Se enamoró de la poesía siendo muy chico, quizás, porque de ese género era uno de los pocos libros que había en la casa en la que creció. Nacido en Esquel, Chubut, hace 47 años, el poeta Gustavo Caso Rosendi vino con su familia a vivir a La Plata a los 5. Se instalaron en City Bell, donde vivió hasta que volvió de la guerra de Malvinas, menos de dos décadas después, cuando se radicó definitivamente en el casco urbano de nuestra ciudad.
Aunque sus primeros escritos -que también incluían cuentos- datan de antes de que le toque participar del desigual enfrentamiento bélico, él mismo asegura que a partir de ese momento se decidió a “tomar la literatura en serio”, y comenzó a cursar talleres.
Pero, volviendo hacia su infancia, confiesa que fue un libro de poesías titulado La vida y media, de un escritor llamado Roberto Sánchez, también primo de su madre, el que lo cautivó por primera vez. “Esas palabras tan difíciles, ¿qué querrían decir?, me preguntaba yo”, recuerda Gustavo en diálogo con Hoy.
Entre otras miles de cosas en las que Malvinas lo transformó, aparece su futuro como biólogo, carrera que empezó a estudiar poco antes de partir hacia el sur. Aunque una vez de regreso a la ciudad retomó los estudios, todo había cambiado, y sus dificultades con las matemáticas lo hicieron abandonarlos. Desde entonces, trabajó en SPAR (Servicio Provincial de Agua Potable y Saneamiento Rural) hasta hace dos años cuando, por la ley 12.785 de jubilaciones especiales para ex combatientes, se retiró de la vida laboral. Así, con las mismas ganas y el impulso de escribir que arrastra desde su juventud, hoy Gustavo se dedica de lleno a la poesía, no sólo a componer, sino también a realizar múltiples actividades en torno a ella (ver recuadro Llevar la poesía).
Además de los versos que ha escrito sobre todo lo que la guerra le dejó y le quitó, también se expresa sobre muchas otras cuestiones, pero siempre “en torno a lo perdido, a lo irrecuperable, temática a la cual, por supuesto, Malvina no es ajena”, según sus palabras.
Y es que, cuando volvió, tenía mucho para decir - más de lo que ya necesitaba escribir antes de ir a la guerra- y debía buscar el modo de decirlo. De ahí que se haya interesado por realizar talleres de escritura y otras actividades. “Escribir poesía consiste más en sacar palabras que ponerlas”, cuenta Gustavo, y agrega: “Mi intención era decir lo que no se puede decir, tratar de transformar el horror en belleza, y sacar la porquería que uno tiene adentro”.
Y es así que han salido poemas como Tregua, que no necesita más de ocho versos para transmitir el franco sentimiento de dos hombres que comparten el mismo deseo de no querer estar donde están: “Arrodillado como si rezara/ tiraba hacia la noche/ No pude saber si era enemigo/ Creo que él tampoco cuando me vio/ arrastrándome como una culebra/ Ambos omitimos pronunciar/ una palabra que aclare la cosa/ (No siempre hablando se entiende la gente)”.
Como sucede con todo tipo de episodios traumáticos, la superación de haber estado en una guerra pasa por aprender a convivir con ello, pero jamás se olvida. “Uno es un ser transformado para siempre, y persiste en todo momento una sensación de que jamás volvió de la guerra”, explica Gustavo, y continúa: “En todo caso, el que volvió no es el mismo que fue hacia la isla, ni tampoco el que hubiese sido de no haber ido, pero hay que entender que esta es la realidad”.
Esa sensación de ser un “fantasma”, que por momentos duele más o duele menos, sólo se alivia con la contención de los familiares y amigos, y se domina a través de una conducta muy humana: el acostumbramiento. Pero el deseo de poder encontrar al Gustavo que hay en Malvinas sigue presente, y confía en poder lograrlo en algún momento. Para un primer viaje, le gustaría volver a las islas con “dos o tres” amigos ex combatientes, que también se dedican a alguna disciplina artística, con lo cual están en una misma sintonía. En un viaje posterior, sí llevaría a su familia.
Como en su poema Trinchera, en el que ese pozo en la tierra termina siendo un lugar acogedor en el paisaje de la guerra, la poesía se convirtió, para Gustavo, en el refugio más claro, espontáneo y sincero para transformar el horror que conoció en palabras hermosas.
Mercedes Benialgo