Las sonrisas eternas de l’Hospitalet.



Siempre he pensando que los bares míticos lo son por pequeños detalles. En algunos casos es una simple barra sin taburetes que de hablar tendrían mil historias que contarnos, algunas más alegres que otras pero todas igualmente interesantes. En otros la magia viene por el buen manducar, esas tapas y raciones, bocadillos, cañas, chatos de vino y mil manjares que nos hacen soñar con cada bocado o sorbo. Y finalmente donde para mi reside muchas veces el hechizo de un local es en el alma máter y todo el equipo que lo rodea, esa gente que se esfuerza por hacernos disfrutar y que en algunos casos contados consiguen elevar su templo hasta lo eterno en una especie de relación simbiótica en la cual no se entiende el proyecto sin esas personas y viceversa. Ese es el caso de dos amigos a quienes admiro enormemente, y a ellos y a su bar les quiero dedicar este post.

Seguramente algunos habréis adivinado que hablo de Manolo y de Jose, y también de su bar (si no en en los contratos al menos si en el corazón), la Cervecería Freiburg de l’Hospitalet. Fue entre el viernes y el sábado cuando las noticias se confirmaron. Me llamó el buen amigo Txema recién salido del Freiburg para contarme, entre otras cosas, lo que en las horas siguientes vería plasmado en Facebook: Manolo y Jose dejaban el local al que han hecho tan grande en estos últimos años. Un bar que va a sufrir un stop & go antes de que cada parte siga su camino por separado.

Lo que a más de uno le pueda sorprender es cómo ese bar que por desgracia tardé tanto en descubrir pero que intenté disfrutar al máximo en cada subida a les terres del nord, esa catedral del placer que no pude visitar más que cuatro veces en un espacio de tiempo tan dilatado como son dos años, me haya podido generar tantos sentimientos de satisfacción. Así que posiblemente os preguntéis qué tiene de especial el Freiburg con respecto a otros locales para provocar que cualquier escapada a Barcelona estuviera indisolublemente ligada con una parada en l’Hospitalet. ¿Quizás que sea un local tan pequeño pero con tanto carácter, coronado por esa barra con la bonita sinfonía de colores de las decenas de botellas de la pared del fondo y esa pizarra con las cervezas de barril dibujadas a mano de una forma tan minuciosa? ¿O su equipo de camareros, a quienes tienes la impresión de conocer de toda la vida con solo una visita? ¿Y qué decir de sus míticos bocadillos y la carta totémica de cervezas? Sin duda todas esas razones son mucho más que suficientes, pero Manolo y Jose, lo hacían, ahora ya en pretérito, muchísimo más grande.

Así que desde estas humildes líneas no puedo sino desear muchísima suerte a las diferentes partes y dar las gracias por las horas de placer y la cantidad de detalles que me habéis brindado, entre ellos esas sonrisas eternas de vuestras caras. Por otro lado también tengo que agradeceros que dentro de poco en lugar de una tendré dos buenas excusas cada vez que suba a Barcelona. ¡Grandes Manolo y José! ¡Grande Freiburg!


¡Corazones gigantescos los de estos dos tipos!