El tercer elemento del sacrificio eucarístico es la participación a la víctima inmolada: la comunión. Una vez concluido el canon, comienza la preparación a la comunión con la recitación del Pater Noster. Según la forma extraordinaria el Pater ha de ser cantado (o recitado) solamente por el sacerdote que celebra. Esta práctica suele sorprender a los que no tienen costumbre de frecuentar el rito tradicional de la Misa, pues en la forma ordinaria la recitación es común del sacerdote con los fieles. Hemos de explicar que la reserva del padrenuestro al sacerdote es un uso antiquísimo y característico del rito romano. San Gregorio Magno en una de sus cartas explica que una de las diferencias entre el rito romano y los ritos orientales es que en Roma el Pater es recitado solamente por el sacerdote. Existe también un testimonio más antiguo aún, de san Agustín. Después del padrenuestro la hostia consagrada que hasta entonces estaba directamente sobre los corporales, se coloca sobre la patena dando así a entender que se acerca el momento de la comunión. En la forma extraordinaria la comunión del sacerdote se produce antes y separadamente de la de los fieles. La explicación de ello se encuentra en el hecho que la primera es parte integrante del sacrificio: no puede haber misa completa si el celebrante no comulga de las especies que consagró. En cambio la comunión sacramental de los fieles aunque es muy deseable y recomendable no forma parte de la integridad de la misa.
No se trata de que la lengua sea mas digna o menos que las manos o los pies. Se trata de poner de
manifiesto que la santa Eucaristía no es un trozo de pan.
Es de señalar que tanto en oriente como en occidente el uso de dar a los fieles la comunión en la
mano desapareció sin dejar trazas desde una época muy temprana. En la iglesia cismática
ortodoxa la comunión en las manos sigue estando completamente prohibida. En la iglesia católica
se ha introducido muy recientemente el uso facultativo de recibir la sagrada forma en las manos.
¿Una tal práctica está contribuyendo en nuestros días a rodear la Santa Eucaristía del respeto y del
fervor que les son debidos? ¿Es que un cuidado y una atención particular son observados, sobre
todo en lo que concierne a las partículas?... Todo aquel que pueda y quiera mirar la realidad de las
cosas sabrá cómo responder a éstas preguntas. Bástenos citar el testimonio del cardenal Hume,
arzobispo de Westminster durante una conferencia pronunciada ante la “Washington theological
union” el 25 de junio de 1999:
“Por mi parte, quisiera compartir con muchos otros una inquietud concerniente la fe de nuestro
pueblo en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. La comunión en la mano, el desplazamiento
del sagrario del centro del altar, la ausencia de genuflexiones, según mi experiencia, han debilitado
el respeto y la devoción debidos a tan grande sacramento”20.
Arrodillarse es un modo concreto de rendir a Jesucristo, presente en la hostia consagrada, un acto
exterior de adoración antes de recibirlo en la santa comunión. Postración, genuflexión,
inclinación... son maneras de expresar con nuestro cuerpo los sentimientos de adoración de
nuestra alma.
En los evangelios encontraremos múltiples pasajes en los que aquellos que reconocen la divinidad
de Jesucristo, de manera casi “automática” se prosternan a sus pies. Por ejemplo, los Magos de
Oriente, el centurión, etc. Cristo mismo, para darnos ejemplo, cuando oraba lo hacía
prosternándose en tierra.
Pero sin duda el elemento que más destaca en el modo de comulgar según la forma extraordinaria es el hecho de que los fieles reciban la comunión arrodillados y en los labios. Sin embargo, como para el latín o la orientación del altar, no es éste un elemento exclusivo del rito extraordinario. En la forma ordinaria también se contempla la comunión de rodillas y en la boca, que debería ser en teoría la regla general. Lo que ocurre que la comunión de pié y en las manos se nos ha impuesto rápidamente. El papa Benedicto XVI ha vuelto a introducir en las misas pontificias la manera tradicional de comulgar con la intención de recordar a todos que ésta sigue siendo la mejor manera para un católico de recibir respetuosamente, reverentemente y con amor a Jesús sacramentado.
La comunión de rodillas y en los labios
En el Evangelio Cristo amonesta a sus discípulos a unir la candidez de las palomas con la astucia de la serpiente . Así pues no pequemos de ingenuidad en un tema tan importante que toca el corazón del cristianismo: la Eucaristía.
