Alfajor Jorgito Lanata sufre atentado en una panadería


El exiliadísimo periodista que regresó al país, pese a las amenazas que supone vivir bajo el régimen cristikirchnerista, para escribir mini columnas en uno de los dos diarios argentinos más insalubres para sus lectores, vivió duros momentos días atrás al intentar comprar algo en una panadería porteña.
Alfajor Jorgito tenía ganas de chantarse unas facturitas para el segundo desayuno, así que se emponchó bien y encaró el ascensor de su departamento, sacó un pucho y se dispuso a bajar. Para cuando llegó a la planta baja, se había fumado diez cigarrillos. Caminó tres cuadras agitadísimo comparando como podía las vidrieras de Palermo con las de Boston y sintió que eran una mala imitación, como sus documentales con los de Michael Moore.
Antes de entrar en la panadería se molestó por tener que tirar el pucho número veintiseis, y pensó “esto en Boston no pasaba”. Abrió resignado la puerta de vidrio, sintió el aroma a chocolate que había en el aire y el calor reconfortante del local. Se puso en la fila y aprovechó para mirar las vitrinas, mientras percibía el murmullo que había desatado su entrada entre los empleados y la inflamación de su ego que hacía peligrar su salida del local.
Lo primero que le llamó la atención fue el cartel publicitario de “Viaje a Cuba y sea parte de la Revolución” colgado al costado de la heladera con tortas. Levantó las cejas y optó por mirar las masitas secas, pero en su lugar había algo parecido a muñequitos de chocolate. Se acercó para verlos y con incredulidad vio filas de Galeanitos y a su lado otra fila con una pareja de pequeños Silvio abrazando a un ruliento Pablo Milanés.
Estaba mirando las invenciones cuando una voz gruesa, como de locutora de radio, le preguntó qué iba a llevar. Jorgelín se enderezó y le pidió una docena de facturas, a lo que la chica que atendía le preguntó acentuando cada una de sus palabras “vigilantes o cañoncitos”. “Surtidas, por favor”, respondió Lanata. La panadera empezó a cargar las facturas en la bandeja y el eximio periodista volvió a mirar los muñequitos de chocolate, y con asombro observó que también había una fila de Vigliettis, otra de Fidel, y por último una con pequeños Néstor Kirchner. De pronto, Alfajor Jorgito se paró de golpe y pensó “la puta madre, me metí en la boca del lobo”. Atinó a sacar el atado de cigarillos, pero el cajero le señaló el cartel de prohibido fumar. Puteó por dentro, y dirigiéndose al cajero le dijo: “Che, te faltan las Cristinitas”.
“Ahí vienen”, le contestó el tipo detrás de la caja, y por entre medio de las cortinas apareció un tipo con delantal y una bandeja de humeantes Cristinitas de chocolate.
Jorgelín no soportó más y encaró raudamente la puerta sin llevarse su pedido. Cuando estuvo afuera, sacó un cigarrillo, y dijo para sí “qué panadería de mierda”, a la vez que miró el cartel del local para hacer algún chiste en sus charlas por universidades privadas, y leyó: “Panadería Aliverti, desde el 2003 amasando de lo lindo”.