Hay cosas que me pasan y ya ni me extraña. Como que planees un viaje cuando ya ha entrado la primavera y descubras que cualquiera de los últimos fines de semana del invierno habría sido más soleado. O que al enano se le ponga el cuerpo del revés justo ese fin de semana. O ir a hacer una visita a un castillo y llegar 5 minutos antes de que lo cierren (y muerta de frío).
Eso y no arrepentirme del viaje, a pesar de todo. Por aquello de volver a sentir esa extraña sensación de pertenencia a algún sitio, sentir que ésta es mi gente y que ésta, más que ninguna otra, soy yo. Por unos minutos pareció que todo era como antes, aunque sé que ya nunca volverá a serlo. Siempre faltará algo, y alguien, sobre todo alguien. Pero esos 5 minutos de risa incontrolada que acabaron con agujetas en la mandíbula me devolvieron a otro tiempo, a cuando las cosas eran mucho más sencillas. Creo que no sabía cuánto echaba de menos esa época. Merece la pena salvarlo.
Si me dijeran pide un deseo
preferiría un rabo de nube
un torbellino en el suelo
y una gran ira que sube
Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.
Silvio