Engáñame, que me gusta


Lo que sentí oyendo a Raúl Castro.

Laritza Diversent
La Habana

No sé si a todo el que tuvo la oportunidad de escuchar o leer el último discurso de Raúl Castro le pasó lo mismo que a mí. Me quedé atónita y un tanto confundida. No supe definir si realmente estaba ante un hombre reformista o simplemente era más de lo  mismo. Tal vez todo se debió a mis deseos de escuchar la palabra cambio.
En una primera lectura, descubrí a un hombre que hablaba de un futuro incluyente "proseguiremos, haremos, incrementaremos, continuaremos…" y que confesó ser un luchador contra el secretismo estatal. Incluso, citó versículos de la Biblia "no darás falsos testimonios ni mentiras" y principios éticos incaicos "no mentir, no robar, no ser holgazán".

El Presidente del Consejo de Estado habló de la igualdad de todos ante la ley y de la responsabilidad de aquellos que cometan "un delito en Cuba, con independencia del cargo que ocupe". "Sea quien sea", dijo, tendrá que "enfrentar las consecuencias de sus errores y el peso de la justicia". Él, en cambio, se siente con el derecho a corregir (o no) impunemente las faltas cometidas en cinco décadas de construcción del socialismo.

El menor de los hermanos Castro dijo que pondría fin a los incumplimientos y los sobregiros. El dirigente histórico no se conformará con justificaciones, imprecisiones y mentiras de los cuadros a cualquier nivel. "Los compañeros que den información inexacta serán removidos definitivamente y hasta separado de las filas del Partido si militan en él", afirmó.
Como ejemplo, puso la destitución de Jorge Luis Sierra Cruz, Yadira García Vera y Pedro Sáez Montejo, que ocuparon importantes responsabilidades en la dirección del Partido y del Gobierno, "por tomarse atribuciones que no le correspondían y que les condujeron a serios errores en la dirección".
Sería interesante saber qué estaba haciendo el también segundo secretario de Partido Comunista de Cuba, como máximo responsable del Estado y del Gobierno, cuando esos hechos ocurrieron. Tal vez haya sido su propia y eludida responsabilidad el freno para no haber puesto a los funcionarios a disposición de los tribunales de justicia.
El dirigente histórico reconoció la libertad de crítica como un derecho del que no se debe privar a nadie, pero mantiene vigente la Ley 88/99, (Ley Mordaza) que penaliza severamente el ejercicio de libre expresión.
Habló de la discusión abierta, de debates sin ataduras a dogmas y esquemas inviables, de no excluir criterios divergentes, pero condicionándolo todo a un escenario específico. Aceptará la diferencia de opiniones, siempre que se expresen "preferiblemente" en tiempo oportuno, forma correcta y lugar adecuado.
También reconoció que el Estado no se tiene que meter en las relaciones entre los particulares, pero decide qué se compra y vende en la sociedad. Afirmó que el trabajo por cuenta propia los liberaría de realizar actividades relacionadas con la oferta de bienes y servicio a la población, pero no renunció al control sobre la misma. Incluso es el gobierno quien decide qué y cómo debe trabajar este sector, y en qué forma y bajo qué métodos de organización tendrá que funcionar.

A la par de reformista, el discurso de Raúl Castro me pareció camaleónico y surrealista. En una segunda lectura de sus palabras, mi confusión desapareció, lo mismo que mis esperanzas por el cambio. A medida que avanzaba y profundizaba mi análisis, mi inconsciente no dejaba de repetir esa frase proverbial: "engáñame, que me gusta".