Mario Oporto: Una charla con el director de Educación y Cultura de la provincia de Buenos Aires
Nacido y criado en la parte sur del barrio porteño de Flores, hijo de una familia de clase media baja en ascenso, Mario Oporto, director de Educación y Cultura de la provincia de Buenos Aires se sienta con Diagonales para una entrevista a contramano de las urgencias políticas. Y cuenta: "Nací en un ambiente post peronista, de finales de los '50 y principios de los '60. Padre laburante, madre ama de casa. Típico. Mi viejo era socialista, seguidor de Alfredo Palacios".
–¿Dónde estudió?
–Hice la primaria en una escuela pública de Flores que se llama Leandro Alem, frente a plaza Flores. El secundario lo hice en el Mariano Acosta, el normal de varones.
–Quería ser maestro…
–Sí, pero esa generación del secundario fue la primera de los bachilleres pedagógicos. Mi vocación era enseñar y la salida lógica era ser maestro, pero, finalmente, estudie profesorado de Historia.
–¿Por qué?
–Porque me gustaba mucho la política y pensé que Historia me ayudaría en mi formación. A los pocos meses comprendí que estaba enamorado de esa carrera, que me interesaba por encima de cualquier otra cosa.
–¿Cuales fueron sus primeras lecturas?
–En mi casa había muchas obras de teatro. Mi abuelo materno, que vivía con nosotros, participaba de teatro barrial y leía las obras que se ensayaban en casa. Después, a los 14 o 15 años, me enganche con la literatura "boom" de ese momento. Quizás hoy no los considere grandes narraciones, pero en ese momento me impactaron mucho los libros de Martha Lynch y de Silvina Bullrrich. Luego, el impacto fue con Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato. Fue una huella en aquel momento: una novela histórica sobre Lavalle junto al "Informe sobre Ciegos". También Cortázar con su Historias de cronopios y de famas por su originalidad. Y también recuerdo un librito encantador que se llamaba La manifestación, de un jovencísimo Jorge Asís. Una novela extranjera que me impacto fue El extranjero, de Albert Camus. Después, claro, llegaron los libros latinoamericanos. De todos ellos, el que más me hizo pensar fue Redoble por Rancas, de Manuel Scorza.
–¿Cuándo se acercó a los textos políticos?
–Como a todos los jóvenes de esa generación, desde muy chico me interesó la política. Con un padre socialista y un abuelo frondicista, la discusión política en casa estaba garantizada. No éramos una familia peronista. Tenía un tío abuelo militante de fierro del Partido Comunista. Y de su biblioteca siempre rescataba libros. Recuerdo haber leído mucho sobre la revolución cubana y aquel texto de Fidel Castro, "La historia me absolverá". Después vinieron libros sobre marxismo. Pero éramos chicos de barrio, no eruditos, pibes que teníamos una intuición de lo que queríamos como país.
–¿Y que querían como país?
–El socialismo, pero no nos gustaba la forma de hacer política del PC argentino. Tampoco éramos trotskistas. Vuelvo a decir: teníamos una formación muy pobre todavía. Del socialismo nos gustaba el federalismo, los caudillos, la historia revisionista. Ya en quinto año comenzó a salir la revista Polémica que nos permitió conocer a pensadores como Rodolfo Puiggrós. Mi cabeza cambió cuando de la biblioteca de mi tío abuelo saqué un libro de dos tomos que se llamaba Revolución y contrarrevolución en la Argentina, de Jorge Abelardo Ramos, un autor que desconocía. Los leímos con mi amigo del barrio y de la vida, Jorge Coscia, y nos iluminó. Nos ordenó todos los pensamientos: esto que nos gustaba intuitivamente de pensar un marxismo nacional y popular, que defendía a los federales, que no era unitario. El otro libro que me impacto fue La formación de la conciencia nacional, de Juan José Hernández Arregui. Y además de los escritores nacionales, leíamos mucho marxismo como El 18 Brumario, libros difíciles de entender a los 18 años. Pero me acuerdo que en ese grupo de lecturas y discusiones teníamos a un joven un poco más grande que los demás, un tipo brillante, que nos enseñaba muy bien: Alejandro Horowicz. Y ya que hablo de marxismo no puedo dejar de mencionar a Silvio Frondizi que nos deslumbraba con sus charlas. Eran años de mucha lectura: Frantz Fanon y Los condenados de la tierra, los libros de Paulo Freire.
–Autores con los cuales se interpretaba la realidad. Hoy, esos mismos pensadores, ¿sirven para comprender el presente?
