN, ENTRE LA CRITICA Y LOS PRESUPUESTOS

El dramaturgo Mauricio Kartún, el actor Raúl Rizzo y Claudio Gallardou –actor y subdirector del Teatro Cervantes– dan su visión sobre el modo “alternativo” de financiar salas que deberían sostenerse con un presupuesto adecuado.

Por Karina Micheletto

Desde su doble condición de actor y subdirector de un teatro que funciona en la ciudad, el Cervantes (dependiente de la Nación), Claudio Gallardou justifica que se realice “cada tanto, como paliativo coyuntural”, aunque no como política sostenida, un evento de las características de la fiesta de cumpleaños de Andrés von Buch. “Cuando un teatro estatal, municipal o nacional, está tan recortado de presupuesto como el San Martín, que ha sufrido porque se derivaron las partidas mayores a terminar de construir el Colón, no veo mal que el teatro tenga la creatividad para obtener recursos con este tipo de eventos, sobre todo si se destinan los fondos a mejorar las producciones y las condiciones de los actores”, opina. “Por supuesto que me uno a la advertencia del Sindicato de Actores, y también me alerta la idea de que pueda transformarse en un ‘centro de convenciones’, como dicen desde allí. Si esto se transforma en una salida cotidiana, me parecería mal. Pero la necesidad es grande: el San Martín está en un momento crítico, porque el ministro de Cultura del Gobierno de la Ciudad genera recortes muy fuertes. Hasta hace poco no había tinta para las impresoras, hay problemas edilicios serios, en las últimas tormentas se inundó el escenario de las salas. Frente a esta situación, no veo mal lo que se hizo.”

–¿Aunque para eso haya que suspender funciones?

–No, porque a los actores se les pagó igual. Y 80.000 dólares es mucha plata para un teatro, viene muy bien en este contexto. Insisto en recalcar la diferencia: si esto se transforma en una política, no lo avalo. Si es una salida frente a una necesidad, me parece justificable. De hecho, nosotros alguna vez organizamos actividades de este tipo en el Cervantes: alquilamos el teatro a Francis Ford Coppola, un lunes y un martes, para filmar.

–Pero no levantaron funciones...

–Y tampoco estábamos en la crisis tremenda que vive el San Martín. Si tuviéramos problemas para pagar los sueldos, para producir espectáculos, imagino que consideraríamos una salida de este tipo. Repito: como una salida de coyuntura. La cosa está muy difícil en el San Martín. De hecho, si Kive Staiff está renunciando debe ser porque está ahogado, porque no está de acuerdo con los recortes que se le imponen, y en estas condiciones no puede llevar adelante el teatro.

El actor Raúl Rizzo, actualmente en la obra Santa Juana de América en el teatro Regio, que pertenece al complejo, plantea la cuestión al revés: “Primero tendríamos que preguntarnos por qué se da este ahogo presupuestario, por qué el San Martín termina sumergido en esta crisis que ahora se presenta como terminal”, advierte. “Si nos quedamos con que no hay plata, estamos naturalizando el recorte del presupuesto en Cultura, en la ciudad que más recauda del país. Y así es como vamos naturalizando el recorte en escuelas y en hospitales, y estamos convalidando una política siniestra”, se planta el actor. Rizzo propone discutir sobre el presupuesto de Cultura y la forma en que se maneja: “El San Martín tiene una función que cumplir, es un espacio sostenido por el aporte de los porteños, y como ciudadano exijo que se rindan cuentas cuando veo el estado deplorable en que se encuentra no sólo la sede central del San Martín, también otras salas que dependen del complejo, como el Regio, donde estoy trabajando, donde los actores y el público tenemos que esquivar goteras en las funciones”, grafica. “Este es un síntoma más de una política y de un proyecto que lleva adelante el Gobierno de la Ciudad”, concluye el actor, y propone: “Si tenemos que apelar a la beneficencia para sostener un teatro que es de todos los ciudadanos, vayamos pensando en crear el Cáritas del San Martín”.

