“Es discutir un disparate”

OPINIONES DE LA GENTE DEL TEATRO GENERAL SAN MARTIN, ENTRE LA CRITICA Y LOS PRESUPUESTOS

El dramaturgo Mauricio Kartún, el actor Raúl Rizzo y Claudio Gallardou –actor y subdirector del Teatro Cervantes– dan su visión sobre el modo “alternativo” de financiar salas que deberían sostenerse con un presupuesto adecuado.

Por Karina Micheletto

Desde su doble condición de actor y subdirector de un teatro que funciona en la ciudad, el Cervantes (dependiente de la Nación), Claudio Gallardou justifica que se realice “cada tanto, como paliativo coyuntural”, aunque no como política sostenida, un evento de las características de la fiesta de cumpleaños de Andrés von Buch. “Cuando un teatro estatal, municipal o nacional, está tan recortado de presupuesto como el San Martín, que ha sufrido porque se derivaron las partidas mayores a terminar de construir el Colón, no veo mal que el teatro tenga la creatividad para obtener recursos con este tipo de eventos, sobre todo si se destinan los fondos a mejorar las producciones y las condiciones de los actores”, opina. “Por supuesto que me uno a la advertencia del Sindicato de Actores, y también me alerta la idea de que pueda transformarse en un ‘centro de convenciones’, como dicen desde allí. Si esto se transforma en una salida cotidiana, me parecería mal. Pero la necesidad es grande: el San Martín está en un momento crítico, porque el ministro de Cultura del Gobierno de la Ciudad genera recortes muy fuertes. Hasta hace poco no había tinta para las impresoras, hay problemas edilicios serios, en las últimas tormentas se inundó el escenario de las salas. Frente a esta situación, no veo mal lo que se hizo.”

–¿Aunque para eso haya que suspender funciones?

–No, porque a los actores se les pagó igual. Y 80.000 dólares es mucha plata para un teatro, viene muy bien en este contexto. Insisto en recalcar la diferencia: si esto se transforma en una política, no lo avalo. Si es una salida frente a una necesidad, me parece justificable. De hecho, nosotros alguna vez organizamos actividades de este tipo en el Cervantes: alquilamos el teatro a Francis Ford Coppola, un lunes y un martes, para filmar.

–Pero no levantaron funciones...

–Y tampoco estábamos en la crisis tremenda que vive el San Martín. Si tuviéramos problemas para pagar los sueldos, para producir espectáculos, imagino que consideraríamos una salida de este tipo. Repito: como una salida de coyuntura. La cosa está muy difícil en el San Martín. De hecho, si Kive Staiff está renunciando debe ser porque está ahogado, porque no está de acuerdo con los recortes que se le imponen, y en estas condiciones no puede llevar adelante el teatro.

El actor Raúl Rizzo, actualmente en la obra Santa Juana de América en el teatro Regio, que pertenece al complejo, plantea la cuestión al revés: “Primero tendríamos que preguntarnos por qué se da este ahogo presupuestario, por qué el San Martín termina sumergido en esta crisis que ahora se presenta como terminal”, advierte. “Si nos quedamos con que no hay plata, estamos naturalizando el recorte del presupuesto en Cultura, en la ciudad que más recauda del país. Y así es como vamos naturalizando el recorte en escuelas y en hospitales, y estamos convalidando una política siniestra”, se planta el actor. Rizzo propone discutir sobre el presupuesto de Cultura y la forma en que se maneja: “El San Martín tiene una función que cumplir, es un espacio sostenido por el aporte de los porteños, y como ciudadano exijo que se rindan cuentas cuando veo el estado deplorable en que se encuentra no sólo la sede central del San Martín, también otras salas que dependen del complejo, como el Regio, donde estoy trabajando, donde los actores y el público tenemos que esquivar goteras en las funciones”, grafica. “Este es un síntoma más de una política y de un proyecto que lleva adelante el Gobierno de la Ciudad”, concluye el actor, y propone: “Si tenemos que apelar a la beneficencia para sostener un teatro que es de todos los ciudadanos, vayamos pensando en crear el Cáritas del San Martín”.

El dramaturgo Mauricio Kartún es aún más terminante: “Me niego a discutir sobre si el San Martín debe usarse o no para festejar un cumpleaños, cerrándolo y suspendiendo las funciones”, dice. “Me niego, sencillamente porque es un disparate, un impensable, algo que no se le pasaría a nadie por la cabeza, si no fuera como parte de la locura que genera la falta de fondos.”

–Sin embargo a alguien se le pasó por la cabeza. No sólo eso: lo llevaron a cabo...

–Sí, y es un síntoma. Lo que digo es que no tiene sentido discutir el síntoma, porque lo importante aquí es la enfermedad que está evidenciando. Y esa enfermedad es el resultado de una gestión que mira al San Martín desde esa hipótesis económica que dice que debe dar ganancias, o al menos que no debe dar pérdidas. Una hipótesis que, como en toda institución de la cultura, nunca se cumplió. La paradoja es que la actual administración considera la inversión en cultura como una pérdida, cuando a todas luces es ganancia. Por eso digo que no tiene sentido debatir el síntoma. Lo que hay que debatir es qué hacer frente a esta situación, esta locura presupuestaria que ahora se plantea en el San Martín. Y eso que hay que hacer, por cierto, no es festejar cumpleaños.