–Bueno, los chicos de hoy pueden llegar a esos autores sobre las preocupaciones actuales. Pero me parece que esos libros ya son objeto de estudio; no sé si tal vez sirvan para comprender la realidad actual. Por supuesto, uno puede leer en autores del siglo XIX la realidad actual, pero me parece que el gran legado que tienen esos autores es que los continuemos pensando en la actualidad. Los chicos seguramente van a descubrirlos, pero a partir de lecturas actuales: no por un ejercicio de la nostalgia sino como una forma de llegar a ellos partiendo desde hoy. Leía el otro día un reportaje a Pepe Mujica en Le Monde y él cuenta la historia de donde vino: "Mire, si yo hoy tuviera que dar una clase a los alumnos empezaría diciendo que fui anarquista y que después me formé con Vivian Trías". Si uno empieza a contar así la historia puede ir a buscar quién fue Vivian Trías, un historiador socialista que fue el creador de la izquierda nacional en el Uruguay. Lo mismo si un chico quiere descubrir a Evo Morales puede conocer quien fue el padre del marxismo en Perú y casi toda América Latina, José Carlos Mariátegui, o el MNR boliviano. Los chicos tienen que entrar por los temas actuales.
–La dictadura, con sus 30.000 desaparecidos y sus mucho más exilios, truncó una generación de pensadores en la Argentina...
–Es cierto, se perdió a muchos. Pero me gustaría rescatar a tantos intelectuales que hoy en día nos siguen haciendo pensar: Horacio González, Nicolás Casullo, Ricardo Foster, Alcira Argumedo, Adriana Puiggrós, Norberto Galasso, Osvaldo Bayer. Quizás falte un polemista como lo fue Arturo Jauretche, pero me parece que hoy la polémica se da en otros ámbitos, como en el programa 6, 7, 8 o las redes sociales Facebook o Twitter. En fin, me parece que hoy la polémica política está en muchos otros ámbitos, no sólo en la escritura.
–¿Qué ficciones lo conmovieron en aquellos años de adolescencia?
–Ficciones, justamente. Llegué a Jorge Luis Borges muy temprano. Es un placer leer a quien considero uno de los más grandes escritores del siglo XX. Cada día me gusta más, es una de las pocas lecturas con la que reincido de manera permanente. Abrir cualquier libro de Borges en cualquier página es un pleno disfrute. Yo tengo una relación muy particular con la ficción. No soy muy curioso de las tramas, por eso soy un mal espectador de cine. No me importa mucho el desenlace, pero me apasionan las formas. En ese sentido, puedo leer a Borges sin importarme la historia que cuenta.
–¿Y además de Borges?
–Me gusta mucho también la historia de la literatura, me apasiona la historia de los escritores. Me hubiera gustado tener la habilidad de escribir sobre escritores.
–¿Y sobre quién le hubiera gustado escribir?
–El tipo ideal que me hubiera gustado escribir es Ricardo Piglia. Es alguien a quien conozco, un tipo que se formó en historia para luego hacer literatura. Respiración artificial es un libro conmovedor. Y, además, es un gran ensayista. Me seduce su teoría de la historia de la literatura. Es como una historia del pensamiento fascinante. A Piglia, como decía Borges sobre Lugones, lo admiro hasta el plagio.
–Y con la poesía como se lleva?
–Me encanta leerla. Lo hice desde muy joven. En aquellos años leía mucho a Nicolás Guillen, García Lorca, León Felipe, la poesía española. Creo que la canción ayudó a que conociéramos a los poetas españoles. Serrat y Paco Ibáñez nos permitieron conocer Machado, Hernández, Blas de Otero, Gabriel Celaya o Agustín Goytisolo.
–¿Está de acuerdo con el juicio de que los chicos no leen?
–No. Me parece que es injusto y erróneo tener una visión peyorativa del mundo cultural de los chicos. Porque la música, la cultura audiovisual, y los múltiples modos de comunicación que ellos tienen no se los puede tildar negativamente. Yo diría que el mundo cultural de los jóvenes es un mundo mucho más amplio que el que teníamos nosotros.
–¿Qué rol juega la escuela dentro de ese mundo?
–La escuela sigue siendo importante. Por ahí pasan cosas que no pasan por otro lado: la idea de ciudadanía, de socialización, de aprender a trabajar con el otro. La escuela todavía no pudo ser suplantada porque se aprenden cosas que no se aprenden en otro lado. Lo que sí es que hoy no se aprende todo lo que antes se aprendía en la escuela. Ya perdió el monopolio del aprendizaje. Pero considero que hay libros que si no se leen en la escuela ya nunca más se leerán.
