Ni San Expedito se salva de Lila Downs


Ya era de noche cuando la archicampeona de la oposición había terminado de hacerse una limpieza facial con 18 litros de jugo de zanahoria y pensó en depilarse las cejas, pero se sintió agotada con tanto trabajo así que lo dejó para después y decidió comerse unos sanguchitos de miga antes de la cena.
Consultó el reloj de la cocina y se dio cuenta que el pibe Fernando Carpota ya estaba hacía rato en el aire de TN. Abrió la heladera, casó un banquito, se sentó, movió unos frascos con berenjenas al escabeche y apareció el televisor que tenía exclusivo para ver su señal de noticias preferida, al tiempo que le entraba a unos triples de pavita y roquefort.
El periodista casi casi independiente repetía sin cansancio que a Ricardito Alfonsín le gustaría tener entre los suyos al "Nene" Prat Gay como ministro de Economía. De repente, sin quererlo, como un acto reflejo, escupió parte de los sanguches al tubo del televisor, fue entonces, al ver lo que había hecho, que la archicampeona empezó a sentir palpitaciones en el pecho, se agitó. Intentó calmarse, se prendió del crucifijo, no podía ser verdad, era una chicana del hijo de Raúl para que ella desista de ser la mejor presidenta de la historia argentina, eso era.
Pero no podía ser mentira porque lo estaba diciendo el carilindo de Fernando Carpota. Lila se vio envuelta en un dilema, de la angustia se bajó cuatro paquetes de galletitas Frutigrán rellenas de avena y mousse de chocolate.
Intentando contener la furia que empezaba a supurarle por los costados, se acordó que el teléfono inalámbrico estaba en la alacena, al lado de las masitas secas, y ahí nomás lo llamó al Nene Prat Gat para que le dé explicaciones. “No sé nada, ni idea, es todo verso Lila”, contestó el otrora presidente del Banco Central de la Transición Represora Duhaldista, mientras cruzaba los dedos atrás de la espalda esperando que no lleguen hasta ahí los poderes adivinatorios de su jefa partidaria. Entonces Carrioll cortó y lo llamó al Pebete Morán, su ignoto candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires, y después de despacharse con un rosario de denuncias e injurias, le pidió que salga a decir que era una vergüenza lo del radiccheta.
De pronto se dejó llevar por la ira republicana, y envalentonada, se metió raudamente en la mini capilla de su departamento. Ahí estaba ese mismo santo al que el día anterior le había dedicado horas y horas de rezos, y prendido más velas que las que le prende Falcioni a Palermo.
El beato miraba para una de las paredes, como haciéndose el boludo. Lila Downs lo sacó del altar, lo enfrentó y le chantó enojadísima: “tanto te cuesta concederme uno de mis pedidos, que se bajen todos y no quede uno solo… Encima me lo quieren quitar al Nene. Ahora te vas a quedar dado vuelta de castigo”. El pobre de San Expedito, patrono de las causas urgentes pero no por eso imposibles, ya estaba cabeza abajo, y parecía tener en su cara regordeta la expresión: “esta mina me tiene los huevos al plato”.