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Viaje por Baviera (3): escapada corta a Salzburgo.

…o una(s) de cal y otra de arena.


Hoy voy a retomar los post del viaje a Baviera para relataros otra de las excursiones que pudimos realizar, en este caso a la ciudad austríaca de Salzburg. Y es que estando a menos de 150km de Munich, o menos de dos horas en tren (ver nota al final del post), y siendo una de esas ciudades que tanta gente califica como una de las más bonitas de Europa, no podía quedársenos en el tintero.

Lo cierto es que me gustaría empezar a explayarme contándoos que caímos perdidamente enamorados de esta ciudad, que sus mil torres, campanarios, callejuelas y decenas de rincones a cual más atractivo nos dejaron fascinados. Pero siendo sincero he de reconocer que aún siendo todo eso anterior cierto, la cantidad abrumadora de turistas y de negocios dedicados a ellos por todas partes, con el universo Mozart a la cabeza de todo, desgraciadamente, y en mi opinión, lo echa todo a perder. Pero como este blog va sobre cervezas, mejor me centro solo en ello.

Qué diría el pobre Wolfgang si viera
en lo que se ha convertido su ciudad…

Tras abandonar la estación de trenes y tras un paseo de una media horita hasta el centro histórico y después de subir la empinada pero breve cuesta que asciende en dirección a la fortaleza de Hohensalzburg llegamos al primer destino cervecero del día: el Stieglkeller de la cervecera local Stiegl.



Después de tanto gentío, encontrar un remanso de paz en pleno monte Monchberg donde poder tomarte alguna buena cerveza no tiene precio.


Se mire por dónde se mire, Salzburgo es preciosa.



Pero como si la ciudad estuviera empeñada en caernos mal, aquí, igual que monte más abajo, tampoco íbamos a gozar de un momento precisamente placentero. En este caso reconozco que las webs consultadas previamente al viaje avisaban de la rudeza e incluso brusquedad en el trato de sus camareros. Aún así, la realidad superó las expectativas: más de ¡40 minutos! de espera sin ser atendidos. Así que tras rebasar el límite de mi paciencia varias veces, sin entender porqué 6 camareros miraban de reojo a los clientes sin inmutarse en lugar de atendernos (no éramos más de 5 mesas), cuando ya estábamos hartos de esperar y nos disponíamos a marcharnos, entonces, y solo entonces, vino un tanque armado con falda a atendernos. Pero la cosa lejos de mejorar iba a seguir cayendo en picado…

Tras haber tenido tiempo más que de sobra para decidir las cervezas (además de poder memorizar letra por letra la carta en inglés) le comentamos nuestras elecciones: una Weiss y una Zwickl, ambas de barril. Tras recibir una respuesta negativa por parte de la camarera, ya que según ella no existía ninguna cerveza Weiss y solo podía elegir las de esa carta que afirmaba todo lo contrario, le insistí (asumiendo que mi pronunciación en alemán no había sido muy acertada) esta vez con un gesto con mi dedo índice apuntando a la cerveza en la carta. Pero empeñada en intentar aguarnos la fiesta la camarera insistía en decirme que no, que justo de esa no le quedaba. Sorprendido tras ver que en la mesa de al lado habían pedido (a otro camarero, eso sí) esa misma weisse(la serigrafía de Stiegl Weisse en el vaso era suficiente pista) volví a hacer uso de mi vocabulario gestual señalándole la cerveza de la mesa vecina a lo cual la camarera respondió con un silencio y quedándose unos segundos observando la carta tras lo cual se marchó sin decir nada. Sorprendidos y empezando a asumir que lo mejor era irnos definitivamente, de repente llegó nuevamente la ruda camarera pero esta vez con las dos cervezas en mano. Estupefacto y sin entender nada de nada miré a la Reina Lúpula y nos dispusimos por fin a tomar las cervezas.

Las codiciadas cervezas…

La zwickl tenía un aspecto tentador, ligerísimamente turbia, y en boca entraba muy suave, refrescante, con agradables recuerdos a cereal y algo cítricos al igual que en nariz, pero sin mucho recorrido, algo corta e incluso diría que algo aguada. La weiss estaba algo mejor, especialmente en aroma ya que en boca también se quedaba algo escasa y tenía demasiada carbonatación.

