Que se bajen todos, que no quede ni uno solo
Los tronidos de las cacerolas dejaron de escucharse, con el repiqueteo tardío de los pobres chacareros desde los balcones de la avenida Libertador en 2008, pero aún queda el eco, tibio y subvertido, transformado en un “que se bajen todos, que no quede ni uno solo”, que se introduce en los oídos de los capitostes de la oposición y comienza a horadarlos y tumbar a cada uno de los muñequitos que se piensan apoltronados en el sillón del gran Bernardino Rivadavia.
Caen y no paran de caer. Siempre dicen que fue el segundo pero, en este caso, fue el primero que supo otear en el horizonte. En uno de sus campitos, frenó la cosechadora, levantó su dedo, y el frío le indicó que había cambiado el viento. Miró hacia la rosa de los vientos que gobernaba en el casco de su estancia y no le gustó la dirección que marcaba. Otra vez, Carlitos Renoleutemann, el piloto de tormentas que nunca estuvo, se bajó.
Su amiguito preferido en el juego del Estanciero, el primo de Joaquín Dolores Morales Solá, se estaba peinando el bigote, mientras veía cómo su gran obra, esos verdes mares de soja, se transformaban en un tsunami que crecía y crecía por las pampas, llegaba a las mesetas y los bosques y las selvas, y todo pero todo lo inundaba y lo arreciaba. El Gran DT le había dado el aval para que acompañara al piloto rubio, así que juntos naufragaron.
Desde el Sur, dejó encanecer la barba, para convertirse en el Luiz Inacio Lula Da Silva del Río de la Plata. Pero las urnitas no daban, pese a que las daban vueltas y les metían boletitas de todos los colores. Y también se tuvo que bajar, caer en el llano. Algunos dicen que hoy imita al tenor Andrea Bocelli en un karaoke de Aldo Bonzi. Así de triste fue su final.
El sacudón en la cuesta catamarqueña les golpeó fuerte y terminaron los dos encerrados en la habitación de un hotel cuatro estrellas, abriendo y cerrando la puerta del frigobar, mirando una película doblada al castellano en Space, haciendo tiempo para el Bondi que los llevara de regreso. Ambos de la tierra del buen vino, cayeron escalonados, como las internas del decadentismo federal. Primero se bajó el primo del cantante Alejandro Sanz, que tuvo que devolver la guita que habían invertido en su candidatura. Después, el otro, el tipo que le servía el agua a la motorman del proyecto nacional y popular en el inicio de las sesiones del Congreso. Dicen que el Gran DT está muy enojado, y que los tiene, a los cinco, encerrados en un sótano de Villa Ortuzar, haciendo origamis de su propia figura, aprovechando las pilas y pilas de papel que quedaron sin distribuir.