Para qué sirve un teatro oficial

Por Diego Fischerman

Imagen: Andrés von Buch: Presidente de la Cámara de Industria y Comercio Argentino-Alemana. Educado en las Universidades de Yale, Purdue y Harvard Business School. Administrador de propiedades agropecuarias. Integrante de varios directorios de compañías argentinas y filiales de multinacionales en la Argentina. Presidente del 37º Coloquio de IDEA. Ex Presidente de Arte BA.

En la Alemania del Tercer Reich, la Orquesta Filarmónica de Berlín, recientemente estatizada, tocaba en las fiestas de cumpleaños del Führer. No es un buen antecedente. Y es que por encima de la posible conveniencia económica de una determinada acción, hay consideraciones morales que, en gran medida, tienen que ver con cuestiones simbólicas. De la misma manera en que a nadie debería ocurrírsele (aunque desde ya podría suceder que así fuera) que el Cabildo o la Legislatura (un bello edificio, sin duda) pudieran ser alquilados para fiestas de casamiento, el Teatro San Martín es sostenido por el Estado para que cumpla un determinado objetivo. Es decir, si tal objetivo no estuviera, no tendría sentido que fuera financiado con el dinero de los contribuyentes. Y lo que ponen en escena hechos como el de la pasada fiestita de Von Buch (que significa “del libro”, por lo que bien podría haberse publicitado como una nueva “feria del libro”, con obvios fines culturales) es ni más ni menos que la falta de claridad y definición acerca de esos objetivos.

Como en aquellos viejos rituales en que se repiten gestos cuyo significado original fue olvidado hace tiempo, el San Martín o el Colón simplemente están. Hay que usarlos. Hay que hacerlos lo más eficientes posibles. Hay que tratar de que no hagan olas y de que no produzcan remezones políticas. Pero lo que ya nadie se pregunta es para qué tienen que servir. La pregunta, en todo caso, no es irrelevante. De su respuesta se desprende, por ejemplo, si se justifica su manutención y a qué costo. La idea de tener teatros y cuerpos artísticos oficiales –también ballets, clásicos o modernos, orquestas, populares o sinfónicas y coros– responde a una cierta concepción del Estado y de la cultura. La gigantesca inversión que demandan teatros como el San Martín y, mucho más, el Colón (sus costos aumentan exponencialmente al dedicarse de manera preeminente a un arte ya anacrónico como el de la ópera decimonónica) sólo se justifica si se cree que la cultura hace mejores a los pueblos y si hay un convencimiento acerca de que el Estado tiene una responsabilidad en la puesta a disposición de la población de esos bienes culturales. Desde ya, en ese contexto un Colón pensado sólo para los abonados –que es lo más fácil, obviamente– sería también altamente inmoral. Gastar 100 millones de dólares en la refacción y unos 100 millones de pesos anuales en su manutención para un teatro pensado para la única satisfacción de 10 mil personas no tendría sentido. Ese sentido sólo aparecería en el caso de que se creyera que la ópera es –o podría llegar a ser– importante para la población en su conjunto, o de que se recrearan los usos del teatro de manera que, además de favorecer el consumo de cultura, promoviera su creación.

Los teatros oficiales son, por definición, financiados por los Estados, en tanto cumplen funciones de política cultural que esos Estados consideran fundamentales. Su existencia, en todo caso, es incompatible con la idea de eficiencia mercantil. Para una orquesta estatal, o para un teatro que el gobierno mantiene con el fin de que muestre de la mejor manera posible las obras de Shakespeare o Wesker o Pinter o Kartun, la cuestión de la eficiencia es irrelevante. Están para otra cosa. Y esa otra cosa vale una equis cantidad de dinero. Si no se la quiere pagar, porque se considera que el gasto no vale la pena, lo que debe plantearse es otra cosa. Y, sí, en ese caso se deberá afrontar el costo político. Eso no significa que no pueda recurrirse a financiamientos externos. Pero éstos jamás deberán dañar el capital simbólico. En última instancia, estos teatros son sostenidos globalmente por los pobladores de la ciudad para que hagan arte, y si la búsqueda de aportes pecuniarios no alterara esa función, la ética no estaría comprometida. El San Martín podría vender una función a una Fundación, o incluso a una empresa y hasta, con cierto cuidado en las formas, podría ofrecer las instalaciones del foyer de la sala para un cóctel, antes o después de la función. Entre eso y el festejo de un cumpleaños, con cascadas artificiales de champagne incluidas y uno de sus cuerpos artísticos haciendo de bufones del rey, hay una distancia moral insalvable. Una distancia en la que puede leerse, además, la gran pregunta que hace tiempo ya nadie se hace: para qué sirve un teatro oficial.