El dramaturgo Mauricio Kartún es aún más terminante: “Me niego a discutir sobre si el San Martín debe usarse o no para festejar un cumpleaños, cerrándolo y suspendiendo las funciones”, dice. “Me niego, sencillamente porque es un disparate, un impensable, algo que no se le pasaría a nadie por la cabeza, si no fuera como parte de la locura que genera la falta de fondos.”

–Sin embargo a alguien se le pasó por la cabeza. No sólo eso: lo llevaron a cabo...

–Sí, y es un síntoma. Lo que digo es que no tiene sentido discutir el síntoma, porque lo importante aquí es la enfermedad que está evidenciando. Y esa enfermedad es el resultado de una gestión que mira al San Martín desde esa hipótesis económica que dice que debe dar ganancias, o al menos que no debe dar pérdidas. Una hipótesis que, como en toda institución de la cultura, nunca se cumplió. La paradoja es que la actual administración considera la inversión en cultura como una pérdida, cuando a todas luces es ganancia. Por eso digo que no tiene sentido debatir el síntoma. Lo que hay que debatir es qué hacer frente a esta situación, esta locura presupuestaria que ahora se plantea en el San Martín. Y eso que hay que hacer, por cierto, no es festejar cumpleaños.

Fuente: Página 12

“Aquí, el deporte principal es la descalificación”

CINE › ENTREVISTA A GABRIEL GOITY

“Hoy en día, el que puede trabajar de actor en el país es un valiente”, señala el Puma, que ha transitado con comodidad y sin conflictos el éxito masivo en comedias de televisión y el drama teatral y cinematográfico.

Por Emanuel Respighi
Imagen: Bernardino Avila

Hay actores que por razones que ni la propia razón, ni tampoco el corazón, pueden explicar, suelen ser celebrados por el gran público cada vez que se los cruzan en una obra, película o programa de TV, pero nunca terminan de salirse de cierto lugar periférico de la memoria individual y colectiva. O sea: grandes actores que no poseen el reconocimiento que por su trayectoria deberían cosechar, amén de que nunca resultan piezas inadvertidas de los espectáculos en los que participan. En ese extraño e inexplicable espacio se lo puede ubicar a Gabriel Goity, el actor de pelada brillante que ha recorrido un largo camino en teatro, cine y TV, con el denominador común de haber dejado una huella en cada interpretación. Basta acercarse a los dos personajes que actualmente lo tienen en cartel en cine (Rompecabezas) y teatro (Un Dios salvaje) para constatar que “el Puma” es mucho más que un actor de comedia: es un todoterreno que jamás deja pagando a sus personajes. O, como prefiere definirse acorde con sus códigos de barrio, una “suerte de bodegón que te saca pastas, carne al horno, minutas y picadas con igual fruición”.

Tal vez esa versatilidad para transitar por diferentes registros sirva como explicación para comprender por qué Goity ocupa ese curioso lugar de la conciencia. No se trata de un actor que construyó su carrera sobre un único registro o medio. O quizá su “karma” sea el hecho de haber alcanzado masividad a través de programas de humor como Poné a Francella o Los Roldán, con el consabido menosprecio que acompaña a los que hacen reír a carcajadas a grandes masas. Goity ensaya su propia explicación. “Siento que soy un actor que puede hacer todos los géneros que se ocurran”, confiesa en la entrevista con Página/12. “Y por suerte a lo largo de mi carrera me convocaron para distintos registros. Lo que pasa es que he tenido el mérito y el privilegio de haber hecho éxitos masivos en la comicidad: meter 30 puntos diarios en Telefe tapa cualquier cosa.”

–A los actores que trabajan el registro humorístico se les demora más el reconocimiento, en comparación con los que privilegian el drama. ¿Usted sintió esa diferencia?

–Puede ser que haya cierta injusticia del bulbo. Hacer reír es muy difícil. De todas maneras, yo no actúo para la mirada del otro: actúo por mí. Si hago humor, lo que pienso es en hacer la mejor comicidad del mundo para la obra que hago; si me das un drama, trato de aportar mi cuota al drama de la obra. No pienso mi carrera en términos de conveniencia. No me puedo meter en la cabeza de los demás. ¿Qué es ser prestigioso? ¿Hacer drama toda la vida? ¿Acaso no es más prestigioso mostrar que uno puede tener diferentes facetas con cierta solidez? El que juega bien al fútbol muestra su calidad en el Milan o en Argentinos Juniors.