Tras terminárnoslas, con bastante brevedad y muy pocas ganas, he de reconocerlo, dejamos encima de la mesa el dinero justo para así marcharnos sin más demora. Eso sí, entonces si reaccionaron no uno sino dos camareros para comprobarlo…

Con tanta espera se iba haciendo hora de decidir dónde comer pero se nos planteaba un dilema: o bien habíamos tenido muy mala suerte con los camareros y asumíamos aquello de que todos pueden tener un mal día o bien era cierta esa dicha de que los camareros austríacos eran tan maleducados, cosa que me negaba a asumir pese a los numerosos comentarios en este sentido encontrados en bastantes webs de viajeros. Aún así y por si las moscas, finalmente decidimos alejarnos del centro, tomarnos con cierta filosofía la sorprendente situación y disfrutar de lo que restaba de tiempo en la ciudad. Por ello nos fuimos al Urban Keller, un sitio del que a penas sabíamos nada pero el hecho de que tuvieran de barril una Steinbierproducida por una micro de allí y sobretodo que el bar estuviera bien lejos del gentío atronador fue determinante.

Tras llegar al local y sentarnos en su acogedor biergartenllegaron dos atentos camareros que nos atendieron maravillosamente bien, como sabedores de las jugarretas que nos habían gastado sus colegas de Stiegl. La cosa empezaba a mejorar.

Aunque bastante alejado del centro,
mereció y mucho la pena venir hasta aquí.

El sitio, realmente agradable, con las mesas rodeadas de árboles y con el monte Kapuzinerberg a un flanco, tenía una carta cuidada, con muchos platos con productos ecológicos, verduras de proximidad, algunos platos vegetarianos, pan elaborado por ellos mismos, y a diferencia de lo que suele ocurrir en este tipo de locales, los precios bastante baratos (ni comparación con los del turístico y céntrico Stiegl).

Para beber nos pedimos esa tentadora Steinbiery una Zwickl. La primera y curiosa “cerveza de piedra” (aquí os dejo el enlace en el que hace tiempo hablé de este estilo) la elabora la micro Gusswerk en exclusiva para este local. Muy limpia, sin nada de turbidez, con una espuma persistente y pese a la aparentemente elevada carbonatación tenía un paso por boca realmente fácil, con unas interesantes notas frescas a lúpulo herbal y ligeramente leñoso que cortaban las notas suaves de la malta caramelizada a la piedra, nada empalagosas. En cuanto a la zwickl (una cerveza turbia como las kellerbier pero con un punto menos marcado de lúpulo), en aspecto era lógicamente turbia, rebosante de notas a cereal, pan y cítricos, con una textura sedosa y un final ligeramente astringente pero muy refrescante.

Una gozada poder disfrutar de la Steinbier... 

Para comer elegimos un schnitzel vienés realmente bueno (aunque lejos nivel asombroso del que nos tomamos en local muniqués de Schneider Weisse) y un plato alucinante a base de pechuga de pollo estofada con verduras y la citada cerveza Steinbier, acompañado con arroz. Una auténtica delicia éste último.

Fantástico ágape.

Y tras repetir un par de rondas más a base de la adictiva Steinbier y disfrutar en plan contemplativo de un tiempazo excelente (durante el verano por estos lares no suele faltar la lluvia así que los días soleados como el que pudimos disfrutar son recibidos como agua de mayo…), nos despedimos de la ciudad con sensaciones un tanto contrapuestas y sin haber disfrutado de otros locales que teníamos previstos pero aún así nos fuimos más que satisfechos por haber descubierto ese auténtico edén llamado Urban Keller.

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* Para los futuros e interesados viajeros, existe un billete de tren llamado Bayern Ticket (ticket bávaro) con el cual puedes viajar en tren por toda Baviera durante un día por unos 22€ para una persona. Pero el chollo viene cuando vas acompañado ya que entonces solamente hay que abonar 4€ más por acompañante, costando así 26€ para una pareja o 34€ para cuatro personas, lo cual está más que bien. Ah, y si os dejo aquí esta explicación es porque aunque Salzburgo está en Austria ésta ciudad es una excepción del Bayern Ticket así que hay que aprovechar…

Viaje por Baviera (2): Nürnberg.


Una de las múltiples escapadas que disfrutamos por Baviera tuvo como destino Nürnberg (Núremberg para los amigos), una ciudad del sur de Franconia situada a unas dos horas en coche al norte de Munich. Cosas de la vida, parte de nuestro viaje por Baviera coincidió unos días con la escapada de un grupo venido desde Madrid y que contaba entre sus integrantes a los “labirratorios” David y Álvaro, así que decidimos compartir jornada birrera todos juntos en esta bonita ciudad.

Pero previamente y antes del encuentro, para dar sentido al hecho de habernos pegado la paliza de conducir en coche desde Valencia hasta Baviera, nos pasamos por el que según muchos es el mejor gretränkemarkt ya no solo de Franconia sino también de toda Baviera: el Landbierparadies.