“La cultura no se maneja como una empresa”

LUIS ALI, PRESIDENTE DE LA ASOCIACION ARGENTINA DE ACTORES

Por Emanuel Respighi
Imagen: Mauricio Macri (caricatura Shúfer)

El presidente de la Asociación Argentina de Actores (AAA), Luis Alí, señala que lo ocurrido “supera toda imaginación” sobre lo que el gobierno de Mauricio Macri es capaz de hacer en el área cultural. “El alquiler del San Martín para un evento privado, levantando funciones con una lógica comercial, es el último paso del Gobierno de la Ciudad respecto de su concepción de las actividades culturales. La política cultural estatal no se puede manejar como una empresa: debe pensarse en función de garantizar la pluralidad de voces e ideas, sumar lenguajes estéticos e incentivar la memoria, cuestiones que muchas veces el sector privado descuida”, subrayó el representante del gremio actoral. La AAA intentó ayer comunicarse con el ministro de Cultura porteño, pero en todas las ocasiones le contestaron que Lombardi “no estaba disponible”. “Creo que un hecho de estas características merece una explicación oficial urgente”, indicó.

Alí comenta que en una reunión con Lombardi realizada un mes y medio atrás, la asociación que preside le había “advertido sobre el rechazo absoluto al rumor que circulaba de que el San Martín se convirtiera en una especie de centro de convenciones”, y que en aquel momento el ministro “negó rotundamente tal posibilidad”. En tal sentido, y en medio de las negociaciones que la AAA tiene con el gobierno porteño para elaborar conjuntamente un acta–acuerdo para regularizar los contratos y los pagos a los profesionales del Complejo, Alí destaca que el alquiler “parece una burla” a los trabajadores y los habitantes de la ciudad. De todas maneras, aclara que no se trata de un hecho aislado: “Si se analiza que desde que Macri es jefe de Gobierno cerró el canal Ciudad Abierta, les quitó fondos a centros culturales, recortó el presupuesto del área cultural y redujo la actividad teatral del Complejo, resulta obvio que hay una intención de que incentivar y difundir cultura es tirar la plata, o que la cultura debe ser un negocio”, arriesga Alí. Desde la AAA, que aguardaba una explicación oficial para elaborar un comunicado, señalaron que si la situación del Complejo es muy asfixiante, lo que se debe procurar es incrementar el presupuesto. “Si se naturaliza el alquiler de una institución que cumple 50 años aportando un espacio único a la actividad teatral, no sólo la programación comenzará a diseñarse en función de caprichos de empresarios ricos, sino que muchos actores y directores dejarán de trabajar para el Complejo en función de esa imprevisibilidad.”

En relación con que el dinero ingresado por el alquiler haya ido a parar a la Fundación de Amigos del San Martín, el dirigente gremial puntualizó que si lo que se quiere es ayudar al teatro, lo que debería hacer la asociación es “luchar por mejorar el presupuesto que el gobierno destina al Complejo en particular, y a la cultura en general. Pero no creo que la solución económica provenga de la renta de las instalaciones de un teatro en el que trabajar es motivo de inmenso orgullo para actores de varias generaciones. El Estado no puede ni debe perder injerencia cultural porque un gobierno decide priorizar otras áreas”.

Fuente: Página 12

Entre libros, autores, sueños y revoluciones

Mario Oporto: Una charla con el director de Educación y Cultura de la provincia de Buenos Aires

Nacido y criado en la parte sur del barrio porteño de Flores, hijo de una familia de clase media baja en ascenso, Mario Oporto, director de Educación y Cultura de la provincia de Buenos Aires se sienta con Diagonales para una entrevista a contramano de las urgencias políticas. Y cuenta: "Nací en un ambiente post peronista, de finales de los '50 y principios de los '60. Padre laburante, madre ama de casa. Típico. Mi viejo era socialista, seguidor de Alfredo Palacios".