Fuente: Página 12

“Aquí, el deporte principal es la descalificación”

CINE › ENTREVISTA A GABRIEL GOITY

“Hoy en día, el que puede trabajar de actor en el país es un valiente”, señala el Puma, que ha transitado con comodidad y sin conflictos el éxito masivo en comedias de televisión y el drama teatral y cinematográfico.

Por Emanuel Respighi
Imagen: Bernardino Avila

Hay actores que por razones que ni la propia razón, ni tampoco el corazón, pueden explicar, suelen ser celebrados por el gran público cada vez que se los cruzan en una obra, película o programa de TV, pero nunca terminan de salirse de cierto lugar periférico de la memoria individual y colectiva. O sea: grandes actores que no poseen el reconocimiento que por su trayectoria deberían cosechar, amén de que nunca resultan piezas inadvertidas de los espectáculos en los que participan. En ese extraño e inexplicable espacio se lo puede ubicar a Gabriel Goity, el actor de pelada brillante que ha recorrido un largo camino en teatro, cine y TV, con el denominador común de haber dejado una huella en cada interpretación. Basta acercarse a los dos personajes que actualmente lo tienen en cartel en cine (Rompecabezas) y teatro (Un Dios salvaje) para constatar que “el Puma” es mucho más que un actor de comedia: es un todoterreno que jamás deja pagando a sus personajes. O, como prefiere definirse acorde con sus códigos de barrio, una “suerte de bodegón que te saca pastas, carne al horno, minutas y picadas con igual fruición”.

Tal vez esa versatilidad para transitar por diferentes registros sirva como explicación para comprender por qué Goity ocupa ese curioso lugar de la conciencia. No se trata de un actor que construyó su carrera sobre un único registro o medio. O quizá su “karma” sea el hecho de haber alcanzado masividad a través de programas de humor como Poné a Francella o Los Roldán, con el consabido menosprecio que acompaña a los que hacen reír a carcajadas a grandes masas. Goity ensaya su propia explicación. “Siento que soy un actor que puede hacer todos los géneros que se ocurran”, confiesa en la entrevista con Página/12. “Y por suerte a lo largo de mi carrera me convocaron para distintos registros. Lo que pasa es que he tenido el mérito y el privilegio de haber hecho éxitos masivos en la comicidad: meter 30 puntos diarios en Telefe tapa cualquier cosa.”

–A los actores que trabajan el registro humorístico se les demora más el reconocimiento, en comparación con los que privilegian el drama. ¿Usted sintió esa diferencia?

–Puede ser que haya cierta injusticia del bulbo. Hacer reír es muy difícil. De todas maneras, yo no actúo para la mirada del otro: actúo por mí. Si hago humor, lo que pienso es en hacer la mejor comicidad del mundo para la obra que hago; si me das un drama, trato de aportar mi cuota al drama de la obra. No pienso mi carrera en términos de conveniencia. No me puedo meter en la cabeza de los demás. ¿Qué es ser prestigioso? ¿Hacer drama toda la vida? ¿Acaso no es más prestigioso mostrar que uno puede tener diferentes facetas con cierta solidez? El que juega bien al fútbol muestra su calidad en el Milan o en Argentinos Juniors.

–¿Pero no influye en el trabajo actoral la mirada del otro?

–A veces creo que muchos actores conviven con el miedo a que los descubran. Entonces, prefieren quedarse en el registro que transitaron toda su vida por miedo a ser objeto del deporte principal de este país, que es la descalificación. Si un actor vive pendiente de la mirada del otro, se vuelve loco. Porque además la mirada del otro no es más que eso: una opinión. A veces escucho que colegas dicen que no hacen TV porque no les gusta. ¡Es mentira! ¡No hacen TV porque no los llaman! El actor debe convivir con las mezquindades humanas del medio sin que lo afecten.

–Habría que preguntarse, en todo caso, si es más valorable un actor que se mueve con soltura en diferentes roles y medios, o si lo es aquel que es bueno en un determinado registro.

–Hoy en día un actor que pueda trabajar de actor en el país es un valiente. Es muy difícil vivir de esta profesión y tener vigencia. ¿Se puede agradar a todo el mundo? Los actores debemos hacer lo que se nos canta, lo que a uno le gusta. Porque, además, como decía mi abuela: hagas lo que hagas, siempre van a hablar mal de vos. O porque hacés teatro off, o porque hacés teatro comercial, o porque hacés siempre drama, o porque hacés lo mismo, siempre hay un pero. ¿Por qué si hacés teatro off sos un grosso y si hacés teatro comercial sos un choto? Hay cierto discurso injusto. Hacer teatro comercial es lo más difícil que hay: la responsabilidad de bancar toda esa parafernalia detrás de una obra en la calle Corrientes es muy grande. El teatro comercial, además, no te da tiempo ni te permite equivocarte, es cruel: si la obra no funciona, se levanta. En cambio, en el off, lo que se privilegia no es la cantidad de público que va a ver una determinada obra sino el “hecho artístico”. Si no da, pasamos la gorra y listo. Hacer reír puede ser tan complejo como conmover a alguien. Yo ya me resigné y sé que no puedo agradar a todo el mundo.

