La posición del altar y la dirección adoptada por el celebrante y los fieles durante el culto litúrgico
es una cuestión de plena actualidad en el debate teológico y litúrgico. Ya han pasado los años
durante los cuales la celebración versus populum se impuso sin posibilidad de debate, hasta el punto
que fueron acalladas voces tan autorizadas como las de Jungmann, L. Bouyer, e incluso
Ratzinger, que ya en los años sesenta se elevaron contra la generalización de ésta práctica.
Cada vez parece mas urgente la “recuperación” del carácter sacrificial de la Misa, eclipsado con
frecuencia en la pastoral litúrgica de los últimos años, en favor de una concepción de la Misa
reducida à un festín, o aun encuentro fraternal.
Se va extendiendo en amplios sectores la necesidad de resaltar el doble aspecto de la Eucaristía,
que es un sacrificio además de un sacramento. De hecho en la sagrada Eucaristía no solo se
contiene y se recibe a Cristo (eucaristía-sacramento), sino que además en ella el mismo Cristo es
ofrecido en holocausto por la salvación del mundo ( eucaristía-sacrificio = Misa)
Las nociones de “sacrificio” y de “sacramento” son diferentes entre sí, aunque las dos pertenecen
al ámbito de lo religioso.
El sacrificio consiste principalmente en una ofrenda que el hombre hace a Dios. El sacramento, en
cambio, consiste en un don que Dios hace al hombre.
Los sacramentos han sido instituidos por Dios para los hombres, se administran a los hombres, etc.
En cambio el sacrificio es sólo para Dios.
Cuando celebra la Misa, el sacerdote está ofreciendo un sacrificio a la divinidad, por eso se coloca
en el altar vuelto hacia el Señor y no hacia los fieles.
En cambio, cuando administra los sacramentos (p.ej.: cuando da la comunión, o bautiza) el
sacerdote se vuelve hacia los fieles.
La posición del sacerdote de cara al pueblo es menos expresiva de la verdadera naturaleza de la
Misa. Los fieles acaban pensando que en dicho acto de culto ellos son los protagonistas, que el
sacerdote se dirige a ellos, que la Misa es ofrecida a ellos y no por ellos, lo cual es falso.
Decir, como se oye con frecuencia, que en el rito tradicional el sacerdote celebra dándole la
espalda al pueblo, es inexacto. No se trata de darle la espalda a nadie, sino de volverse todos
juntos hacia el Señor.
Todos los asistentes (incluso el sacerdote) se vuelven hacia el Señor. Esto es lo que ocurre
espontáneamente cada vez que un grupo de personas se reúnen para atender a una realidad
distinta de ellos mismos. En el cine o en el teatro todos se sientan mirando a la pantalla o al
escenario. A nadie se le ocurre decir que los espectadores se han sentado de espaldas los unos a
los otros… Lo que interesa a todos es la pantalla o el escenario, por eso todos la miran. Si uno de
los espectadores se sentara mirando a la sala, quien estaría sentado de espaldas sería él: De
espaldas a la pantalla, que es lo que atrae y congrega a los espectadores de una sala de cine o
teatro.
A las razones de sentido común que acabamos de exponer se añaden otras de carácter litúrgico e
histórico.
Se sabe con certeza que ya alrededor del ano 200 (y probablemente ya desde el comienzo del siglo
II), tanto en oriente como en occidente, los cristianos oraban vueltos hacia el oriente, hacia el sol
naciente. El testimonio de Orígenes (muerto hacia el 253) es formal, y muestra como incluso en
caso de conflicto, la orientación versus orientem debe prevalecer. He aquí su texto4 :
“Nos queda por hablar aún de la dirección celeste hacia la cual conviene mirar durante la oración. Hay cuatro
puntos cardinales: norte, sur, este y oeste; ¿Quien no reconocerá que conviene orar hacia el este, como símbolo, para
que el alma se oriente hacia la aparición de la luz verdadera?. Si las puertas de la casa se abren hacia otra
dirección, y alguien quiere orar vuelto hacia esta apertura de la casa afirmando que el cielo libre es mas atractivo
para nuestras miradas que el muro – en el caso en que, por azar, la casa no tenga ninguna apertura hacia el
oriente- habrá que replicar lo siguiente: las casas disponen de aperturas según la voluntad arbitraria de los
hombres, mientras que el oriente es más digno que los otros puntos cardinales por la obra misma de la naturaleza.
