La potencia dramática de un clásico

Ana María Picchio y Lito Cruz, al frente de un elenco brillante, conmueven y emocionan con sus trabajos

El director Claudio Tolcachir vuelve a sorprender por su minucioso trabajo con este elenco ejemplar

Todos eran mis hijos , de Arthur Miller. Intérpretes: Lito Cruz, Ana María Picchio, Esteban Meloni, Vanesa González, Federico D´ Elía, Carlos Bermejo, Adriana Ferrer, Diego Gentile y Marina Bellati. Escenografía: Mariana Tirante. Vestuario: Gabriela Pietranera. Luces: Omar Possemato. Música original: Federico Grinbank. Producción: Daniel Grinbank. Adaptación y dirección: Claudio Tolcachir. Duración: 90 minutos. En el Apolo.
Nuestra opinión: muy buena

Una vez más quedó demostrado que Todos eran mis hijos es una joya de la dramaturgia universal porque sigue manteniendo una estructura teatral que puede sostener el más riguroso análisis semiológico. Ni qué decir del argumento de la obra que reafirma su condición de drama ibseniano, como lo señaló la crítica en su estreno en Broadway en 1947. A partir de un conflicto familiar se llega a establecer las causas de una tragedia social. La finalización de la Segunda Guerra Mundial le dio a Miller la pauta para ubicar las acciones en un poblado en las afueras de una ciudad norteamericana (valen en cualquier tiempo y lugar), donde los habitantes hacen de las relaciones cotidianas un culto a la convivencia.

En ese clima vive la familia Keller cuyos integrantes, un matrimonio y un hijo, viven a la espera cotidiana de una noticia que confirme la supervivencia de otro hijo, aviador, desaparecido en la contienda bélica desde hace más de tres años. Lentamente, Miller va deshilvanando la tela de araña que se fue armando para preservar la salud psíquica y emocional de la madre, quien vive en una realidad distorsionada para no enfrentarse con la terrible verdad, sin anticipar que al llegar al núcleo del meollo las consecuencias pueden llevar a un personaje hacia un trágico desenlace.

Es la forma que tiene el autor de denunciar las debilidades y ambiciones humanas que tienen repercusiones sociales y, a su vez, es la manera de enfrentar al individuo con la obligación de hacerse responsable por los hechos privados que provocan perjuicios públicos.

Al mismo nivel

La producción convocó a un grupo de actores que, más allá de las diferencias generacionales y de experiencias, mostró una homogeneidad sorprendente que señala la diestra mano del director en la definición de los personajes, sin dejar de reconocer el aporte que debieron haber ofrecido tanto Lito Cruz, con una importante carga emotiva y una acertada composición corporal, como Ana María Picchio, con una elaboración muy contenida y a la vez convincente en su papel de madre que moviliza la compasión del espectador frente al drama y al dilema que padece esta mujer. Junto a ellos, Esteban Meloni, Vanesa González y Federico D´ Elía encaran este desafío con total solvencia y convicción, de igual manera que el resto del elenco donde cada uno define su personaje con claridad y elocuencia.

Por tratarse de una puesta realista, la escenografía estuvo al servicio de las acciones y sólo el vestuario y los peinados delatan la época de posguerra. La labor de Claudio Tolcachir sobresalió en la dirección de actores al permitir que cada intérprete expusiera con naturalidad la compleja personalidad de los personajes; al mismo tiempo pudo contener los desbordes emocionales que se presienten detrás de las palabras.

Resumiendo, un valioso reencuentro con un drama magistral.

Susana Freire

NOTORIA AUSENCIA

  • Es lamentable que en un programa de mano que refleja con gran despliegue y minuciosidad los antecedentes del elenco artístico y técnico y es muy generoso en materia publicitaria no haya brindado un espacio para la reseña de la obra y unas líneas para el autor, Arthur Miller. Ambos se lo merecen por sus valores y el público también.

Fuente: La Nación