La jungla y el sosiego

La versatilidad de Goity es insoslayable, fácilmente comprobable en los trabajos en los que actualmente se lo puede ver. En Un Dios salvaje (de jueves a domingo en el Paseo La Plaza), el actor interpreta a Miguel, un vendedor de cacerolas y artículos para inodoros que junto a su mujer (María Onetto) recibe a los padres de un amiguito de su hijo que le bajó dos dientes a su primogénito. Una de esas reuniones que se suelen organizar con aires protocolares, pero en la que entre malentendidos y absurdos varios la educación le cede lugar a una llamativa violencia. En la obra, cada reacción de Goity –que comparte cartel con Florencia Peña, Onetto y Fernán Mirás–, cada gesto corporal es un fósforo más que se tira al fuego de ese gran grotesco creado bajo la dirección de Javier Daulte.

La contracara de ese mundo de irracional violencia es, casualmente, Rompecabezas, la película de Natalia Smirnoff que cuenta la vida de una ama de casa que descubre, ya de grande, que posee un enorme talento para armar rompecabezas. En la pantalla grande, Goity se pone en la piel de Juan, el esposo de María (también a cargo de Onetto), un tipo de una simpleza absoluta, cuya felicidad pasa por la rutina de ir a diario a su negocio, amar a su mujer, reunir a la familia los domingos y, muy de vez en cuando, ir a pescar a Chascomús. En Rompecabezas, lejos de los exabruptos que despliega su personaje en el teatro, el actor compone con gestos mínimos a un personaje de una sencillez incuestionable.

“Hice los personajes muy diferentes para que no me digan que hago siempre lo mismo”, dispara el actor que cumple 30 años de carrera. Y arranca contando sobre el papel que hace en Rompecabezas. “Juan es un tipo muy simple, como la gran mayoría de la gente, que es un hombre que está enamorado de su mujer. Creo que el principal valor de Rompecabezas es que no coloca a este personaje en el rol de machista-objeto, que nunca se enamora. Juan está enamorado perdidamente de María, la elige como es y vive muy feliz con su trabajo y su familia. Me encantó trabajar ese mundo sencillo, porque uno como actor está acostumbrando a transitar universos por mundos tortuosos, con personajes psicoanalizados. Y gracias a Dios la mayoría de la gente no es así”, analiza.

–¿Cree que Rompecabezas describe un mundo en el que la terapia es una excentricidad de los personajes de la TV o el cine?

–La terapia es potestad de unos pocos con muchas carencias. La mayor parte de los argentinos no necesita mayores investigaciones o análisis para justificar todo lo que hace y/o deja de hacer. Estar en la piel de este personaje es fantástico. El acierto de Smirnoff es justamente no caer en el arquetipo de mujer sometida por un tipo que no la quiere y ejerce un fuerte poder sobre ella. De todas maneras, me costó mucho encontrar el personaje, porque Juan es hincha de River, por lo que tuve que lograr una gran composición: ¡Nadie me lo ha valorado como corresponde a mi fanatismo por Huracán! (risas).

–En cambio, en Un Dios salvaje, Miguel parece querer a su mujer pero en el punto en el que los miembros de la pareja se soportan mutuamente.

–Es un tipo que también ama a su mujer, lo que le ocurre es que parece estar atravesado por la tensión de la vida cotidiana en la urbe. Es un personaje que tiene contradicciones, que tuvo que negociar con su mujer, que parecería provenir de un estrato socio-cultural más elevado. En ese punto, la obra plantea una tensión interna histórica dentro del matrimonio que no existe en la película. Mientras ella parece provenir del mundo de la intelectualidad y el raciocinio, él tiene recursos más elementales. Lo interesante en la obra es que ella es tan limitada como él, sólo que provista de un discurso que la sitúa en una posición más elevada. Tiene un discurso más florido pero muestra su limitación cuando les exige a los padres del chico que le pegó al nuestro que le pida perdón de rodillas. Mientras Miguel intenta suavizar y darle naturalidad al hecho, ella no para hasta que el chico vomite su perdón.

–La obra de Yasmina Reza parece partir de la premisa de Jacques Rousseau de que en la naturaleza del hombre está ser salvaje, por más sociabilidad a la que se atenga.

–Es muy interesante ver cómo a esos cuatro personajes tan disímiles en algún momento les surge la bestia que parecen controlar en su interior. En nuestra esencia, somos todos iguales y no existen mecanismos culturales que nos borren nuestra naturaleza salvaje.