–¿Dónde estudió?

–Hice la primaria en una escuela pública de Flores que se llama Leandro Alem, frente a plaza Flores. El secundario lo hice en el Mariano Acosta, el normal de varones.

–Quería ser maestro…

–Sí, pero esa generación del secundario fue la primera de los bachilleres pedagógicos. Mi vocación era enseñar y la salida lógica era ser maestro, pero, finalmente, estudie profesorado de Historia.

–¿Por qué?

–Porque me gustaba mucho la política y pensé que Historia me ayudaría en mi formación. A los pocos meses comprendí que estaba enamorado de esa carrera, que me interesaba por encima de cualquier otra cosa.

–¿Cuales fueron sus primeras lecturas?

–En mi casa había muchas obras de teatro. Mi abuelo materno, que vivía con nosotros, participaba de teatro barrial y leía las obras que se ensayaban en casa. Después, a los 14 o 15 años, me enganche con la literatura "boom" de ese momento. Quizás hoy no los considere grandes narraciones, pero en ese momento me impactaron mucho los libros de Martha Lynch y de Silvina Bullrrich. Luego, el impacto fue con Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato. Fue una huella en aquel momento: una novela histórica sobre Lavalle junto al "Informe sobre Ciegos". También Cortázar con su Historias de cronopios y de famas por su originalidad. Y también recuerdo un librito encantador que se llamaba La manifestación, de un jovencísimo Jorge Asís. Una novela extranjera que me impacto fue El extranjero, de Albert Camus. Después, claro, llegaron los libros latinoamericanos. De todos ellos, el que más me hizo pensar fue Redoble por Rancas, de Manuel Scorza.

–¿Cuándo se acercó a los textos políticos?

–Como a todos los jóvenes de esa generación, desde muy chico me interesó la política. Con un padre socialista y un abuelo frondicista, la discusión política en casa estaba garantizada. No éramos una familia peronista. Tenía un tío abuelo militante de fierro del Partido Comunista. Y de su biblioteca siempre rescataba libros. Recuerdo haber leído mucho sobre la revolución cubana y aquel texto de Fidel Castro, "La historia me absolverá". Después vinieron libros sobre marxismo. Pero éramos chicos de barrio, no eruditos, pibes que teníamos una intuición de lo que queríamos como país.

–¿Y que querían como país?

–El socialismo, pero no nos gustaba la forma de hacer política del PC argentino. Tampoco éramos trotskistas. Vuelvo a decir: teníamos una formación muy pobre todavía. Del socialismo nos gustaba el federalismo, los caudillos, la historia revisionista. Ya en quinto año comenzó a salir la revista Polémica que nos permitió conocer a pensadores como Rodolfo Puiggrós. Mi cabeza cambió cuando de la biblioteca de mi tío abuelo saqué un libro de dos tomos que se llamaba Revolución y contrarrevolución en la Argentina, de Jorge Abelardo Ramos, un autor que desconocía. Los leímos con mi amigo del barrio y de la vida, Jorge Coscia, y nos iluminó. Nos ordenó todos los pensamientos: esto que nos gustaba intuitivamente de pensar un marxismo nacional y popular, que defendía a los federales, que no era unitario. El otro libro que me impacto fue La formación de la conciencia nacional, de Juan José Hernández Arregui. Y además de los escritores nacionales, leíamos mucho marxismo como El 18 Brumario, libros difíciles de entender a los 18 años. Pero me acuerdo que en ese grupo de lecturas y discusiones teníamos a un joven un poco más grande que los demás, un tipo brillante, que nos enseñaba muy bien: Alejandro Horowicz. Y ya que hablo de marxismo no puedo dejar de mencionar a Silvio Frondizi que nos deslumbraba con sus charlas. Eran años de mucha lectura: Frantz Fanon y Los condenados de la tierra, los libros de Paulo Freire.

–Autores con los cuales se interpretaba la realidad. Hoy, esos mismos pensadores, ¿sirven para comprender el presente?