Medio escondido en una callejuela cerca de la estación de tren se encontraba este auténtico edén: más de 300 cervezas, de las cuales y aunque parezca increíble como mucho habría 4 o 5 marcas que conocíamos, todas de fábricas locales, de producción muy pequeña… Lo dicho, un paraíso que me dejó sin capacidad de reacción así que no dudamos en pedir consejo al amable dependiente. ¿El resultado? 60 botellas directas al maletero…




Tras esto nos olvidamos del coche y nos dirigimos hacia el centro, más concretamente a la cervecería Hütt’n, donde nos juntamos con el resto del citado grupo. Previendo la intensa ronda que nos aguardaba a lo largo del día nos pedimos un surtido de salchichas realmente muy ricas (aunque lo mejor estaba por llegar…) y así amortiguar el alcohol venidero.


La primera ronda de cervezas fueron Hütt'n Spezial y Krug Dunkel, ambas de barril. La primera, terriblemente bien hecha, con una carbonatación viva pero maravillosamente integrada, muy cerealosa, cítrica y con un refrescante lúpulo herbal. La segunda, bonito color rojizo, rebosante a recuerdos acaramelados, toffee, ligero cabé, pero sorprendentemente de entrada muy fácil en parte gracias a que también tenía la carbonatación muy bien integrada.

Qué jarrita más chula la de Krug, no os parece?

A continuación tomamos una Wichert Landbier Dunkel, una ahumadita escandalosamente rica, con los recuerdos a carne ahumada nada empalagosos, muy ligerita y de trago refrescante por el lúpulo herbal y rebosante de sabor, y Hutt’n Pils, destacando en aroma el lúpulo noble y trago de mediano amargor y fresco, ambas de barril.

Qué escándalo de Rauchbier (izq.)...


Tras esta segunda ronda tocaba ir pensando en ir al siguiente destino, la Hausbrauerei Alstadthof, situada justo enfrente.


En este edificio, o más concretamente en el encantador y acogedor biergarten situado en la parte posterior, nos tomamos, tras una larga espera eso sí y alguna metida de pata de una camarera falta de rodaje, una de las mejores cervezas del viaje y la mejor schwarzbier que he tenido ocasión de probar, la Alstadthof Schwarzbier. Además también pudimos probar su Rotbier(cerveza roja) y la Helles.

Aquí uno se podría quedar horas en plan contemplativo...

La Schwarz, como decía, alucinante, con muchos recuerdos a regaliz, café, pero de entrada fácil, muy fluida y de cuerpo ligero, con un posgusto larguísimo y una textura sedosa que me hace soñar despierto solo pensar en ella… Una pasada. La Rot, dulzona, con el caramelo y la fruta madura como principales protagonistas, y la Helles muy suave, en nuestra opinión la más flojilla de las tres, pero aún así no desmerece un ápice el buen nivel de los caldos aquí servidos.

Menudo tridente...

Se iba haciendo la hora de comer así que tras las compras en la pequeña tienda de la cervecera situada a la salida del local nos fuimos al Goldenes Posthorn, donde disfrutamos de las que sin ningún tipo de duda fueron las mejores salchichas de todo el viaje: las famosas y locales Nüremberger Rostbratwürst, pequeñitas como dedos, rebosantes de sabor a brasas y tan adictivas y fáciles de tomar que cinco de los seis comensales no dudamos en pedirnos una bandeja de 12 unidades por cabeza, acompañadas, como no, de un poco de ensalada de patatas y regado por unas Tucher Pils, Dunkel y Weisse, siendo ésta última la mejor de las tres. ¡Qué festín nos dimos!


Unas salchichas de otro mundo... 

Llegaba la hora de quemar algunas calorías y aunque el sol abrasador no invitaba demasiado a ello nos terminamos animando con un paseo relajado por los alrededores del castillo y así pudimos admirar la preciosa panorámica de la ciudad.

Ningún rincón de la ciudad estaba falto de encanto.

Ya de nuevo en la parte baja de la muralla nos dirigimos al Café Wanderer, un local pequeñito y con mucho encanto, pegado sobre las mismas paredes de la muralla y en cuya terraza disfrutamos de su cuidada y sugerente carta de cervezas.

De mayor quiero trabajar ahí... 


No tengo palabras para describir el gozo que sentimos al escuchar este himno mientras tomábamos éstos birrotes al atardecer…


De las 9 cervezas que tomamos y podéis ver en las dos fotos de arriba destacaría por encima de las demás la Huppendorfer Zwickel, un punto de inflexión con respecto a todas las otras cervezas del día, turbidita, bastante carbonatada, con un agradable y adictivo toque a cereal, refrescante como ella sola y con solo 4.6%. Vergonzoso que en Ratebeer la califiquen con un ¡52! En fin… También fue destacable según mis apuntes la Meister Vollbier, una dunkel muy bien terminada y rebosante de sabor, aunque el resto de contendientes no desmerecieron un ápice.

Y así, disfrutando de unas buenas cervecitas viendo como el sol bañaba de color rojizo los preciosos edificios del centro histórico nos despedimos del grupo abrumados por la inesperada belleza de esta ciudad y sus no menos sorprendentes zumos de cebada. Sin lugar a dudas, Nürnberg fue una de las más gratas sorpresas del viaje y os la recomiendo a todos los que visitéis Baviera.

