La degollación de San Juan Bautista


Hay un trayecto que sigue al cumplimiento de un juramento, fruto de un baile que agradó mucho al rey y a sus invitados. Desde la mesa del banquete, preparado para celebrar el cumpleaños del rey Herodes, donde Salomé había pedido la cabeza del Bautista, por instigación de su madre, se baja a la cárcel donde se está llevando a cabo la orden dada por el monarca, en presencia de la muchacha, hasta el momento en que, subiendo, de nuevo alrededor de aquella mesa, se trae como un trofeo la cabeza cortada del Bautista.

Lejos de los palacios del rey y de su vida mundana se desarrolló la vida de este profeta. En las prisiones de esos palacios y durante sus fiestas finalizó la vida de este profeta. En el desierto, con su predicación, él preparó el camino para el Mesías; en la cárcel, con el eco de las obras y de la respuesta de Jesús, Juan se preparó para el encuentro con el Esposo.

Con el agua del Jordán bautizó a aquel por quien él deseaba ser bautizado. Con su sangre, que se derramaba desde una bandeja, fue bautizado en presencia de aquel que vino después de él. Juan había dado saltos de gozo, al escuchar el saludo de María, cuando aún se encontraba en el seno de Isabel. Ahora, para completo gozo suyo, allá en la cárcel y sobre aquella bandeja: Cristo estaba creciendo y él, en cambio, estaba disminuyendo.

Y Herodes lo mandó detener, lo encadenó y lo metió en una prisión, pero sin atreverse precisamente a matar y eliminar a la "Palabra profética" (2Pe 1,19). En cambio, la mujer del rey de la Troconítida, que era la personificación de una opinión pérfida y de una perversa enseñanza, parió una hija de nombre semejante al suyo. Sus movimientos, aparentemente armoniosos, agradaron mucho a Herodes, a quien gustaban las realidades de aquella generación. Y fueron causa de que el pueblo, a partir de entonces, no tuviera ya una destacada figura profética. Y llegó la cosa hasta tal punto que los movimientos del pueblo de los judíos, que aparentemente se ajustaban a la Ley, no fueran sino los movimientos de la hija de Herodías. Pero el baile de Herodías era lo opuesto a una danza sagrada, y los que lo bailan, serán reprobados y escucharán que se les dice: "Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado" (Mt 11,17).

Ellos bailan para celebrar el cumpleaños del monarca, mientras reina sobre ellos una doctrina impía, que complace sus movimientos...

Así y todo hay que dar gracias a Dios, porque, aunque la gracia profética le haya sido quitada al pueblo, una gracia más grande que toda gracia profética se ha derramado sobre las naciones por medio de nuestro Salvador Jesús, "que llegó a ser libre de entre los muertos" (Sal 87, 6). "En efecto, él fue crucificado en razón de su flaqueza, pero ahora vive por el poder de Dios" (2Cor 13, 4).

Considera, además, a aquel pueblo, en el que se determinaran cuáles son los alimentos puros y los impuros, y se desprecia a la profecía, ofrecida en un plato como si fuera un manjar. Los judíos ya no tienen al jefe de la profecía por haber renegado de Cristo Jesús, el punto capital de toda profecía.

El profeta es decapitado a causa de un juramento que habría sido mejor violarlo que mantenerlo. En efecto, no se podía colocar al mismo novel la culpa de hacer juramentos a la ligera, y el hecho de violarlos por haber sido hechos a la ligera. No se puede parangonar el delito de eliminar a un profeta con la obligación de mantenerse fiel a un juramento.

Además, debemos prestar atención al hecho de que Herodes no manda dar muerte a Juan a la luz del sol, sino que lo hace a escondidas y en la prisión. En realidad, el actual pueblo de los judíos no reniega abiertamente de las profecías, pero reniega de ellas como puede y a ocultas, y su incredulidad queda desenmascarada por este hecho. En efecto, así como habrían creído en Jesús si hubieran creido en Moisés, de la misma manera si hubieran creído en los profetas, habrían creído también en Aquel de quien los profetas habían profetizado. Pero, al no creer en él, no creen tampoco en los profetas, y metiendo en prisión a la "Palabra profética", la mutilan. Poseen esa Palabra muerta, mutilada, sin ninguna parte sana, porque no la comprenden. Nosotros, en cambio, habiéndose cumplido la profecía que dice de él: "No le quebrarán hueso alguno" (Jn 19, 36).


Orígenes, Comentario al Evangelio de Mateo.
ORACIÓN:
Haced, os lo suplicamos, Señor,
que la piadosa solemnidad del
bienaventurado Juan Bautista,
vuestro precursor y mártir, nos
obtenga gracias eficaces de salvación.
Vos que, siendo Dios, vivís y reináis
en unidad con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.