" Hajime Murano, presidente y director de Sony de México "
La Comunión
No se trata de que la lengua sea mas digna o menos que las manos o los pies. Se trata de poner de
manifiesto que la santa Eucaristía no es un trozo de pan.
Es de señalar que tanto en oriente como en occidente el uso de dar a los fieles la comunión en la
mano desapareció sin dejar trazas desde una época muy temprana. En la iglesia cismática
ortodoxa la comunión en las manos sigue estando completamente prohibida. En la iglesia católica
se ha introducido muy recientemente el uso facultativo de recibir la sagrada forma en las manos.
¿Una tal práctica está contribuyendo en nuestros días a rodear la Santa Eucaristía del respeto y del
fervor que les son debidos? ¿Es que un cuidado y una atención particular son observados, sobre
todo en lo que concierne a las partículas?... Todo aquel que pueda y quiera mirar la realidad de las
cosas sabrá cómo responder a éstas preguntas. Bástenos citar el testimonio del cardenal Hume,
arzobispo de Westminster durante una conferencia pronunciada ante la “Washington theological
union” el 25 de junio de 1999:
“Por mi parte, quisiera compartir con muchos otros una inquietud concerniente la fe de nuestro
pueblo en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. La comunión en la mano, el desplazamiento
del sagrario del centro del altar, la ausencia de genuflexiones, según mi experiencia, han debilitado
el respeto y la devoción debidos a tan grande sacramento”20.
Arrodillarse es un modo concreto de rendir a Jesucristo, presente en la hostia consagrada, un acto
exterior de adoración antes de recibirlo en la santa comunión. Postración, genuflexión,
inclinación... son maneras de expresar con nuestro cuerpo los sentimientos de adoración de
nuestra alma.
En los evangelios encontraremos múltiples pasajes en los que aquellos que reconocen la divinidad
de Jesucristo, de manera casi “automática” se prosternan a sus pies. Por ejemplo, los Magos de
Oriente, el centurión, etc. Cristo mismo, para darnos ejemplo, cuando oraba lo hacía
prosternándose en tierra.
Canon romano de la Santa Misa
Uno de los ritos que más suelen sorprender a los que descubren el usus antiquior de la Santa Misa es el silencio con que se rodea la plegaria eucarística. Hasta aquí los asistentes a la Santa Misa habían tomado parte en las oraciones y ceremonias mezclando sus voces con las del celebrante. Ahora, tras los tres toques de campanilla que acompañan el Sanctus, el sacerdote se avanza solo y entra en el sancta sanctorum.
En el Templo de Jerusalén había un lugar especialmente sagrado, el santuario, que a su vez se hallaba compuesto de dos estancias. La primera llamada el "Santo" donde mañana y tarde entraba el sacerdote que estuviese de turno para renovar el fuego del altar y quemar en él aceite perfumado e incienso, mientras que el pueblo, convocado a son de trompeta, oraba en el atrio. La segunda estancia, más sagrada aún, era llamada el "santísimo" o el "santo de los santos". Separada de la anterior por un velo o cortina, una sola vez al año entraba en ella el sumo sacerdote solo para ofrecer la sangre de la víctima inmolada.
Ahora, en la Nueva Alianza, también se avanza el sacerdote y se presenta solo ante Dios para ofrecerle el sacrificio. El Canon de la Misa o plegaria eucarística es el santuario en el que solo el sacerdote puede penetrar. He aquí el significado simbólico de éste silencio. El sacerdote pronuncia en voz baja la oración consagratoria porque la santidad de este recinto sagrado, inaccesible para el pueblo, exige que en él reine un silencio absoluto. En el silencio debe el hombre hacercarse a Dios. Las liturgias orientales expresan ésta segregación de manera aún más dramática, mediante el uso del "iconostasio". Se trata de un tabique que se alza entre el altar y la nave, más o menos a la altura donde en nuestras iglesias se sitúa el comulgatorio. El iconostasio tiene una o tres puertas a través de las cuales los fieles pueden ver el altar. Pero llegado el momento de la consagración las puertas se cierran, arrebatando a la vista de los fieles el altar y el sacerdote. Las puertas no volverán a abrirse hasta que la plegaria eucarística no haya terminado, antes de la comunión. El silencio del canon cumple en la liturgia romana la misma función que el iconostasio en oriente: pone de manifiesto la sacralidad del momento y subraya la diferencia esencial entre sacerdocio común de los fieles y sacerdocio ministerial.