Foto de grupo...

Viaje por Baviera (1): Munich.


Recién entrados en septiembre y con las pilas bien cargadas me dispongo por fin a relataros las batallitas sobre el viaje que pudimos disfrutar el pasado mes de julio por Alemania, más concretamente por Baviera. He montado los diferentes post por ciudades o temáticas similares para que así os sea más cómodo de leer y también por si alguien se anima a replicar el viaje que no tenga que ir saltando de post en post juntando información suelta tal y como en realidad la vivimos nosotros. Sin más dilación vamos con la crónica y espero os resulte interesante ya que en caso negativo os aguardan varias semanas de tortura a la alemana… ;).

Munich.

Si algo tenía de diferente este viaje con respecto a otros anteriores es que en lugar de ir recorriendo una zona de forma más o menos circular y durmiendo en cada punto del trayecto, nos asentamos en Munich y desde ahí fuimos haciendo las diferentes excursiones. La razón de ello, y en definitiva del propio viaje, la tuvo el buen amigo Diego, a quién seguramente conozcáis por su blog Unacervezaaldía…, y quien en su momento nos ofreció su casa para alojarnos, cosa que evidentemente no dudamos ni un milisegundo en aceptar. Además, hace algunos años visitamos ésta preciosa ciudad alemana y el intenso amor a primera vista que nos generó fue una de las causas principales por las que decidimos volver. Pero dejémonos de rollos y vayamos al lío.

La primera experiencia cervecera que tuvimos en Munich no tardó en llegar. Muchos kilómetros en coche divididos en dos etapas, varios atascos y mucho calor requerían de un buen premio que según Diego tenía un nombre: el Hirschgarten, o jardín de los ciervos. Relativamente apartado del bullicioso centro de la ciudad y rodeado de un inmenso parque, se alojaban las mesas de madera con los ¡8000 asientos! que tiene este enorme pero tan entrañable biergarten, el más grande de toda Baviera.

 
Ambientazo genial.

Por lo visto es uno de los secretos mejor guardados de los muniqueses y una de las razones quizás sea que allí puedes tomar unas cuantas maß (tanto aquí como en otros sitios el único tamaño de jarra disponible era el de litro) de la mítica a la par que deliciosa Helles de Augustiner Brauerei servida por gravedad directamente de las barricas de madera.



Tengo que reconocer que esta Helles está a años luz de cualquier otra lager “rubia” que habíamos probado hasta el momento y así se entienden todas las reverencias que fuimos escuchando sobre ella por parte de tanta y tanta gente. Un inicio sin duda espectacular.


El primer día entero que pudimos disfrutar de la ciudad, con un tiempazo de escándalo, por cierto, no dudamos en visitar el local de Schneider en la calle Tal: el Weisses Brauhaus. Amo las cervezas de trigo que hace ésta gente pero probarlas de barril acompañando cualquiera de sus deliciosos platos es algo bárbaro.

Me encantan estos carteles…

La primera en caer fue la TAP 5 Hopfenweisse de barril, una auténtica locura, una explosión de lúpulo realmente muy fresco y que por un momento nos hizo creer que estábamos ante alguna Pale ale californiana. Una pasada. Luego vinieron dos más, la mítica TAP6 Aventinus (barril), un clásico sobre el que sobran las palabras, y la TAP4 Meines Grünes (botella), muy fresca y ligera. Para comer, Rosana se pidió un schnitzelvienés, el mejor schnitzel del viaje con diferencia (un filete muy tierno de ternera empanado y frito, y no de pollo o cerdo como nos lo sirvieron en algunos locales) y para un servidor el asado de cerdo con cerveza Aventinus, con sauerkraut(chucrut para los amigos) y reiberdatschi(una especie de tortitas de patata rallada). No tengo palabras para describir el gozo que sentimos con esta orgía para los sentidos.


Un buen festín.

Una salsita de Aventinus celestial…

Cualquier escapada a Munich estaría vacía sin la arquetipiquísima visita a la Hofbräuhaus, y aunque ya conocíamos este mítico local fundado ni más ni menos que en el s.XVI y las hordas de turistas eran lo suficientemente aterradoras para no repetir, al final terminamos animándonos al ver un cartel que anunciaba su cerveza estacional veraniega, la Munchner Sömmer, muy fresca, ligeramente cítrica y con un punto a lúpulo muy agradable.

La imponente Festsaal de la planta superior.