–¿Considera que Un Dios salvaje es un ensayo que explica buena parte del estado de cosas de la sociedad actual?

–La obra se queda corta en cuanto al nivel de violencia que existe en la sociedad. La realidad supera ampliamente a la ficción: cada vez por razones más banales, la bestia se presenta en la vida cotidiana.

–¿Cree que en el complemento entre el universo que cuenta Rompecabezas y aquel que narra Un Dios salvaje surge la síntesis del mundo actual?

–El de Un Dios salvaje parecería representar al mundo mediático, mientras que el de Rompecabezas muestra el mundo que no tiene cámara. Las familias simples, que se reúnen a comer los domingos, que se ayudan y se rompen el lomo laburando o estudiando son la mayoría, pero los medios nos muestran que el salvajismo es lo habitual. La necesidad de vender hace que los medios exacerben la vida salvaje. En las villas miseria, menos del 10 por ciento puede estar en cuestiones oscuras; el resto se las rebusca para sobrevivir con laburo o changas. Pero la noticia siempre es sobre el 10 por ciento. Existen los hechos de inseguridad, pero que haya un par de casos diarios en una ciudad desproporcionada como la de Buenos Aires forma parte de los manuales de la sociedad moderna. No es justo que los medios reflejen la excepción negativa. La noticia no puede estar matizada con tanta oposición por los que están a favor del Gobierno y los que no. Hoy, si defendés alguna política del Gobierno sos oficialista y si criticás algo sos golpista o clarinista. El antagonismo es una de las características más reconocibles de la historia argentina. Vamos a festejar 200 años de contradicciones y antagonismos. El Bicentenario nos encuentra tan desunidos como antaño.

Fuente: Página 12

“Aún no recibimos ninguna respuesta”

CULTURA › REPUDIO DE LA ASOCIACION ARGENTINA DE ACTORES A LA FIESTA PRIVADA EN EL SAN MARTIN

En una conferencia de prensa brindada en la puerta del teatro, el secretario general del gremio, Luis Alí, informó que enviaron cartas a Kive Staiff, Hernán Lombardi y Mauricio Macri pidiendo explicaciones. Participaron artistas, sindicalistas y legisladores.

Por Facundo García
Imagen: Guadalupe Lombardo

Después del trencito y las matracas vienen las consecuencias. La Asociación Argentina de Actores organizó ayer una conferencia de prensa en la puerta del Teatro San Martín, en repudio a la fiesta de cumpleaños que el empresario Andrés Von Buch realizó ahí –con la anuencia del Gobierno de la Ciudad– el pasado 2 de mayo. El secretario general del gremio, Luis Alí, informó que se han enviado cartas pidiendo explicaciones al director del Complejo Teatral de Buenos Aires Kive Staiff, al ministro de Cultura Hernán Lombardi y al propio Mauricio Macri. “Pero todavía no hemos recibido la más mínima respuesta”, se indignó el dirigente. No era el único enojado: a su alrededor había artistas, sindicalistas y legisladores que anticiparon las acciones a seguir.

Según trascendió, la ya célebre festichola le dejó a la institución un saldo de por lo menos ochenta mil dólares, que servirán para tapar los agujeros edilicios y tecnológicos ocasionados por la falta de presupuesto. Sin embargo muchos interpretan lo acontecido como un pisotón sobre el espacio público porteño. Para Alí –a quien llaman “el Turco”– la celebración ambientada en Las mil y una noches que tuvo lugar hace dos semanas en el San Martín constituye otro de los proverbiales papelones que se están convirtiendo en marca registrada de la gestión del PRO. Ni genios ni alfombras voladoras: lo que hubo en Corrientes al 1500 fue una juntada de la high society en la que no faltaron la comida, las odaliscas ni los mozos vestidos de marroquíes. “Y lo peor –resaltó– es que para concretar esto se suspendieron dos funciones de obras. Ni en los momentos más graves del conflicto por salarios habíamos sufrido eso.”

En la Asociación de Actores juran que de haberlo sabido antes hubieran tomado medidas preventivas. “Dado que ya es tarde para impedir nada, hemos decidido pedir que se esclarezca el hecho. Por otra parte, nos aseguran que el dinero que quedó de la fiesta será destinado al reacondicionamiento, pero tal como están las cosas nosotros no vamos a poder verificar esos gastos”, sostuvieron. Lo que queda ahora es aguardar la respuesta oficial y movilizarse; varios legisladores acompañaron la manifestación. Los de Proyecto Sur, que anteayer difundieron en la Legislatura un pedido de informes, fueron los primeros en pedir la palabra y deslizar la posibilidad de que se cite a Hernán Lombardi para que cuente públicamente cómo se montó semejante megaevento privado en una dependencia estatal. Fabio Basteiro –presidente del bloque– expresó que “es una vergüenza y casi una concepción natural del macrismo utilizar los espacios públicos al servicio de los negocios y los sectores pudientes”. “Los espacios públicos son justamente lo contrario. Es donde deben convivir e integrarse los ciudadanos a través de la cultura y el esparcimiento, permitiendo el acceso a los sectores populares”, añadió.