–Bueno, los chicos de hoy pueden llegar a esos autores sobre las preocupaciones actuales. Pero me parece que esos libros ya son objeto de estudio; no sé si tal vez sirvan para comprender la realidad actual. Por supuesto, uno puede leer en autores del siglo XIX la realidad actual, pero me parece que el gran legado que tienen esos autores es que los continuemos pensando en la actualidad. Los chicos seguramente van a descubrirlos, pero a partir de lecturas actuales: no por un ejercicio de la nostalgia sino como una forma de llegar a ellos partiendo desde hoy. Leía el otro día un reportaje a Pepe Mujica en Le Monde y él cuenta la historia de donde vino: "Mire, si yo hoy tuviera que dar una clase a los alumnos empezaría diciendo que fui anarquista y que después me formé con Vivian Trías". Si uno empieza a contar así la historia puede ir a buscar quién fue Vivian Trías, un historiador socialista que fue el creador de la izquierda nacional en el Uruguay. Lo mismo si un chico quiere descubrir a Evo Morales puede conocer quien fue el padre del marxismo en Perú y casi toda América Latina, José Carlos Mariátegui, o el MNR boliviano. Los chicos tienen que entrar por los temas actuales.

–La dictadura, con sus 30.000 desaparecidos y sus mucho más exilios, truncó una generación de pensadores en la Argentina...

–Es cierto, se perdió a muchos. Pero me gustaría rescatar a tantos intelectuales que hoy en día nos siguen haciendo pensar: Horacio González, Nicolás Casullo, Ricardo Foster, Alcira Argumedo, Adriana Puiggrós, Norberto Galasso, Osvaldo Bayer. Quizás falte un polemista como lo fue Arturo Jauretche, pero me parece que hoy la polémica se da en otros ámbitos, como en el programa 6, 7, 8 o las redes sociales Facebook o Twitter. En fin, me parece que hoy la polémica política está en muchos otros ámbitos, no sólo en la escritura.

–¿Qué ficciones lo conmovieron en aquellos años de adolescencia?

–Ficciones, justamente. Llegué a Jorge Luis Borges muy temprano. Es un placer leer a quien considero uno de los más grandes escritores del siglo XX. Cada día me gusta más, es una de las pocas lecturas con la que reincido de manera permanente. Abrir cualquier libro de Borges en cualquier página es un pleno disfrute. Yo tengo una relación muy particular con la ficción. No soy muy curioso de las tramas, por eso soy un mal espectador de cine. No me importa mucho el desenlace, pero me apasionan las formas. En ese sentido, puedo leer a Borges sin importarme la historia que cuenta.

–¿Y además de Borges?

–Me gusta mucho también la historia de la literatura, me apasiona la historia de los escritores. Me hubiera gustado tener la habilidad de escribir sobre escritores.

–¿Y sobre quién le hubiera gustado escribir?

–El tipo ideal que me hubiera gustado escribir es Ricardo Piglia. Es alguien a quien conozco, un tipo que se formó en historia para luego hacer literatura. Respiración artificial es un libro conmovedor. Y, además, es un gran ensayista. Me seduce su teoría de la historia de la literatura. Es como una historia del pensamiento fascinante. A Piglia, como decía Borges sobre Lugones, lo admiro hasta el plagio.

–Y con la poesía como se lleva?

–Me encanta leerla. Lo hice desde muy joven. En aquellos años leía mucho a Nicolás Guillen, García Lorca, León Felipe, la poesía española. Creo que la canción ayudó a que conociéramos a los poetas españoles. Serrat y Paco Ibáñez nos permitieron conocer Machado, Hernández, Blas de Otero, Gabriel Celaya o Agustín Goytisolo.

–¿Está de acuerdo con el juicio de que los chicos no leen?

–No. Me parece que es injusto y erróneo tener una visión peyorativa del mundo cultural de los chicos. Porque la música, la cultura audiovisual, y los múltiples modos de comunicación que ellos tienen no se los puede tildar negativamente. Yo diría que el mundo cultural de los jóvenes es un mundo mucho más amplio que el que teníamos nosotros.

–¿Qué rol juega la escuela dentro de ese mundo?

–La escuela sigue siendo importante. Por ahí pasan cosas que no pasan por otro lado: la idea de ciudadanía, de socialización, de aprender a trabajar con el otro. La escuela todavía no pudo ser suplantada porque se aprenden cosas que no se aprenden en otro lado. Lo que sí es que hoy no se aprende todo lo que antes se aprendía en la escuela. Ya perdió el monopolio del aprendizaje. Pero considero que hay libros que si no se leen en la escuela ya nunca más se leerán.

