La Sancta Missa en la vida del cristiano, (III).


“Así se entra en el canon, con la confianza filial que llama a nuestro Padre Dios clementísimo. Le pedimos por la Iglesia y por todos en la Iglesia: por el Papa, por nuestra familia, por nuestros amigos y compañeros. Y el católico, con corazón universal, ruega por todo el mundo, porque nada puede quedar excluido de su celo entusiasta. Para que la petición sea acogida, hacemos presente nuestro recuerdo y nuestra comunicación con la gloriosa siempre Virgen María y con una puñado de hombres, que siguieron los primeros a Cristo y murieron por Él
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“Quam oblationem… Se acerca el instante de la consagración. Ahora, en la Missa, es otra vez Cristo quien actúa, a través del sacerdote: Este es mi Cuerpo. Este es el Cáliz de mi Sangre. ¡Jesús está con nosotros! Con la Transustanciación, se reitera la infinita locura divina, dictada por el Amor. Cuando hoy se repita ese momento, que sepamos cada uno decir al Señor, sin ruido de palabras, que nada podrá separarnos de Él, que su disponibilidad –inerme- de quedarse en las apariencias ¡tan frágiles! Del pan y del vino, nos ha convertido en esclavos voluntarios: praesta meae menti de te vivere, et te ille semper dulce sapere: haz que yo viva siempre de ti y que siempre saboree la dulzura de tu amor.
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“Más peticiones: porque los hombres estamos casi siempre inclinados a pedir: por nuestros hermanos difuntos, por nosotros mismos. Aquí caben también todas nuestras infidelidades, nuestras miserias. La carga es mucha, pero Él quiere llevarla por nosotros y con nosotros. Termina el canon con otra invocación a la Trinidad Santísima: per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso…, por Cristo, con Cristo y en Cristo, Amor nuestro, a Ti, Padre Todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo, te sea dado todo honor y gloria por los siglos de los siglos.
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“Jesús es el camino, el Mediador; en Él, todo; fuera de Él, nada. En Cristo, enseñados por Él, nos atrevemos a llamar Padre Nuestro al Todopoderoso: el que hizo el cielo y la tierra es ese Padre entrañable que espera que volvamos a Él continuamente, cada uno como un nuevo y constante hijo pródigo”.
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De: San Josemaría Escrivá: Es Cristo que pasa, 14 de abril de 1960.