Recíclame en dos

Sabes que no,
no hay mucho más ahí fuera;
dentro estoy yo
con un camaleón
que cambia de escena.
No sé bien quién soy.
A veces disfrazo mi parte irreal
detrás de unas faldas.
No quiero llorar. No puedo llorar.

Ni quiero ni puedo, es verdad. No iba a servir de nada y no sería justo. Esto no tendría que ser así, yo no debería estar arrastrando los días sino saltando entre ellos. Es que casi todo tendría que ser distinto y yo no me siento con demasiadas fuerzas, no con las suficientes como para luchar por ello, tampoco con las suficientes como rendirme y olvidarlo. Me niego. Es renunciar a demasiado. Para asumir las cosas también hay que hacer un buen derroche de energías. Y así sigo, un día detrás de otro, o más bien un fin de semana detrás de otro, pensando que de éste no pasa y dejándolo pasar porque no es el mejor momento, nunca lo es. Hasta que vuelva a ser tarde y entonces dé igual porque ya siempre será mal momento y podré elegir un minuto al azar. No actuar es una forma de actuar, que a veces se me olvida.
Entonces es cuando parpadeo y pienso por un momento si lo estoy haciendo bien, si no me estoy equivocando y estoy siendo una egoísta y al momento pienso que tengo derecho, para luego pensar que no soy la única que tiene derechos y que hay quién vendió todos los suyos para regalarme a mí un racimo de derechos. Y me planteo si estoy confundiéndome y lo que tengo en realidad no es un derecho sino una obligación. Y vuelvo a cerrar los ojos y pienso que tampoco es justo y que estoy sacando todo de quicio. Y le vuelvo a dar más y más vueltas y ya no sé lo que tengo que hacer, aunque parezca que estoy decidida.

Hay algo peor que no saber quién eres: no saber siquiera quién quieres ser, ni lo que quieres querer.


Nadie me dijo que cambiar de escena fuera tan agotador.

Voy a relajarme...
Tiza