Justo enfrente de la acaparadora Hofbräuhausse encuentra el local que la cervecera Ayingertiene en Munich, el Ayingers Speis und Trank, dónde se puede disfrutar de su amplísima gama de buenas cervezas (a cual, mejor) y de su comida también excelente. Lógicamente y por estar fuera de temporada no pudimos pedir su totémica doppelbock, la Ayinger Celebrator, pero una estupenda Jahrhundertde barril (ligeramente lupuladita, muy sabrosa y de trago muy fácil) y una Altbayrisch Dunkel (muy suave, entraba como la seda) regaron maravillosamente bien un leberkäse (una especie de pastel de carne) pasado por plancha muy rico y una crema de champiñones sublime con una especie de rebanadas de una albóndiga gigante de pan. Los precios, al igual que en la Hofbräuhaus, un poco más subidos que en Schneider o Augustiner, pero mereció y mucho la pena visitar este local.




Una tarde que nos tuvimos que tomar más relajadamente por razones que no vienen al caso, nos animamos a visitar el Augustiner Braustuberl, o lo que es lo mismo, el restaurante que tiene alojado la tan querida Augustiner en el mismo edificio de la fábrica donde elaboran la cerveza. Aquí volvimos a pedir la maravillosa Helles tirada por gravedad directamente de la barrica de madera y nos animamos con una muy buena Dunkel de barril (no hay comparación posible con respecto a la versión en botella). Para comer elegimos un riquísimo codillo con salsa de cerveza oscura (supuestamente de la Dunkel) y una especie de plato tipo “familia feliz” pero a la alemana, con mucha carne de cerdo asada pero también pato, salchichas… Sin duda nos pusimos las botas.

Come hasta reventar…

La verdad es que admirar los exteriores de la fábrica con sus chimeneas humeantes y oler el intenso y embriagador perfume del mosto cociéndose es una experiencia realmente inolvidable, y lo más sorprendente es que este edificio está pegado al centro de una ciudad tan grande como Munich.

Edificio austero pero con cierto encanto.

Otra de las tardes que estuvimos por la ciudad también nos acercamos al biergarten de la conocida y “leonil” Löwenbräu, el Löwenbräukeller, perfecto para resguardarse del tórrido sol veraniego de mediodía e ideal para descansar tras un paseo por la zona de Königsplatz, con su Glyptothek o el pequeño pero muy interesante museo de paleontología (siendo de ciencias, el mítico Archeopteryx tira y mucho…). Pero más allá de eso y de ver los bonitos exteriores del edificio, por el excesivo ruido y humo del tráfico colindante, en mi opinión no merece demasiado la pena acercarse hasta aquí..

El bonito (y cableado) edificio.

Radler y Helles

Si algo tiene Munich además de cerveza son muchos jardines y parques. El más conocido y grande es el Englischer Garten(jardín inglés), dónde se encuentra uno de los biergarten más turísticos de la ciudad junto con la Hofbrauhaus, el de la Chinesischer Turm o torre china. El hecho de que sea uno de esos centros “atrae-turistas” nos llevó a hacer una visita rapidita y a marcharnos sin tomar la muy cara maß de Hofbräu helles que aquí sirven. Lo mejor y que sí merece la pena es ver la torre china, admirar el cercano Monopteros o, por qué no, echarse una siestecilla rápida en cualquier rincón del inmenso jardín.

La torre china antes del embrollo turístico.

En Munich y en general en toda Alemania es poco común ver tiendas de cervezas como las que conocemos por aquí pero en su lugar existen interesantísimos getränkemarkt (supermercados de bebidas en general, no solo alcohólicas) por todas partes donde puedes comprar cervezas de la zona, pocas de otros lander, casi todas ellas son de 50cl. y a precios realmente muy bajos (entre 0,65€ y 1€ la inmensa mayoría). El que más nos gustó en Munich fue el Getränke Oase, relativamente cerca de la estación central de tren y en el que se pueden encontrar auténticas rarezas de microcerveceras que se desmarcan del triplete alemán weiss/helles/dunkel. Local pequeño pero repleto de joyas y además el tipo que lo llevaba era un cachondo muy simpático que medio chapurreaba el castellano…

Dos pequeños pasillos repletos de joyas.
Una pequeña selección de cervezas de nueva ola.

Y con este auténtico must damos por finalizado el post recopilatorio sobre lo que dio de sí a grandes rasgos Munich en cuanto a locales. Se nos quedaron en el tintero algunas visitas a algunos clásicos muniqueses como Hacker-Pschorr, Paulaner o Spaten y también algunas micros pero a cambio dedicamos ese tiempo a disfrutar de no pocas cervezas en casa y sobretodo a visitar algunos sitios maravillosos de los que ya os iremos hablando en los sucesivos post.

¡Nos vamos a Baviera!



Como algunos de vosotros ya sabéis, nos escapamos dos semanitas a Munich para aprovechar que un buen amigo está “exiliado” por aquellas tierras y así poder disfrutar, entre muchas otras cosas, de los encantos cerveciles de Baviera. Así que dejaremos el blog en standby y hasta la vuelta, aunque no prometo nada, iremos compartiendo alguna foto por Facebook para poneros los dientes largos ;).