–¿Cuáles?
–Hace un año convocamos a varios escritores y pensadores como Ricardo Piglia, Arturo Carrera, Daniel Link, Ángela Pradelli, más los titulares de las cátedras de literatura argentina de las universidades de la provincia de Buenos Aires para confeccionar una lista de los diez libros que los chicos tendrían que leer en la escuela. Finalmente llegamos a la idea de promocionar libros de José Hernández, Sarmiento, Mansilla, Arlt, Borges, Puig, Cortázar, Saer, Di Benedetto, Silvina Ocampo. No son ni los mejores ni los exclusivos, simplemente son diez libros que queremos que estén en las escuelas. Para que los chicos lean.
–Una buena frase para este Bicentenario…
–El Bicentenario implica un compromiso porque nos da una inmensa posibilidad de pensar nuestra historia. Este año es una buena oportunidad para preguntarnos cómo pensarlo, qué mirada tener frente a ese magnífico hecho. El Bicentenario nos permitió ver muchas reediciones de libros. Algunos más académicos y otros de difusión general. Por un lado tenemos, por dar un ejemplo, a Raúl Fradkin y Jorge Gelman con Doscientos años pensando la Revolución de Mayo o los libros que hace Felipe Pigna, donde muchos niños se acercan a la historia a partir de la historieta. Nosotros, desde la Dirección de escuelas tratamos de darle al Bicentenario una mirada latinoamericana. No queremos que el Bicentenario en la escuela siga siendo un hecho que muestra a la Revolución de Mayo como un acontecimiento municipal alrededor del Cabildo, con una visión de cuentito ingenuo. Preferimos que la Revolución de Mayo sea recordada con la historia de la emancipación de América y el proyecto de la unidad del continente y tal vez la historia de su fracaso incluso. Hoy, todavía sigue vigente ese inicio de la historia de Abelardo Ramos cuando dice "somos un país porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos". El año del Bicentenario tiene que abrir nuevos debates en vez de cerrar viejas certezas. No sirve mirar el Bicentenario con ojos del pasado sino con visión de futuro.
Fuente: Diagonales
Nacido y criado en la parte sur del barrio porteño de Flores, hijo de una familia de clase media baja en ascenso, Mario Oporto, director de Educación y Cultura de la provincia de Buenos Aires se sienta con Diagonales para una entrevista a contramano de las urgencias políticas. Y cuenta: "Nací en un ambiente post peronista, de finales de los '50 y principios de los '60. Padre laburante, madre ama de casa. Típico. Mi viejo era socialista, seguidor de Alfredo Palacios".
–¿Dónde estudió?
–Hice la primaria en una escuela pública de Flores que se llama Leandro Alem, frente a plaza Flores. El secundario lo hice en el Mariano Acosta, el normal de varones.
–Quería ser maestro…
–Sí, pero esa generación del secundario fue la primera de los bachilleres pedagógicos. Mi vocación era enseñar y la salida lógica era ser maestro, pero, finalmente, estudie profesorado de Historia.
–¿Por qué?
–Porque me gustaba mucho la política y pensé que Historia me ayudaría en mi formación. A los pocos meses comprendí que estaba enamorado de esa carrera, que me interesaba por encima de cualquier otra cosa.
–¿Cuales fueron sus primeras lecturas?
–En mi casa había muchas obras de teatro. Mi abuelo materno, que vivía con nosotros, participaba de teatro barrial y leía las obras que se ensayaban en casa. Después, a los 14 o 15 años, me enganche con la literatura "boom" de ese momento. Quizás hoy no los considere grandes narraciones, pero en ese momento me impactaron mucho los libros de Martha Lynch y de Silvina Bullrrich. Luego, el impacto fue con Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato. Fue una huella en aquel momento: una novela histórica sobre Lavalle junto al "Informe sobre Ciegos". También Cortázar con su Historias de cronopios y de famas por su originalidad. Y también recuerdo un librito encantador que se llamaba La manifestación, de un jovencísimo Jorge Asís. Una novela extranjera que me impacto fue El extranjero, de Albert Camus. Después, claro, llegaron los libros latinoamericanos. De todos ellos, el que más me hizo pensar fue Redoble por Rancas, de Manuel Scorza.
–¿Cuándo se acercó a los textos políticos?
