El clown estrella de Quidam, espectáculo que el Cirque du Soleil presentará aquí a partir del 29, se da el gusto de mostrar en el Teatro Metropolitan su histórico unipersonal. Dice que su entrada a la compañía canadiense le hizo cambiar su mirada sobre el circo.
Por Cecilia Hopkins
Imagen: Guadalupe Lombardo
Siempre fue el gracioso de la familia. Así al menos se autodefine el marplatense Toto Castiñeiras, clown estrella de Quidam, el espectáculo que presentará en breve el Cirque du Soleil en Argentina. Y aunque ya le falta muy poco para comenzar las funciones con la troupe canadiense (estrena el 29 de este mes), el artista se concedió el gusto de hacer tres funciones del unipersonal que había creado cuatro años antes de ingresar al Soleil. Se trata de Finimondo, estrenado en 1999 en el Auditorio de Mar del Plata, luego repuesto en Buenos Aires, en el teatro Margarita Xirgu. Las funciones serán hoy, el jueves y el viernes próximo, en el Teatro Metropolitan (Corrientes 1343). En junio y julio están previstas otras cuatro funciones. El espectáculo llegará en versión corregida y aumentada, con vestuario diseñado por Renata Schussheim, escenografía de Amadeo Azar, luces de Omar Possemato, y los muñecos y máscaras de Giancarlo Scrocco y Claudio Gallardou, respectivamente. “Cada clown tiene una habilidad especial”, dice Castiñeiras en una entrevista con Página/12. “Por eso sabe jugar con la dificultad y el error, dentro de ese mismo campo. Como lo mío es la actuación, lo que mejor hago como clown es entrar y salir de estados emocionales”, completa.
Castiñeiras tomó a los 14 años su primera clase de teatro y muy poco después pasó a improvisar personajes y textos en una plaza: “Ya estaba trabajando con el 80 por ciento de lo que hago ahora”, afirma el artista. Luego de continuar su formación en Buenos Aires junto a Toni Lestingi y Cristina Moreira, Toto decidió llevar la técnica del clown a Mar del Plata, lo cual dio origen a diversos grupos de payasos. “Lo importante era transmitir que en teatro la comunicación no pasa siempre por la palabra”, observa el artista, motivado a realizar una combinación personal de teatro y danza, actuación y movimiento. Sin embargo, nunca pensó en dedicarse al circo: “Tomé una sola clase en el Rojas –confiesa Toto–, pero me dije que eso no era para mí... Yo siempre me vi a mí mismo como actor, nunca me interesaron las destrezas”. Por entonces no podía imaginar que la gente que le había pedido permiso para filmar la función de Finimondo sería la que en 2004 lo convocaría a Montreal para sumarse a la famosa carpa del Soleil.
Cuando Toto tuvo contacto diario con los artistas de circo se dio cuenta de que ésa sería su otra escuela: “El circo me ayudó a terminar de definir mi profesión, mi oficio. El circo me dio una libertad extrema”, admite hoy. Su vida se volvió nómade, algo que no le pesa en lo más mínimo, ya que dice disfrutar de los aeropuertos y del cambio constante de país de residencia. Después de tantos años de exposición masiva, Toto admite que ya está más tranquilo, en inmejorables condiciones para presentar su antigua creación: “Me ocupé de aclarar la línea argumental, a los monólogos les sumé títeres, coreografías, sonidos, música”. La obra transcurre en los años ’20, en un circo ambulante tradicional, llegado a Venecia escapando de la Revolución Rusa. El personaje de Toto es un clown que forma un dúo junto a su hermano. Con ellos viene una contorsionista, la piedra de la discordia: la mujer ha traicionado al personaje de Toto y la obra cuenta los planes de venganza que barrunta el payaso. “Puede matar a uno de ellos, a los dos o suicidarse, cualquier cosa puede suceder: el público asiste a esta decisión”, adelanta el clown, subrayando que, a pesar de tratarse de un momento privado del protagonista, la obra integra al público permanentemente. La acción de Finimondo sucede en el camarín del payaso: “Es un lugar íntimo que contrasta con la disociación que significa salir a escena y dar paso a la extroversión total”, explica el artista. Del mismo modo, el espectáculo propone un movimiento constante entre el pensamiento del personaje y el diálogo con el público.
–¿Por qué llamó Finimondo al espectáculo?
–Cuando era chico recuerdo que mi abuelo usaba mucho esa palabra. Con ella quería decir muchas cosas: que un lugar está muy lejos o que algo se presenta como muy fuerte y maravilloso.
–¿Cómo fue cambiando la obra a lo largo del tiempo?
–Mantiene la misma idea que tuve desde siempre, a partir de la cual el espectáculo se fue armando con la intervención del público. En estos seis años vi mucho teatro en Europa y resolví reestructurar la historia, hacerla más clara. Trabajé la precisión en la expresión de las emociones. Yo diría que la obra puede verse como los últimos 50 minutos que vive un payaso, como si fuera un thriller psicológico (risas).
–¿Cuáles son los temas que usted repite en sus rutinas?
–Trabajar con la competencia es algo que también funciona siempre. Hay tanta violencia y competencia en todas partes. Pensemos en el reality, por ejemplo. Cuando la gente ve un número en el que interviene el público enseguida empieza a pensar que está preparado. Y disfruta al preguntarse ¿será cierto o no lo que está pasando?
–¿Cuál de todos los estados emocionales que usted trabaja moviliza más al público?
–Sin dudas, la ira. Es el estado emocional que siempre funciona. Cuando me enojo con el público la respuesta es increíble. Es que todos se preguntarán cómo hago para tomarme esa libertad de expresar toda la rabia que saco. La gente lo agradece, le causa mucha gracia ver en escena lo que no se anima a hacer.
Fuente: Página 12