A los que hayáis estado previamente por allí os agradecería que nos dieseis algún consejo y/o recomendación ya que no hay nada como la experiencia previa para enriquecer un viaje.

A la vuelta ya os contaremos qué tal las andanzas por las tierras del Hallertau, las Helles y las Rauchbier. ¡Hasta muy pronto!¡Prost!

Intenso fin de semana por Madrid (2/2).



Tras un viernes pletórico en todos los sentidos llegó la hora de levantarse el sábado… Cómo bien habréis intuido, con unas ganas de beber cerveza más bien nulas. Pero ya se sabe que no hay mejor remedio para la resaca que seguir bebiendo (si lee esto alguien de Alcohólicos Anónimos me declaran persona non grata de por vida…) así que aún con bastantes dudas, a ello nos dispusimos.

Si hacéis un poco de memoria, se nos había quedado pendiente La Tape por cuestiones técnicas. Así que llegó la hora de disfrutar del que a raíz de dicha visita se ha convertido en nuestra opinión en una de las dos referencias cervecero-gastronómicas de Madrid junto con el Animal.


El local, con una agradable iluminación natural proveniente de sus grandes cristaleras, es de esos sitios que transmiten buen rollo y no sabes bien el porqué. De estética moderna, pintado en tonos blancos y verdes muy suaves, algo de madera, ladrillo… muy agradable y que incitaba a sentarse pero no a marchar. Con un poco de suerte pudimos pillar mesa (el local estaba abarrotado) y tras pedir de comer nos decidimos por acompañar la manduca con la opción del Tasting de 4 cervezas de 20cl, todas de barril, por 10€. Una buena opción para probar los barriles a buen precio. En cuanto a referencias en botella, aún habiendo cosas muy interesantes, mejor centrarse en las delicias de barril.

 Los barriles disponibles aquel fin de semana.

Con el cuerpo aún un poco quejoso llegó el primer plato: una burrata di Andria (un queso de vaca fresco similar a una mozzarella por fuera pero cremoso por dentro, realmente delicioso) acompañado con una Loverbeer Madamin. La cerveza, una sour ale de precioso color rojizo que ya os adelanto que se va para las mejores cervezas del mes, acompañada del queso, nos devolvieron a la vida en un solo bocado. El festín siguió con un humus bastante conseguido y una dupla “estupenda” para cuando el estómago está en horas bajas: unos callos (había que probarlos…) y unas croquetas de boletus (muy buenas), todo acompañado por un seguro de vida cómo es Nøgne, y más concretamente, su rica Imperial Brown Ale.


Arriba la burrata con la Loverbeer. Abajo las croquetas y los callos con la Nøgne.



Con los callos aún en la mesa nos llegó la tercera cerveza, una Domus Aurea, la cual tengo que reconocer que la vimos muy venida a menos respecto a anteriores veces. Quizás fuera por estar tirada en hand-pump (no me convenció demasiado este mecanismo para esta cerveza) pero la vimos mucho más plana en comparación con la bestia de lúpulo que era antaño. Tras esta, cerramos la velada (os recuerdo, en horas bajas…) con una imperial stout, la Left Hand Wake Up Dead, riquísima, muy fácil de tomar para el estilo, y que acompañó maravillosamente bien a una tarta casera de melocotón (la repostería de este local es la estrella). Una auténtica comilona que desde aquí recomendaría a todo aquel que se acerque por Madrid y preste atención al buen manducar además de a levantar el codo con buena birra.

 No será el mejor maridaje, pero no hay duda que cada cual por su lado estaba alucinante.


Y como quien no quiere la cosa, y cómo si el ayer no existiera, tras una reparadora siestecilla nos fuimos hacia el Labirratorium, dónde nos esperaba Juan (JAB  en el mundillo blogger), otra de las personas con las que habíamos intercambiado algo más que impresiones por la red y que teníamos muchísimas ganas de conocer.


Entre cervecitas, buena conversación, un poco de queso (alucinante el queso de cabra cuyo nombre no recuerdo acompañado con mermelada Yria), y todo ello frente a un pequeño calentador (no lo había dicho aún pero el frío de esos dos días por Madrid fue de armas tomar, y no sólo para dos valencianos acostumbrados a termómetros altos…). Un muy buen rato hablando de todo un poco con los tres artífices de este proyecto que aún siendo muy joven apunta muy, muy alto… Sus estanterías rebosan calidad, un número de referencias que para haber empezado hace muy poco no tiene nada que envidiar a otras tiendas con más recorrido. Todas y cada una de las cervezas pensadas y elegidas a consciencia: clásicos belgas y alemanes, un nutrido surtido de británicas, nórdicas y bastantes estadounidenses, así como unas tentadoras baldas con unas Baladin recién llegadas (algunas de las cuales con paso por tentadora barrica), entre otras, eran las referencias. Chicos, ya sabéis lo que dicen los italianos: “piano, piano se va lontano”… Mi más sincera enhorabuena por el ilusionante proyecto.