Su compañero de banca Julio Raffo había subido minutos antes al quinto piso del teatro para ver si podía conversar con Staiff. No tuvo suerte. “Nuestra solicitud de informes está en mesa de entradas de la Legislatura. Confiamos en tener novedades la semana que viene”, detalló. “La situación es de verdad grave. Acá se cometió un delito penal, porque en la ley orgánica del gobierno se especifican las funciones de este complejo teatral y entre ellas no está la de ser alquilado. Alguien va a tener que hacerse cargo”, insistió el abogado. El documento de Proyecto Sur pretende además indagar sobre conflictos referidos al funcionamiento de los teatros Regio, De la Ribera, Sarmiento, Presidente Alvear; así como sobre el modus operandi de la Fundación Amigos del Teatro San Martín y la situación de los trabajadores en todos esos ámbitos. En sintonía, Humberto Sabatini –dirigente de Encuentro Popular– apoyó la medida y habló en representación de Daniel Filmus, quien al igual que Juan Cabandié, Tito Menna, Gabriela Alegre y María José Lubertino expresaron su rechazo ante “un abuso que nos hace recordar lo que significaron los noventa”.

Por ahí andaba también el actor Manuel Callau, que dejó traslucir su calentura. “Esto tiene que ver con lo profundo de un ideario neoliberal que pretende que la educación, la salud y los medios de comunicación sean siempre redituables económicamente, cuando en realidad no deben medirse en esos términos”, comentó. Como corolario se leyó un comunicado que resume la postura de la entidad que organizó la reunión. El texto sostiene que “suspender los espectáculos para el festejo del cumpleaños de un excéntrico millonario no está de acuerdo con los tiempos que se viven en materia de debate en cuanto al rol del Estado, la inclusión social, los dineros públicos, los derechos humanos y de las oportunidades para las mayorías”.

En el Ejecutivo porteño las reacciones siguen siendo equívocas. Y el Six o’clock tea que iba a realizarse ayer en la Legislatura (y que en principio se había cancelado para no echar más leña al fuego de este escándalo) finalmente fue postergado por otra razón de Estado: el procesamiento de Mauricio Macri.

Fuente: Página 12

Nos sacan lo que es nuestro

Por Rita Cortese (Actriz)

Un señor paga 80 mil dólares para alquilar el San Martín, porque quiere festejar su cumpleaños ahí. ¿Justo esa noche hay dos funciones? No importa, las levantamos. ¿Quiere algún regalo en especial el señor? Sí, una obra del Ballet Contemporáneo, tome, cómo no. Pregunto: ¿Esto ocurrió realmente? Me dicen que sí, que fue público, que a nadie le pareció raro. No se entiende, no se explica, pero ocurrió. Quiero creer que la renuncia de Kive Staiff tuvo que ver con esto. De lo contrario, no podría entender cómo pudo avalar un hecho que es claramente usurpatorio, delictivo. Es usurpatorio porque el Complejo San Martín es patrimonio del pueblo. Pero al parecer quienes manejan la ciudad lo hacen con tanta impunidad, que consideran normal este tipo de cosas. Olvidan estos señores un detalle, que están cometiendo un delito, nos están sacando lo que es nuestro.

Estuve mirando los noticieros y no encontré ninguna mención a este tema. Raro, ¿no? Tampoco contaron nunca que el San Martín está siendo desmantelado. Que los talleres de sastrería y zapatería ya casi no existen. Que los actores cobramos con meses de retraso, que tenemos que organizar colectas para pagar el transporte de algunos compañeros porque no tienen ni para llegar a la función. Que el vestuario histórico del San Martín, que valía una fortuna, con trajes de clásicos de grandes vestuaristas, se arruinó porque estaba en un depósito tan mal cuidado que se le cayó el techo encima. Tampoco se ha hablado de esto. Raro, ¿no?

Fuente: Página 12

Para qué sirve un teatro oficial

Por Diego Fischerman

Imagen: Andrés von Buch: Presidente de la Cámara de Industria y Comercio Argentino-Alemana. Educado en las Universidades de Yale, Purdue y Harvard Business School. Administrador de propiedades agropecuarias. Integrante de varios directorios de compañías argentinas y filiales de multinacionales en la Argentina. Presidente del 37º Coloquio de IDEA. Ex Presidente de Arte BA.

En la Alemania del Tercer Reich, la Orquesta Filarmónica de Berlín, recientemente estatizada, tocaba en las fiestas de cumpleaños del Führer. No es un buen antecedente. Y es que por encima de la posible conveniencia económica de una determinada acción, hay consideraciones morales que, en gran medida, tienen que ver con cuestiones simbólicas. De la misma manera en que a nadie debería ocurrírsele (aunque desde ya podría suceder que así fuera) que el Cabildo o la Legislatura (un bello edificio, sin duda) pudieran ser alquilados para fiestas de casamiento, el Teatro San Martín es sostenido por el Estado para que cumpla un determinado objetivo. Es decir, si tal objetivo no estuviera, no tendría sentido que fuera financiado con el dinero de los contribuyentes. Y lo que ponen en escena hechos como el de la pasada fiestita de Von Buch (que significa “del libro”, por lo que bien podría haberse publicitado como una nueva “feria del libro”, con obvios fines culturales) es ni más ni menos que la falta de claridad y definición acerca de esos objetivos.