–Como a todos los jóvenes de esa generación, desde muy chico me interesó la política. Con un padre socialista y un abuelo frondicista, la discusión política en casa estaba garantizada. No éramos una familia peronista. Tenía un tío abuelo militante de fierro del Partido Comunista. Y de su biblioteca siempre rescataba libros. Recuerdo haber leído mucho sobre la revolución cubana y aquel texto de Fidel Castro, "La historia me absolverá". Después vinieron libros sobre marxismo. Pero éramos chicos de barrio, no eruditos, pibes que teníamos una intuición de lo que queríamos como país.
–¿Y que querían como país?
–El socialismo, pero no nos gustaba la forma de hacer política del PC argentino. Tampoco éramos trotskistas. Vuelvo a decir: teníamos una formación muy pobre todavía. Del socialismo nos gustaba el federalismo, los caudillos, la historia revisionista. Ya en quinto año comenzó a salir la revista Polémica que nos permitió conocer a pensadores como Rodolfo Puiggrós. Mi cabeza cambió cuando de la biblioteca de mi tío abuelo saqué un libro de dos tomos que se llamaba Revolución y contrarrevolución en la Argentina, de Jorge Abelardo Ramos, un autor que desconocía. Los leímos con mi amigo del barrio y de la vida, Jorge Coscia, y nos iluminó. Nos ordenó todos los pensamientos: esto que nos gustaba intuitivamente de pensar un marxismo nacional y popular, que defendía a los federales, que no era unitario. El otro libro que me impacto fue La formación de la conciencia nacional, de Juan José Hernández Arregui. Y además de los escritores nacionales, leíamos mucho marxismo como El 18 Brumario, libros difíciles de entender a los 18 años. Pero me acuerdo que en ese grupo de lecturas y discusiones teníamos a un joven un poco más grande que los demás, un tipo brillante, que nos enseñaba muy bien: Alejandro Horowicz. Y ya que hablo de marxismo no puedo dejar de mencionar a Silvio Frondizi que nos deslumbraba con sus charlas. Eran años de mucha lectura: Frantz Fanon y Los condenados de la tierra, los libros de Paulo Freire.
–Autores con los cuales se interpretaba la realidad. Hoy, esos mismos pensadores, ¿sirven para comprender el presente?
–Bueno, los chicos de hoy pueden llegar a esos autores sobre las preocupaciones actuales. Pero me parece que esos libros ya son objeto de estudio; no sé si tal vez sirvan para comprender la realidad actual. Por supuesto, uno puede leer en autores del siglo XIX la realidad actual, pero me parece que el gran legado que tienen esos autores es que los continuemos pensando en la actualidad. Los chicos seguramente van a descubrirlos, pero a partir de lecturas actuales: no por un ejercicio de la nostalgia sino como una forma de llegar a ellos partiendo desde hoy. Leía el otro día un reportaje a Pepe Mujica en Le Monde y él cuenta la historia de donde vino: "Mire, si yo hoy tuviera que dar una clase a los alumnos empezaría diciendo que fui anarquista y que después me formé con Vivian Trías". Si uno empieza a contar así la historia puede ir a buscar quién fue Vivian Trías, un historiador socialista que fue el creador de la izquierda nacional en el Uruguay. Lo mismo si un chico quiere descubrir a Evo Morales puede conocer quien fue el padre del marxismo en Perú y casi toda América Latina, José Carlos Mariátegui, o el MNR boliviano. Los chicos tienen que entrar por los temas actuales.
–La dictadura, con sus 30.000 desaparecidos y sus mucho más exilios, truncó una generación de pensadores en la Argentina...
–Es cierto, se perdió a muchos. Pero me gustaría rescatar a tantos intelectuales que hoy en día nos siguen haciendo pensar: Horacio González, Nicolás Casullo, Ricardo Foster, Alcira Argumedo, Adriana Puiggrós, Norberto Galasso, Osvaldo Bayer. Quizás falte un polemista como lo fue Arturo Jauretche, pero me parece que hoy la polémica se da en otros ámbitos, como en el programa 6, 7, 8 o las redes sociales Facebook o Twitter. En fin, me parece que hoy la polémica política está en muchos otros ámbitos, no sólo en la escritura.
–¿Qué ficciones lo conmovieron en aquellos años de adolescencia?