–¿Pero no influye en el trabajo actoral la mirada del otro?

–A veces creo que muchos actores conviven con el miedo a que los descubran. Entonces, prefieren quedarse en el registro que transitaron toda su vida por miedo a ser objeto del deporte principal de este país, que es la descalificación. Si un actor vive pendiente de la mirada del otro, se vuelve loco. Porque además la mirada del otro no es más que eso: una opinión. A veces escucho que colegas dicen que no hacen TV porque no les gusta. ¡Es mentira! ¡No hacen TV porque no los llaman! El actor debe convivir con las mezquindades humanas del medio sin que lo afecten.

–Habría que preguntarse, en todo caso, si es más valorable un actor que se mueve con soltura en diferentes roles y medios, o si lo es aquel que es bueno en un determinado registro.

–Hoy en día un actor que pueda trabajar de actor en el país es un valiente. Es muy difícil vivir de esta profesión y tener vigencia. ¿Se puede agradar a todo el mundo? Los actores debemos hacer lo que se nos canta, lo que a uno le gusta. Porque, además, como decía mi abuela: hagas lo que hagas, siempre van a hablar mal de vos. O porque hacés teatro off, o porque hacés teatro comercial, o porque hacés siempre drama, o porque hacés lo mismo, siempre hay un pero. ¿Por qué si hacés teatro off sos un grosso y si hacés teatro comercial sos un choto? Hay cierto discurso injusto. Hacer teatro comercial es lo más difícil que hay: la responsabilidad de bancar toda esa parafernalia detrás de una obra en la calle Corrientes es muy grande. El teatro comercial, además, no te da tiempo ni te permite equivocarte, es cruel: si la obra no funciona, se levanta. En cambio, en el off, lo que se privilegia no es la cantidad de público que va a ver una determinada obra sino el “hecho artístico”. Si no da, pasamos la gorra y listo. Hacer reír puede ser tan complejo como conmover a alguien. Yo ya me resigné y sé que no puedo agradar a todo el mundo.

La jungla y el sosiego

La versatilidad de Goity es insoslayable, fácilmente comprobable en los trabajos en los que actualmente se lo puede ver. En Un Dios salvaje (de jueves a domingo en el Paseo La Plaza), el actor interpreta a Miguel, un vendedor de cacerolas y artículos para inodoros que junto a su mujer (María Onetto) recibe a los padres de un amiguito de su hijo que le bajó dos dientes a su primogénito. Una de esas reuniones que se suelen organizar con aires protocolares, pero en la que entre malentendidos y absurdos varios la educación le cede lugar a una llamativa violencia. En la obra, cada reacción de Goity –que comparte cartel con Florencia Peña, Onetto y Fernán Mirás–, cada gesto corporal es un fósforo más que se tira al fuego de ese gran grotesco creado bajo la dirección de Javier Daulte.

La contracara de ese mundo de irracional violencia es, casualmente, Rompecabezas, la película de Natalia Smirnoff que cuenta la vida de una ama de casa que descubre, ya de grande, que posee un enorme talento para armar rompecabezas. En la pantalla grande, Goity se pone en la piel de Juan, el esposo de María (también a cargo de Onetto), un tipo de una simpleza absoluta, cuya felicidad pasa por la rutina de ir a diario a su negocio, amar a su mujer, reunir a la familia los domingos y, muy de vez en cuando, ir a pescar a Chascomús. En Rompecabezas, lejos de los exabruptos que despliega su personaje en el teatro, el actor compone con gestos mínimos a un personaje de una sencillez incuestionable.

“Hice los personajes muy diferentes para que no me digan que hago siempre lo mismo”, dispara el actor que cumple 30 años de carrera. Y arranca contando sobre el papel que hace en Rompecabezas. “Juan es un tipo muy simple, como la gran mayoría de la gente, que es un hombre que está enamorado de su mujer. Creo que el principal valor de Rompecabezas es que no coloca a este personaje en el rol de machista-objeto, que nunca se enamora. Juan está enamorado perdidamente de María, la elige como es y vive muy feliz con su trabajo y su familia. Me encantó trabajar ese mundo sencillo, porque uno como actor está acostumbrando a transitar universos por mundos tortuosos, con personajes psicoanalizados. Y gracias a Dios la mayoría de la gente no es así”, analiza.