Arriba, los 3 artífices: David, Álvaro y Juan. Abajo, un rincón alucinante



Pero se hizo la hora de empezar a calentar barras y a ello nos dispusimos JAB y los dos Lúpulos con un objetivo: la zona Bilbao, y cómo primera parada el viejo Oldenburg (del nuevo ya os hablé en el anterior post). Este local era muy pequeñito, rebosante de breweriana, luces y placas de anuncio, centenares de botellas… ofreciendo un ambiente muy acogedor (quizás en hora punta y/o con temperaturas más calidas puede llegar a ser una olla a presión). Las cervezas elegidas, un triplete de la belga Boon en botella:  Kriek(2010), Oude Gueuze a l’ancienne(2007-2008) y Mariage Parfait, siendo la primera y la última las que más gozo nos dieron.


Arriba, los interiores, sin un centímetro libre de breweriana. Abajo, el atractivo triplete espontáneo.



Con el ritmo mucho más pausado que el día anterior y con el buen Juan ejerciendo magníficamente de anfitrión por la Beer Mile, nos fuimos para L’Europe, otro de los clásicos locales para cervecear por Madrid. El interior del local, cómo sacado de un cuento, directamente nos teletransportó a algún lugar entre Alsacia y Baviera, con una decoración clásica pero muy cuidada, y también igual que el anterior local, rebosante de calidez. Muy buen ambiente. En cuanto a cervezas, una carta clásica y poco atrevida en comparación con otros locales más nuevos, pero aún así merece la pena.

 Los cuidados interiores.

Allí nos juntamos con el homolúpulo David y el gran José (Teddybeer), ésta vez acompañado por Eva, su mujer (que no se diga que la birra es sólo cosa de hombres…). Tras los saludos nos pusimos con una St. Peter’s Bitter y una Brooklyn Lagerpor nuestra parte, mientras que los demás eligieron otra St. Peter’s, y de barril una Tongerlo Bruin y una Charles Quint Ambrée, además de una cerveza de frutas cuyo nombre no recuerdo. Buenas opciones para "empezar" a calentar motores. Tras ellas vino hora de asegurar: 4 de las 6 cervezas fueron Orval (un seguro de vida que enamora más a cada sorbo, en ello coincidimos unos cuantos…), además de una Urthel Saisonnere y otra cerveza de frutas. Y para amortiguar el líquido, una ronda de salchichas y unos bocaditos bávaros (algo así cómo trocitos de pechuga de pollo empanados).

 ¡¡A la batalla!!

Se hacía tarde y faltaba una de las referencias imprescindibles de la escena cervecera madrileña, el Animal Picar & Beer, para lo cual desgraciadamente tuvimos que despedir al camarada Juan, agradeciendo su efímera pero muy agradable compañía. Tras poco más de dos minutos a pie (literal), entramos en este local que vio la luz el pasado septiembre, pero a pesar de ello, y cómo decía, se ha ganado el título de visita obligada en cualquier escapada cervecera por Madrid.


A la cabeza, Tibor Domenech, un catalán con muy buen gusto musical (mal que le pese al homolúpulo David), y con una propuesta a mi entender encomiable: juntar la buena cerveza y el vino con comida de calidad. Lo mejor, a parte de la comida, una buena carta de cervezas en botella y barril. Lo menos bueno, que los precios eran un poco elevados, aunque según nos contó Tibor, durante esa semana les había dado un buen recorte.

 Cuidadito con la comida…

En este sentido, y a pesar de haber rebasado la media noche, nos dimos una re-cena cómo quien no quiere la cosa (no me iba a marchar de Madrid sin comer en Animal!!). Así llegaron una sobrasada con un pan de otro planeta, unos chipirones de toma pan y moja… regado todo ello por unas rondas de barril (un par de alucinantes Kernel Export India Porter, además de Dougall’s Invierno, Yria Brown Ale, Mikkeller Saphir Wet Hop, Mikkeller Fair Bar…).


Arriba, una de las neveras más tentadoras. Abajo, la deliciosa Kernel Export India Porter de barril.


Pero antes siquiera de pensar en elegir botellas, Tibor nos sedujo con una tentadora carrillera de ternera que no olvidaré en muchísimo tiempo (los pocos que no la probaron, con mucho esfuerzo, lo prometo, la comieron con unos ojos que se salían de sus órbitas).

 Este plato bien merece repetir unas cuantas veces la visita al Animal, ¿eh, mr. Homo Lúpulo de manos cruzadas?