Los gestos y ceremonias durante el Canon de la Misa
El valor sacrificial de la Misa queda precisado y explicitado por una serie de ritos secundarios pero sin embargo indispensables: signos de cruz, inclinaciones, genuflexiones, etc... Todo ello pone de manifiesto que al pronunciar la plegaria eucarística el sacerdote no está realizando una simple lectura en la que rememora un hecho histórico del pasado, es decir la Última Cena. Pronunciando la plegaria eucarística el sacerdote está realizando no una lectura sino una acción, es decir: un sacrificio. Con sus palabras el celebrante actualiza y hace presente de manera eficaz el sacrificio de Cristo. Entre todos esos gestos sobresale la elevación de las especies consagradas. Precedida y seguida de la genuflexión del celebrante, acompañada del sonido de las campanillas y de la incensación si el rito es solemne, éste gesto de introducción relativamente tardía señala el momento culminante de la acción sagrada: Dios se hace realmente presente sobre el altar.
El Ofertorio
Como su nombre indica el ofertorio consiste en la ofrenda de la víctima.
Durante los primeros siglos el ofertorio consistía solamente en el gesto de ofrenda de la hostia y
del cáliz. Se trataba de un rito minuciosamente reglamentado pero “mudo”.
Más tarde, durante la época carolingia, el desarrollo de la liturgia comporta que diversos ritos que
hasta entonces se limitaban al gesto fuesen acompañados por oraciones que expliquen su
significado.
Es entonces cuando se elaboran las oraciones de nuestro ofertorio. En ellas se expresa mediante
palabras el sentido del gesto de ofrecer la hostia y el cáliz antes de su consagración. De hecho,
una vez que las liturgias alcanzan un cierto grado de madurez ya no basta para empezar con la
plegaria eucarística que las materias de pan y vino se hallen presentes en debida cantidad y
calidad; es preciso que se coloquen con las ceremonias y oraciones correspondientes encima del
altar, con lo cual entran ya en el movimiento oblativo que culminará en la consagración. Por eso
lo que se ofrece a Dios no es el pan y el vino en si mismos, sino el cuerpo y la sangre de Cristo
que dentro de poco se harán presentes sobre el altar bajo las apariencias de pan y vino.
La oración de ofrenda de la hostia Suscipe, sancte Pater es de origen galicano. El testimonio escrito
mas antiguo que conservamos de ella data del año 877.
La fórmula de ofrenda del cáliz Offerimus tibi Domine aparece escrita por vez primera en un
sacramentario conservado en el monasterio de San Galo (Suiza) y que data de los siglos IX – X.
Estas oraciones las pronuncia el sacerdote en voz baja por tratarse de oraciones privadas nacidas
(como ya hemos explicado) de la necesidad de acompañar los gestos con fórmulas que expliciten
su significado.
Los autores de la reforma del misal en tiempos de Pablo VI no supieron apreciar el sentido y el
valor de estas oraciones. Al debilitar el vínculo profundo entre ofertorio y consagración ya no
vieron lógico llamar al pan Hostiam inmaculatam ni al vino Calicem salutaris.
Así que para reemplazar las oraciones del rito romano los reformadores buscaron otras en los
demás ritos cristianos (tanto orientales como occidentales). Pero tuvieron que constatar que todas
las tradiciones litúrgicas cristianas o no tenían oraciones de ofertorio (sólo el gesto mudo) o si las
tenían su contenido era análogo al de las que querían cambiar.
Lo que hicieron entonces fue copiar unas oraciones judías para bendecir la comida. Esas son las
oraciones del ofertorio en la forma ordinaria. En ellas se dan gracias a Dios por el pan y por el
vino que es lo que se presenta a Dios.
Sin ánimo de polémica, creo que es muy de lamentar que se haya ignorado toda la tradición
cristiana para reemplazarla por unas fórmulas judaicas en las que no aparece ninguna referencia a Cristo.
Durante el ofertorio tiene lugar un numeroso conjunto de ceremonias (incensaciones, bendición
e imposición del agua, lavatorio de manos, signos de cruz, etc.) Faltos de tiempo no podemos
detenernos en cada una de ellas. Vamos a considerar tan sólo uno de dichos ritos, que es propio
de la forma extraordinaria. El celebrante, una vez ofrecida la hostia, la deposita directamente
sobre los corporales. La patena no volverá a servir hasta la fracción y comunión. Este rito pone
de manifiesto de forma simbólica la diferencia entre inmolación y comunión. El sacrificio (es
decir, la consagración) se realiza directamente sobre el ara. Más tarde, cuando llega el momento
de participar a la carne de la víctima inmolada se la coloca sobre la bandeja, es decir, la patena.