Como en aquellos viejos rituales en que se repiten gestos cuyo significado original fue olvidado hace tiempo, el San Martín o el Colón simplemente están. Hay que usarlos. Hay que hacerlos lo más eficientes posibles. Hay que tratar de que no hagan olas y de que no produzcan remezones políticas. Pero lo que ya nadie se pregunta es para qué tienen que servir. La pregunta, en todo caso, no es irrelevante. De su respuesta se desprende, por ejemplo, si se justifica su manutención y a qué costo. La idea de tener teatros y cuerpos artísticos oficiales –también ballets, clásicos o modernos, orquestas, populares o sinfónicas y coros– responde a una cierta concepción del Estado y de la cultura. La gigantesca inversión que demandan teatros como el San Martín y, mucho más, el Colón (sus costos aumentan exponencialmente al dedicarse de manera preeminente a un arte ya anacrónico como el de la ópera decimonónica) sólo se justifica si se cree que la cultura hace mejores a los pueblos y si hay un convencimiento acerca de que el Estado tiene una responsabilidad en la puesta a disposición de la población de esos bienes culturales. Desde ya, en ese contexto un Colón pensado sólo para los abonados –que es lo más fácil, obviamente– sería también altamente inmoral. Gastar 100 millones de dólares en la refacción y unos 100 millones de pesos anuales en su manutención para un teatro pensado para la única satisfacción de 10 mil personas no tendría sentido. Ese sentido sólo aparecería en el caso de que se creyera que la ópera es –o podría llegar a ser– importante para la población en su conjunto, o de que se recrearan los usos del teatro de manera que, además de favorecer el consumo de cultura, promoviera su creación.

Los teatros oficiales son, por definición, financiados por los Estados, en tanto cumplen funciones de política cultural que esos Estados consideran fundamentales. Su existencia, en todo caso, es incompatible con la idea de eficiencia mercantil. Para una orquesta estatal, o para un teatro que el gobierno mantiene con el fin de que muestre de la mejor manera posible las obras de Shakespeare o Wesker o Pinter o Kartun, la cuestión de la eficiencia es irrelevante. Están para otra cosa. Y esa otra cosa vale una equis cantidad de dinero. Si no se la quiere pagar, porque se considera que el gasto no vale la pena, lo que debe plantearse es otra cosa. Y, sí, en ese caso se deberá afrontar el costo político. Eso no significa que no pueda recurrirse a financiamientos externos. Pero éstos jamás deberán dañar el capital simbólico. En última instancia, estos teatros son sostenidos globalmente por los pobladores de la ciudad para que hagan arte, y si la búsqueda de aportes pecuniarios no alterara esa función, la ética no estaría comprometida. El San Martín podría vender una función a una Fundación, o incluso a una empresa y hasta, con cierto cuidado en las formas, podría ofrecer las instalaciones del foyer de la sala para un cóctel, antes o después de la función. Entre eso y el festejo de un cumpleaños, con cascadas artificiales de champagne incluidas y uno de sus cuerpos artísticos haciendo de bufones del rey, hay una distancia moral insalvable. Una distancia en la que puede leerse, además, la gran pregunta que hace tiempo ya nadie se hace: para qué sirve un teatro oficial.

“La cultura no se maneja como una empresa”

LUIS ALI, PRESIDENTE DE LA ASOCIACION ARGENTINA DE ACTORES

Por Emanuel Respighi
Imagen: Mauricio Macri (caricatura Shúfer)

El presidente de la Asociación Argentina de Actores (AAA), Luis Alí, señala que lo ocurrido “supera toda imaginación” sobre lo que el gobierno de Mauricio Macri es capaz de hacer en el área cultural. “El alquiler del San Martín para un evento privado, levantando funciones con una lógica comercial, es el último paso del Gobierno de la Ciudad respecto de su concepción de las actividades culturales. La política cultural estatal no se puede manejar como una empresa: debe pensarse en función de garantizar la pluralidad de voces e ideas, sumar lenguajes estéticos e incentivar la memoria, cuestiones que muchas veces el sector privado descuida”, subrayó el representante del gremio actoral. La AAA intentó ayer comunicarse con el ministro de Cultura porteño, pero en todas las ocasiones le contestaron que Lombardi “no estaba disponible”. “Creo que un hecho de estas características merece una explicación oficial urgente”, indicó.

