La nueva edición de “Exile” y una película sobre su vida en los primeros años de 1970 reflejan la absoluta vigencia de “sus majestades satánicas”.
Por Seth Colter Walls
Es un hecho tan innegable como repetido: a fines de la década de 1960 y principios de 1970, los Rolling Stones eran incapaces de hacer algo malo. O por lo menos, las cosas malas que hacían eran, justamente, el tipo de cosas que el público espera de una estrella del rock. Los Stones usaron drogas, fueron detenidos por la policía y regresaron a escena con “Jumpin’ Jack Flash”.
Cabalgaron con los Hell’s Angels a un concierto de Altamont, donde alguien fue asesinado. Así se acrecentó la leyenda. Cuando la banda abandonó Inglaterra para establecerse en EE. UU., en 1972, con “Exile on Main St.”, dejó un rastro de alcohol y drogas por el sur de Francia hasta Los Ángeles el cual culminó con un álbum de 18 pistas de tan embriagadora provocación que se reprodujo en incontables medios desde entonces. Sin embargo, la más reciente versión industrial de “Exile” es un rotundo fracaso de mercado. La nueva edición “deluxe” de Universal incluye 10 pistas desconocidas de las famosas sesiones, un documental y la posibilidad de preguntarse por qué nadie puede ya alcanzar esas notas, y mucho menos los propios Stones, quienes optaron por doblar nuevas líneas vocales y de guitarra con algunas tomas hechas hace casi 40 años.
Las pistas “bonus” de las sesiones “Exile” no son del todo malas, aunque es fácil darse cuenta de por qué fueron editadas. La nueva selección “Plundered My Soul” en nada supera a “Tumbling Dice” en cuanto al orgullo de los desposeídos y los aires de “I Ain’t Signifying” no son superiores al solo de guitarra que sostuvo a “Ventilator Blues”. No obstante, la colección revela una banda clavada en una “modalidad escenario” que podría impulsarla hacia el valeroso disimulo de canciones a medio escribir, y se percibe en el conjunto una confianza que desmiente las arrogantes poses de Mick Jagger, el famoso swagger de sus últimos tiempos, cuando el swagger lo era todo. En suma, tienen mucha menos teatralidad vergonzante y disfrazan elementos de los que vale la pena presumir.
Otro interesante efecto colateral de esta reciente versión es que brinda la ocasión de reflexionar en lo distinto que es este sonido con respecto del rock que escuchamos hoy. Fuera del ocasional éxito de The White Stripes, los acordes del blues cayeron en desuso desde hace más de una década y el swagger ya no forma parte del argot. La radio del rock sigue comprometida con las explosivas manifestaciones de poder, pero se divorció del sex appeal. Muchos de los independientes convirtieron en virtud la vulnerabilidad. El último disco de The National, “High Violet”, es lo mejor que ofreció la banda hasta ahora, pero cuando Matt Berninger canta “Terrible Love”, lo terrible no es algo que lo esclavice, sino algo que lo pone a temblar. Es fácil identificar el cambio. Después de “Exile” vinieron The Stooges con “Gimme Danger” y luego, el punk de fines de los ‘70; después, Public Enemy a mediados de los ‘80; hasta que, a fines de 1990, nos asentamos bajo el peso de una grave deuda de préstamos, acceso limitado a seguros de salud y una economía que fluctúa entre períodos de crecimiento anémico y caídas libres. No por nada se abstienen de incursionar en el peligro recreativo como lo podían hacer sus padres de la generación boomer. El mundo real es de por sí bastante peligroso. Lo interesante de escuchar las nuevas letras de Jagger, sobrepuestas a pistas descartadas de décadas pasadas, es percatarnos de que incluso los Stones (cuyo último álbum fue fuerte, aunque poco inspirador) necesitan un poco de ayuda de la historia para recuperar algo de su antiguo fulgor.
Fuente: Newsweek