Hay días en los que parece que todo se pone de acuerdo para conspirar contra ti. Hoy es uno de ellos. No es que me haya pasado nada especialmente grave hoy, ha sido más bien un cúmulo de pequeñas tonterías. Pero es que la vida, al final, está compuesta por pequeños detalles, al menos para mí.
Sé que no tengo derecho a quejarme demasiado, al fin y al cabo, casi todo lo que ha pasado hoy tiene solución (por ahora). Y con la racha que llevo, ya es bastante.
La semana pasada pensé que si yo creyera en destinos y en aquello de que todo pasa por algo, le estaría viendo un sentido a todo esto. La semana pasada recordé la lista con la que abrí el blog, aquellos objetivos. Hoy sé que uno no se cumplirá, pero también sé que no era el más importante. La semana pasada me di cuenta de que no lo puedo dejar más, que de repente un día se acaba todo y entonces ya sólo quedan los lamentos y la impotencia de decir palabras que sólo resuenan en una sala fría.
De entonces me quedo con ese sentimiento, con la lección aprendida. Para recuerdo prefiero otro, el de hace años, el de su vitalidad y su genio o el de aquella conversación este verano, el de las caricias a su rostro desmejorado y su enfado por haberle sumado un año de más (hay cosas que no se pierden, parece). "A ver cuándo vienes con marido", eso fue lo último que me dijo. Pobriña.
Hace tiempo leí esto en el prólogo de Por quién doblan las campanas. Sobran los comentarios, sobran hasta las canciones.
Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti.
John Donne