–¿Cuáles?

–Hace un año convocamos a varios escritores y pensadores como Ricardo Piglia, Arturo Carrera, Daniel Link, Ángela Pradelli, más los titulares de las cátedras de literatura argentina de las universidades de la provincia de Buenos Aires para confeccionar una lista de los diez libros que los chicos tendrían que leer en la escuela. Finalmente llegamos a la idea de promocionar libros de José Hernández, Sarmiento, Mansilla, Arlt, Borges, Puig, Cortázar, Saer, Di Benedetto, Silvina Ocampo. No son ni los mejores ni los exclusivos, simplemente son diez libros que queremos que estén en las escuelas. Para que los chicos lean.

–Una buena frase para este Bicentenario…

–El Bicentenario implica un compromiso porque nos da una inmensa posibilidad de pensar nuestra historia. Este año es una buena oportunidad para preguntarnos cómo pensarlo, qué mirada tener frente a ese magnífico hecho. El Bicentenario nos permitió ver muchas reediciones de libros. Algunos más académicos y otros de difusión general. Por un lado tenemos, por dar un ejemplo, a Raúl Fradkin y Jorge Gelman con Doscientos años pensando la Revolución de Mayo o los libros que hace Felipe Pigna, donde muchos niños se acercan a la historia a partir de la historieta. Nosotros, desde la Dirección de escuelas tratamos de darle al Bicentenario una mirada latinoamericana. No queremos que el Bicentenario en la escuela siga siendo un hecho que muestra a la Revolución de Mayo como un acontecimiento municipal alrededor del Cabildo, con una visión de cuentito ingenuo. Preferimos que la Revolución de Mayo sea recordada con la historia de la emancipación de América y el proyecto de la unidad del continente y tal vez la historia de su fracaso incluso. Hoy, todavía sigue vigente ese inicio de la historia de Abelardo Ramos cuando dice "somos un país porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos". El año del Bicentenario tiene que abrir nuevos debates en vez de cerrar viejas certezas. No sirve mirar el Bicentenario con ojos del pasado sino con visión de futuro.

Fuente: Diagonales

Y el infinito nos convierte en números irracionales

Yo también soy un poco Mattia y un poco Alice, más Alice que Mattia. Alice con su insoportable necesidad de sentirse aceptada, con su certeza de haber hecho todo mal y el temor a ser descubierta, como antes del accidente o como en la escena del water.
Pero yo no creo que seamos números primos, quizá Mattia sí, él se parece más a un número primo. Alice no, Alice es como yo: divisible por uno y por infinitos más, tantos como nos miran. Sin embargo, me vi en Mattia más que en nadie en aquel momento, cuando mira y no encuentra nada de sí mismo alrededor y se da cuenta de que todo a lo que puede aspirar es a la complicidad que nace del contacto continuo, si eso se esfuma ya no queda nada, te has desvanecido. Por eso se va, porque ha dejado de tener sentido, porque todo se ha perdido ya.
La contraportada viene a decir que son así porque quedaron marcados en su infancia pero no es verdad. Uno no es así por algo en particular, es algo más profundo, eso viene de adentro y no se puede explicar, simplemente se es así, puede que con el paso del tiempo se acentúe más o menos según lo que nos toque vivir, pero la raíz no es un hecho, el hecho es sólo la excusa. Lo sé porque lo he visto.

Los números pares
no encontraban sus lugares
y los impares parecían números naturales.
Los decimales sugerían que no eramos normales
y el infinito nos convierte en números irracionales
y no hablaremos de los números primos que sólo se dividen por uno o por ellos mismos

Ivan Ferreiro






" Declaran zonas muertas en el mar "

___La prueba está en el golfo de México, justo frente a las costas de Texas y Lousiana. Ahí, cada verano más de 20 mil kilómetros del océano son declarados “zona muerta”, porque no hay el oxígeno suficiente para que sobrevivan los peces. No es la única área que presenta el fenómeno. Se han identificado 146 sitios con estas características, una de ellas en territorio mexicano, en el golfo de