La ley de servicios audiovisuales constituye el cambio cultural más profundo en muchos años. Quizás el más importante desde la recuperación de la democracia en 1983. Desde esa perspectiva me interesa abordarla.
¿Por qué el más importante? Porque su influencia es múltiple en un escenario donde algunos paradigmas quedaron instalados como dados, como inevitables, en nuestra cultura.
La ley es parte de la batalla por desarticular los efectos de las políticas de los ’90 dirigidas a la concentración monopólica, de un Estado que sólo podía ser pasivo observador y partícipe necesario en la construcción de un país para pocos. La ley viene a moverle el piso a la agenda que desde el retorno a la democracia marcaron los grandes medios escritos y audiovisuales tanto en lo político, como en lo social y cultural. Desde esa agenda se inflaban y desinflaban presidentes, políticos, artistas y deportistas, con su carga de banalización y opciones conservadoras a la hora de definir comportamientos sociales. La concentración de esos medios en pocas empresas fue acentuando ese poder sobre la opinión pública. Los medios como en ninguna otra época son el gran organizador de sentidos, y mucho más en la Argentina, uno de los países con mayor grado de concentración en la tenencia de licencias hasta la sanción de la nueva norma. Esa presunta normalidad empieza a tambalear con la ley de medios y no hay mayor cambio cultural que cuando una sociedad empieza a cuestionar los conceptos de normalidad que la rigen. La ley golpea en el centro de este mecanismo de mano única, de voz monocorde. La apertura de nuevas vías de comunicación permitirá el contrapeso de las diferencias, el enriquecimiento que se da en toda diversidad.
El gran desafío en esta batalla por una cultura inclusiva es que los silenciados de siempre no crean que las cosas son así... y punto. Como aquella famosa frase de un ex presidente que sentenciaba: “Siempre habrá pobres”. Esas verdades impuestas a golpe de tapas y flashes informativos se terminan con la nueva ley. “Lo escuché en la radio” o “lo dijeron en la tele” han dejado de ser sentencias indiscutibles portadoras de verdad. Hoy son datos que la sociedad puede tomar o no, sobre los que se puede discutir y reflexionar. Las empresas monopólicas se adueñaron durante años de la libertad de expresión. Sólo ellas eran “la libertad de expresión”. La ley viene a echar por tierra esta falacia y el efecto cultural que provocará en la sociedad será incomparable.
Pero la mayor transformación cultural a la que da pie la sanción de la nueva ley de medios no sólo es la posibilidad de sumar más y más diversos jugadores al partido de la comunicación. El gran desafío es poder cambiar la cancha, es decir acompañar la gran transformación de los medios con una gran transformación de los contenidos. Nos quedaríamos a mitad de camino si los nuevos medios por crearse repitieran las lógicas comunicacionales actuales. El gran desafío es la creación de nuevos lenguajes, nuevas formas de interpelar al que ve o escucha. Si no logramos transformar el carácter elitista, vociferante y reacio a los cambios de los medios actuales estaremos como el aprendiz de brujo reproduciendo la misma escoba que cuestionábamos.
Ese es el desafío apasionante de la época: dotarse de las herramientas y trocar a esa amorfa opinión pública de hoy por una ciudadanía despierta y activa. Este es el cambio cultural que se asoma con la nueva ley.
Por último, la sanción misma de la ley por el Congreso de la Nación configura un hecho cultural formidable con consecuencias múltiples cuya enorme proyección hoy no podemos medir aún: se trata de la utopía realizada, del triunfo de la política por encima de los poderes concentrados, de una señal concreta de redistribución de la riqueza material y simbólica sustentada por una aprobación parlamentaria contundente y por la participación de la sociedad civil y de sus organizaciones.
La sanción de la ley es el triunfo de la lucha por la democratización del derecho a informarse e informar de todos aquellos que soportaron el decomiso de las radios comunitarias de los ’80; que resistieron la ola privatizadora de los ’90 que dio vía libre a los multimedios; que resistieron al sentido común imperante y que fueron sumando a la ciudadanía en innumerables foros que a lo largo del país dieron su apoyo. La sanción de la ley de servicios audiovisuales además de todos sus valores suma así otro, que no es menor, que es profundamente importante para fortalecer la cultura de la participación, de la militancia, del compromiso por construir un país para todos. La ley posee el valor de mostrarnos que se puede.
Fuente: Página 12