La comunión en la mano es una reivindicación del protestantismo. Invocando un uso primitivo caído en desuso desde hacía siglos, los reformadores impusieron en sus iglesias la comunión en la mano. En dicha práctica veían un medio de combatir las expresiones de veneración hacia el Santísimo Sacramento, juzgadas supersticiosas. Como ejemplo, he aquí un fragmento de una carta de Bucero, dirigida a la jerarquía anglicana:
"No me cabe duda de que el uso de no dar a los fieles este sacramento en las manos ha sido introducido en razón de una doble superstición: en primer lugar en razón del falso honor que se desea manifestar a este sacramento y en segundo lugar, en razón de la arrogancia perversa de los sacerdotes que pretenden tener una mayor santidad que el resto del pueblo de Cristo, en virtud del Óleo de la consagración sacerdotal (...) Se puede permitir sin embargo que, durante un cierto tiempo y para aquellos cuya fe es débil, el sacramento les sea dado en la boca si así lo desean, ya que con tal que reciban una enseñanza apropiada, dichos fieles no tardarán en conformarse con el resto de la comunidad y recibirán el sacramento en la mano".
Doble objeción a la comunión en los labios: por un lado ella afirma la creencia de que existe una diferencia esencial entre el pan y el vino consagrados y el pan y el vino ordinarios. Por otro lado, ella perpetua la creencia de que entre un sacerdote y un laico existe una diferencia esencial. Su solución consiste en dejar facultativa, durante un primer tiempo, la comunión en la mano, pero dicha opción deberá ir acompañada por una gran campaña de propaganda destinada a convencer rápidamente los fieles. Es evidente que los alimentos de un cierto valor no se comen jamás con las manos. Lo único que se come con las manos es el pan ordinario y corriente. Ahora bien, en la sagrada forma después de la consagración no queda nada del pan ordinario y correinte (salvo las apariencias o accidentes). Lo que recibimos en la sagrada comunión no es un trozo de pan corriente, sino el verdadero cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, oculto bajo las apariencias del pan. Por eso es muy conveniente que la manera de tratar y de consumir la Santa Eucaristía sea diferente de la empleamos para comer un simple trozo de pan. De este modo expresamos de manera explícita al mismo tiempo que robustecemos nuestra fe en la presencia real y se evitan confusiones y equívocos.
No se trata de que la lengua sea mas digna o menos que las manos o los pies. Se trata de poner de
manifiesto que la santa Eucaristía no es un trozo de pan.
Es de señalar que tanto en oriente como en occidente el uso de dar a los fieles la comunión en la
mano desapareció sin dejar trazas desde una época muy temprana. En la iglesia cismática
ortodoxa la comunión en las manos sigue estando completamente prohibida. En la iglesia católica
se ha introducido muy recientemente el uso facultativo de recibir la sagrada forma en las manos.
¿Una tal práctica está contribuyendo en nuestros días a rodear la Santa Eucaristía del respeto y del
fervor que les son debidos? ¿Es que un cuidado y una atención particular son observados, sobre
todo en lo que concierne a las partículas?... Todo aquel que pueda y quiera mirar la realidad de las
cosas sabrá cómo responder a éstas preguntas. Bástenos citar el testimonio del cardenal Hume,
arzobispo de Westminster durante una conferencia pronunciada ante la “Washington theological
union” el 25 de junio de 1999:
“Por mi parte, quisiera compartir con muchos otros una inquietud concerniente la fe de nuestro
pueblo en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. La comunión en la mano, el desplazamiento
del sagrario del centro del altar, la ausencia de genuflexiones, según mi experiencia, han debilitado
el respeto y la devoción debidos a tan grande sacramento”20.
Arrodillarse es un modo concreto de rendir a Jesucristo, presente en la hostia consagrada, un acto
exterior de adoración antes de recibirlo en la santa comunión. Postración, genuflexión,
inclinación... son maneras de expresar con nuestro cuerpo los sentimientos de adoración de
nuestra alma.
En los evangelios encontraremos múltiples pasajes en los que aquellos que reconocen la divinidad
de Jesucristo, de manera casi “automática” se prosternan a sus pies. Por ejemplo, los Magos de
Oriente, el centurión, etc. Cristo mismo, para darnos ejemplo, cuando oraba lo hacía
prosternándose en tierra.