Así pues, hemos de preferir lo que la misma naturaleza ha creado a aquello que ha sido construido
arbitrariamente”.
La ley de la orientación de la oración preside en la Iglesia antigua no sólo la oración privada, sino
también la oración pública y la arquitectura de los edificios sagrados. Los testimonios relativos a
la orientación en el culto, abundan sobre todo en oriente. Como ejemplo citaremos a S. Juan
Damasceno5:
“No es por simplismo o por azar que oramos vueltos hacia oriente… Puesto que Dios es luz inteligible y que en la
Escritura Cristo es llamado Sol de justicia y Oriente, para darle culto es necesario volverse al oriente. La Escritura
dice: Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y allí colocó al hombre que había plasmado. Buscando la antigua
patria y tendiendo hacia ella, rendimos culto a Dios. También la tienda de Moisés tenía el propiciatorio vuelto
hacia el oriente. Y la tribu de Leví, que era la más insigne, acampó en la parte vuelta hacia oriente. En el templo
de Salomón la puerta del Señor se hallaba vuelta hacia oriente. Finalmente, el Señor clavado en la cruz miraba
hacia occidente y por eso nosotros nos postramos hacia oriente, mirando hacia El. En el momento de ascender al
cielo fue elevado hacia el oriente, así lo adoraron los discípulos y así vendrá de nuevo, en el mismo modo en que lo
vieron subir al cielo. Como lo dijo el mismo Señor: “Como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el
occidente, así será la venida del Hijo del hombre” (Mat. 24, 27). Por eso, esperando su venida, nos postramos
mirando hacia oriente. Se trata de una tradición no escrita, que se deriva de los Apóstoles”.
En razón de ésta práctica antiquísima las iglesias primitivas eran construidas, en general, con el
altar mirando hacia el oriente. Esta orientación del altar se señaló muy pronto por medio de una
cruz en el muro. Cuando por una serie de razones de índole práctica, que no podemos
detenernos a explicar, ya no se tuvo en cuenta la orientación geográfica del ábside, el principio de
la oración orientada hacia el Señor siguió siendo observado: La cruz puesta en el centro de todo
altar, es el foco sagrado sobre el que se centra todo el culto litúrgico.
Los trabajos históricos y litúrgicos más recientes6 ponen de manifiesto que la idea de un cara a
cara entre el celebrante y la asamblea (desconocida en la iglesia primitiva) se remonta a Lutero,
quien en su opúsculo Deutsche Messe (La Misa alemana) se expresa así:
“Conservaremos los ornamentos sacerdotales, el altar y las velas… hasta que nos convenga cambiarlos. Pero en la
verdadera misa, entre verdaderos cristianos, será necesario que el altar no quede como está y que el sacerdote se
vuelva siempre hacia el pueblo, como sin duda lo hizo Cristo durante la cena”.
Hoy en día sabemos que en tiempos de Cristo y aún siglos más tarde, se empleaba una mesa en
forma de U (en semicírculo). La parte delantera quedaba libre para permitir servir los diferentes
platos. Los convidados estaban sentados o recostados detrás de la mesa semicircular. El sitio de
honor no estaba, como pudiera pensarse, en el centro sino a la derecha (in cornu dextro).
Pero el verdadero motivo del fundador del protestantismo no es histórico, sino teológico. Al
rechazar que la misa sea un verdadero sacrificio, la eucaristía se reduce a su dimensión de
sacramento: la comunidad se reúne, hace memoria de Cristo y recibe la comunión. Pero nada de
sacrificio ofrecido a Dios.
Por lo tanto es lógico que se suprima el altar y se lo reemplace por una mesa, en torno a la cual se
celebra el banquete ritual…