Alí comenta que en una reunión con Lombardi realizada un mes y medio atrás, la asociación que preside le había “advertido sobre el rechazo absoluto al rumor que circulaba de que el San Martín se convirtiera en una especie de centro de convenciones”, y que en aquel momento el ministro “negó rotundamente tal posibilidad”. En tal sentido, y en medio de las negociaciones que la AAA tiene con el gobierno porteño para elaborar conjuntamente un acta–acuerdo para regularizar los contratos y los pagos a los profesionales del Complejo, Alí destaca que el alquiler “parece una burla” a los trabajadores y los habitantes de la ciudad. De todas maneras, aclara que no se trata de un hecho aislado: “Si se analiza que desde que Macri es jefe de Gobierno cerró el canal Ciudad Abierta, les quitó fondos a centros culturales, recortó el presupuesto del área cultural y redujo la actividad teatral del Complejo, resulta obvio que hay una intención de que incentivar y difundir cultura es tirar la plata, o que la cultura debe ser un negocio”, arriesga Alí. Desde la AAA, que aguardaba una explicación oficial para elaborar un comunicado, señalaron que si la situación del Complejo es muy asfixiante, lo que se debe procurar es incrementar el presupuesto. “Si se naturaliza el alquiler de una institución que cumple 50 años aportando un espacio único a la actividad teatral, no sólo la programación comenzará a diseñarse en función de caprichos de empresarios ricos, sino que muchos actores y directores dejarán de trabajar para el Complejo en función de esa imprevisibilidad.”

En relación con que el dinero ingresado por el alquiler haya ido a parar a la Fundación de Amigos del San Martín, el dirigente gremial puntualizó que si lo que se quiere es ayudar al teatro, lo que debería hacer la asociación es “luchar por mejorar el presupuesto que el gobierno destina al Complejo en particular, y a la cultura en general. Pero no creo que la solución económica provenga de la renta de las instalaciones de un teatro en el que trabajar es motivo de inmenso orgullo para actores de varias generaciones. El Estado no puede ni debe perder injerencia cultural porque un gobierno decide priorizar otras áreas”.

Fuente: Página 12

Entre libros, autores, sueños y revoluciones

Mario Oporto: Una charla con el director de Educación y Cultura de la provincia de Buenos Aires

Nacido y criado en la parte sur del barrio porteño de Flores, hijo de una familia de clase media baja en ascenso, Mario Oporto, director de Educación y Cultura de la provincia de Buenos Aires se sienta con Diagonales para una entrevista a contramano de las urgencias políticas. Y cuenta: "Nací en un ambiente post peronista, de finales de los '50 y principios de los '60. Padre laburante, madre ama de casa. Típico. Mi viejo era socialista, seguidor de Alfredo Palacios".

–¿Dónde estudió?

–Hice la primaria en una escuela pública de Flores que se llama Leandro Alem, frente a plaza Flores. El secundario lo hice en el Mariano Acosta, el normal de varones.

–Quería ser maestro…

–Sí, pero esa generación del secundario fue la primera de los bachilleres pedagógicos. Mi vocación era enseñar y la salida lógica era ser maestro, pero, finalmente, estudie profesorado de Historia.

–¿Por qué?

–Porque me gustaba mucho la política y pensé que Historia me ayudaría en mi formación. A los pocos meses comprendí que estaba enamorado de esa carrera, que me interesaba por encima de cualquier otra cosa.

–¿Cuales fueron sus primeras lecturas?

–En mi casa había muchas obras de teatro. Mi abuelo materno, que vivía con nosotros, participaba de teatro barrial y leía las obras que se ensayaban en casa. Después, a los 14 o 15 años, me enganche con la literatura "boom" de ese momento. Quizás hoy no los considere grandes narraciones, pero en ese momento me impactaron mucho los libros de Martha Lynch y de Silvina Bullrrich. Luego, el impacto fue con Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato. Fue una huella en aquel momento: una novela histórica sobre Lavalle junto al "Informe sobre Ciegos". También Cortázar con su Historias de cronopios y de famas por su originalidad. Y también recuerdo un librito encantador que se llamaba La manifestación, de un jovencísimo Jorge Asís. Una novela extranjera que me impacto fue El extranjero, de Albert Camus. Después, claro, llegaron los libros latinoamericanos. De todos ellos, el que más me hizo pensar fue Redoble por Rancas, de Manuel Scorza.

–¿Cuándo se acercó a los textos políticos?

–Como a todos los jóvenes de esa generación, desde muy chico me interesó la política. Con un padre socialista y un abuelo frondicista, la discusión política en casa estaba garantizada. No éramos una familia peronista. Tenía un tío abuelo militante de fierro del Partido Comunista. Y de su biblioteca siempre rescataba libros. Recuerdo haber leído mucho sobre la revolución cubana y aquel texto de Fidel Castro, "La historia me absolverá". Después vinieron libros sobre marxismo. Pero éramos chicos de barrio, no eruditos, pibes que teníamos una intuición de lo que queríamos como país.

–¿Y que querían como país?