–¿Cree que Rompecabezas describe un mundo en el que la terapia es una excentricidad de los personajes de la TV o el cine?

–La terapia es potestad de unos pocos con muchas carencias. La mayor parte de los argentinos no necesita mayores investigaciones o análisis para justificar todo lo que hace y/o deja de hacer. Estar en la piel de este personaje es fantástico. El acierto de Smirnoff es justamente no caer en el arquetipo de mujer sometida por un tipo que no la quiere y ejerce un fuerte poder sobre ella. De todas maneras, me costó mucho encontrar el personaje, porque Juan es hincha de River, por lo que tuve que lograr una gran composición: ¡Nadie me lo ha valorado como corresponde a mi fanatismo por Huracán! (risas).

–En cambio, en Un Dios salvaje, Miguel parece querer a su mujer pero en el punto en el que los miembros de la pareja se soportan mutuamente.

–Es un tipo que también ama a su mujer, lo que le ocurre es que parece estar atravesado por la tensión de la vida cotidiana en la urbe. Es un personaje que tiene contradicciones, que tuvo que negociar con su mujer, que parecería provenir de un estrato socio-cultural más elevado. En ese punto, la obra plantea una tensión interna histórica dentro del matrimonio que no existe en la película. Mientras ella parece provenir del mundo de la intelectualidad y el raciocinio, él tiene recursos más elementales. Lo interesante en la obra es que ella es tan limitada como él, sólo que provista de un discurso que la sitúa en una posición más elevada. Tiene un discurso más florido pero muestra su limitación cuando les exige a los padres del chico que le pegó al nuestro que le pida perdón de rodillas. Mientras Miguel intenta suavizar y darle naturalidad al hecho, ella no para hasta que el chico vomite su perdón.

–La obra de Yasmina Reza parece partir de la premisa de Jacques Rousseau de que en la naturaleza del hombre está ser salvaje, por más sociabilidad a la que se atenga.

–Es muy interesante ver cómo a esos cuatro personajes tan disímiles en algún momento les surge la bestia que parecen controlar en su interior. En nuestra esencia, somos todos iguales y no existen mecanismos culturales que nos borren nuestra naturaleza salvaje.

–¿Considera que Un Dios salvaje es un ensayo que explica buena parte del estado de cosas de la sociedad actual?

–La obra se queda corta en cuanto al nivel de violencia que existe en la sociedad. La realidad supera ampliamente a la ficción: cada vez por razones más banales, la bestia se presenta en la vida cotidiana.

–¿Cree que en el complemento entre el universo que cuenta Rompecabezas y aquel que narra Un Dios salvaje surge la síntesis del mundo actual?

–El de Un Dios salvaje parecería representar al mundo mediático, mientras que el de Rompecabezas muestra el mundo que no tiene cámara. Las familias simples, que se reúnen a comer los domingos, que se ayudan y se rompen el lomo laburando o estudiando son la mayoría, pero los medios nos muestran que el salvajismo es lo habitual. La necesidad de vender hace que los medios exacerben la vida salvaje. En las villas miseria, menos del 10 por ciento puede estar en cuestiones oscuras; el resto se las rebusca para sobrevivir con laburo o changas. Pero la noticia siempre es sobre el 10 por ciento. Existen los hechos de inseguridad, pero que haya un par de casos diarios en una ciudad desproporcionada como la de Buenos Aires forma parte de los manuales de la sociedad moderna. No es justo que los medios reflejen la excepción negativa. La noticia no puede estar matizada con tanta oposición por los que están a favor del Gobierno y los que no. Hoy, si defendés alguna política del Gobierno sos oficialista y si criticás algo sos golpista o clarinista. El antagonismo es una de las características más reconocibles de la historia argentina. Vamos a festejar 200 años de contradicciones y antagonismos. El Bicentenario nos encuentra tan desunidos como antaño.

Fuente: Página 12