–Ficciones, justamente. Llegué a Jorge Luis Borges muy temprano. Es un placer leer a quien considero uno de los más grandes escritores del siglo XX. Cada día me gusta más, es una de las pocas lecturas con la que reincido de manera permanente. Abrir cualquier libro de Borges en cualquier página es un pleno disfrute. Yo tengo una relación muy particular con la ficción. No soy muy curioso de las tramas, por eso soy un mal espectador de cine. No me importa mucho el desenlace, pero me apasionan las formas. En ese sentido, puedo leer a Borges sin importarme la historia que cuenta.
–¿Y además de Borges?
–Me gusta mucho también la historia de la literatura, me apasiona la historia de los escritores. Me hubiera gustado tener la habilidad de escribir sobre escritores.
–¿Y sobre quién le hubiera gustado escribir?
–El tipo ideal que me hubiera gustado escribir es Ricardo Piglia. Es alguien a quien conozco, un tipo que se formó en historia para luego hacer literatura. Respiración artificial es un libro conmovedor. Y, además, es un gran ensayista. Me seduce su teoría de la historia de la literatura. Es como una historia del pensamiento fascinante. A Piglia, como decía Borges sobre Lugones, lo admiro hasta el plagio.
–Y con la poesía como se lleva?
–Me encanta leerla. Lo hice desde muy joven. En aquellos años leía mucho a Nicolás Guillen, García Lorca, León Felipe, la poesía española. Creo que la canción ayudó a que conociéramos a los poetas españoles. Serrat y Paco Ibáñez nos permitieron conocer Machado, Hernández, Blas de Otero, Gabriel Celaya o Agustín Goytisolo.
–¿Está de acuerdo con el juicio de que los chicos no leen?
–No. Me parece que es injusto y erróneo tener una visión peyorativa del mundo cultural de los chicos. Porque la música, la cultura audiovisual, y los múltiples modos de comunicación que ellos tienen no se los puede tildar negativamente. Yo diría que el mundo cultural de los jóvenes es un mundo mucho más amplio que el que teníamos nosotros.
–¿Qué rol juega la escuela dentro de ese mundo?
–La escuela sigue siendo importante. Por ahí pasan cosas que no pasan por otro lado: la idea de ciudadanía, de socialización, de aprender a trabajar con el otro. La escuela todavía no pudo ser suplantada porque se aprenden cosas que no se aprenden en otro lado. Lo que sí es que hoy no se aprende todo lo que antes se aprendía en la escuela. Ya perdió el monopolio del aprendizaje. Pero considero que hay libros que si no se leen en la escuela ya nunca más se leerán.
–¿Cuáles?
–Hace un año convocamos a varios escritores y pensadores como Ricardo Piglia, Arturo Carrera, Daniel Link, Ángela Pradelli, más los titulares de las cátedras de literatura argentina de las universidades de la provincia de Buenos Aires para confeccionar una lista de los diez libros que los chicos tendrían que leer en la escuela. Finalmente llegamos a la idea de promocionar libros de José Hernández, Sarmiento, Mansilla, Arlt, Borges, Puig, Cortázar, Saer, Di Benedetto, Silvina Ocampo. No son ni los mejores ni los exclusivos, simplemente son diez libros que queremos que estén en las escuelas. Para que los chicos lean.
–Una buena frase para este Bicentenario…
–El Bicentenario implica un compromiso porque nos da una inmensa posibilidad de pensar nuestra historia. Este año es una buena oportunidad para preguntarnos cómo pensarlo, qué mirada tener frente a ese magnífico hecho. El Bicentenario nos permitió ver muchas reediciones de libros. Algunos más académicos y otros de difusión general. Por un lado tenemos, por dar un ejemplo, a Raúl Fradkin y Jorge Gelman con Doscientos años pensando la Revolución de Mayo o los libros que hace Felipe Pigna, donde muchos niños se acercan a la historia a partir de la historieta. Nosotros, desde la Dirección de escuelas tratamos de darle al Bicentenario una mirada latinoamericana. No queremos que el Bicentenario en la escuela siga siendo un hecho que muestra a la Revolución de Mayo como un acontecimiento municipal alrededor del Cabildo, con una visión de cuentito ingenuo. Preferimos que la Revolución de Mayo sea recordada con la historia de la emancipación de América y el proyecto de la unidad del continente y tal vez la historia de su fracaso incluso. Hoy, todavía sigue vigente ese inicio de la historia de Abelardo Ramos cuando dice "somos un país porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos". El año del Bicentenario tiene que abrir nuevos debates en vez de cerrar viejas certezas. No sirve mirar el Bicentenario con ojos del pasado sino con visión de futuro.
Fuente: Diagonales