Y con el estómago lleno, llegó la hora de las botellas (en plural, sí, un plural bastante dilatado...). Y bendita hora… Tras una primera joya estadounidense, The Bruery White Oak (una barley winehecha a  partes iguales con y sin añejado en barrica de Bourbon, que dejó sin palabras a todos los comensales), llegaron cortesía de Tibor una Stone Self Righteous (maravillosa black IPA, lúpulo americano en todo su esplendor), Toccalmatto Italian Strong Ale (una barleywine rebosante de fruta confitada y dulzona por el envejecimiento en barricas de Grappa) y Alvinne Undressed Monbazillac (para la Reina Lúpula, ésta sour ale extraordinaria envejecida en barrica de Monbazillac, un vino blanco y dulce, fue la mejor con diferencia de toda la noche).

 

Con las papilas extasiadas (en aquel momento podría haber llegado el fin del mundo y nosotros tan tranquilos…), y disfrutando de una buena tertulia, llegó José con una Hoppin Frog DORIS The Destroyer(una Russian I.stout para quitarse el sombrero), abriendo así la caja de los horrores al invitar al personal. Y ya sabéis, si alguien empieza, los demás no se quieren quedar atrás… con lo cual se desató otro desfile de birrotes, a cual más alucinante… En este orden y seguidos con un “a esta invito yo”, llegaron Fantôme Pissenlit (¿quién dijo que una saison no puede ir detrás de todas las bombas anteriores?), Jester King Noble Hop (otra saison, en este caso yankie, sugerentemente lupulada al tiempo que equilibrada) y AleSmith IPA (varios coincidimos en que ésta bomba de lúpulo no estaba precisamente en su mejor momento, haciendo al pobre Tibor comprobarlo con una segunda botella…). Y hasta aquí puedo leer. Bueno, por el medio Tibor nos sacó alguna cosa más de comer (embutidos catalanes para ponerse a llorar de placer, un pica pica a base de salmón que voló en pocos segundos…) haciendo más llevadero aún el “sufrimiento” vivido/bebido.


 Nadie puso pegas al segundo “resopón”… Abajo, el crack de Tibor con algunas de las cervezas que cayeron a lo largo de la noche.


Y así dimos por finiquitado un sábado que empezó tal que así “Hoy no vamos a abusar. Lo de anoche fue demasiado…” y terminó con las manillas del reloj apuntando hacia unos números que hacía siglos que no veía (si sois futboleros, apuntando entre los dorsales que Xavi e Iniesta llevan en el Barça…). Una velada colosal en todos los sentidos, repleta de joyas para morirse de placer, con una compañía aún mejor, que nos dieron un fin de semana que decidí calificar de intenso para el título del post por no hacerlo con algo más fuerte y que nos encerraran a todos en un manicomio. En resumen, merece y mucho, muchísimo, la pena ir de birras por Madrid.

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Aquí se ha terminado el post. Seguir leyendo la parte más melodramática es responsabilidad vuestra, solamente vuestra. Avisados estáis. ¿Aún seguís ahí?

Cómo ya me conocéis, no podía cerrar sin daros las gracias a todos y cada uno de vosotros: a mi querido Jorgecín (enorme el sacrificio que hiciste por compartir velada con nosotros dándonos innumerables momentos de risa y placer), a Diego (siempre nos quedará Paris… quiero decir, Munich), a José y su mujer Eva (corazón gigantesco el vuestro, y una ceja levantada sarcásticamente que nunca olvidaré), a los Labirratorios(Álvaro, por la velada del viernes y el trato de amigo; Juan porque por fin te pudimos conocer en persona… que ya iba siendo hora y vete buscando una excusa para vernos otra vez; y David por aguantarnos todo el fin de semana, y si hubiera continuado allí seguirías…), a Tíbor y su Animal por hacernos sentir mejor que en casa (volveré, lo juro, para comer hasta que no te quede nada en la nevera), a Aurora y Antonio (la próxima que vengáis a Dénia no os libráis de nosotros… especialmente tú, Antonio, para una ración de fonética… :P), a Raúl de Irreale (como te dije, me quedé con ganas de charlar más…) y también, aunque a penas compartimos un cachito de fin de semana, a la gente de La Tape, Fábrica Maravillas, La Buena Pinta, Cervezorama, L’Europe, El Pedal y Oldenburg por hacernos disfrutar, lo cual no es nada sencillo para alguien que iba con ciertas reticencias hacia Madrid (ya sabéis, por aquello de nacer y vivir en eso que algunos califican como “la playa de Madrid”, lo cual no es nada fácil de digerir…). Bueno, y también y para que no se me ponga nadie celoso, también gracias a vosotros por estar ahí leyendo mis cuentos del abuelo cebolleta (por qué seguís ahí, ¿no? :P).