–El socialismo, pero no nos gustaba la forma de hacer política del PC argentino. Tampoco éramos trotskistas. Vuelvo a decir: teníamos una formación muy pobre todavía. Del socialismo nos gustaba el federalismo, los caudillos, la historia revisionista. Ya en quinto año comenzó a salir la revista Polémica que nos permitió conocer a pensadores como Rodolfo Puiggrós. Mi cabeza cambió cuando de la biblioteca de mi tío abuelo saqué un libro de dos tomos que se llamaba Revolución y contrarrevolución en la Argentina, de Jorge Abelardo Ramos, un autor que desconocía. Los leímos con mi amigo del barrio y de la vida, Jorge Coscia, y nos iluminó. Nos ordenó todos los pensamientos: esto que nos gustaba intuitivamente de pensar un marxismo nacional y popular, que defendía a los federales, que no era unitario. El otro libro que me impacto fue La formación de la conciencia nacional, de Juan José Hernández Arregui. Y además de los escritores nacionales, leíamos mucho marxismo como El 18 Brumario, libros difíciles de entender a los 18 años. Pero me acuerdo que en ese grupo de lecturas y discusiones teníamos a un joven un poco más grande que los demás, un tipo brillante, que nos enseñaba muy bien: Alejandro Horowicz. Y ya que hablo de marxismo no puedo dejar de mencionar a Silvio Frondizi que nos deslumbraba con sus charlas. Eran años de mucha lectura: Frantz Fanon y Los condenados de la tierra, los libros de Paulo Freire.

–Autores con los cuales se interpretaba la realidad. Hoy, esos mismos pensadores, ¿sirven para comprender el presente?

–Bueno, los chicos de hoy pueden llegar a esos autores sobre las preocupaciones actuales. Pero me parece que esos libros ya son objeto de estudio; no sé si tal vez sirvan para comprender la realidad actual. Por supuesto, uno puede leer en autores del siglo XIX la realidad actual, pero me parece que el gran legado que tienen esos autores es que los continuemos pensando en la actualidad. Los chicos seguramente van a descubrirlos, pero a partir de lecturas actuales: no por un ejercicio de la nostalgia sino como una forma de llegar a ellos partiendo desde hoy. Leía el otro día un reportaje a Pepe Mujica en Le Monde y él cuenta la historia de donde vino: "Mire, si yo hoy tuviera que dar una clase a los alumnos empezaría diciendo que fui anarquista y que después me formé con Vivian Trías". Si uno empieza a contar así la historia puede ir a buscar quién fue Vivian Trías, un historiador socialista que fue el creador de la izquierda nacional en el Uruguay. Lo mismo si un chico quiere descubrir a Evo Morales puede conocer quien fue el padre del marxismo en Perú y casi toda América Latina, José Carlos Mariátegui, o el MNR boliviano. Los chicos tienen que entrar por los temas actuales.

–La dictadura, con sus 30.000 desaparecidos y sus mucho más exilios, truncó una generación de pensadores en la Argentina...

–Es cierto, se perdió a muchos. Pero me gustaría rescatar a tantos intelectuales que hoy en día nos siguen haciendo pensar: Horacio González, Nicolás Casullo, Ricardo Foster, Alcira Argumedo, Adriana Puiggrós, Norberto Galasso, Osvaldo Bayer. Quizás falte un polemista como lo fue Arturo Jauretche, pero me parece que hoy la polémica se da en otros ámbitos, como en el programa 6, 7, 8 o las redes sociales Facebook o Twitter. En fin, me parece que hoy la polémica política está en muchos otros ámbitos, no sólo en la escritura.

–¿Qué ficciones lo conmovieron en aquellos años de adolescencia?

–Ficciones, justamente. Llegué a Jorge Luis Borges muy temprano. Es un placer leer a quien considero uno de los más grandes escritores del siglo XX. Cada día me gusta más, es una de las pocas lecturas con la que reincido de manera permanente. Abrir cualquier libro de Borges en cualquier página es un pleno disfrute. Yo tengo una relación muy particular con la ficción. No soy muy curioso de las tramas, por eso soy un mal espectador de cine. No me importa mucho el desenlace, pero me apasionan las formas. En ese sentido, puedo leer a Borges sin importarme la historia que cuenta.

–¿Y además de Borges?

–Me gusta mucho también la historia de la literatura, me apasiona la historia de los escritores. Me hubiera gustado tener la habilidad de escribir sobre escritores.

–¿Y sobre quién le hubiera gustado escribir?

–El tipo ideal que me hubiera gustado escribir es Ricardo Piglia. Es alguien a quien conozco, un tipo que se formó en historia para luego hacer literatura. Respiración artificial es un libro conmovedor. Y, además, es un gran ensayista. Me seduce su teoría de la historia de la literatura. Es como una historia del pensamiento fascinante. A Piglia, como decía Borges sobre Lugones, lo admiro hasta el plagio.

–Y con la poesía como se lleva?

–Me encanta leerla. Lo hice desde muy joven. En aquellos años leía mucho a Nicolás Guillen, García Lorca, León Felipe, la poesía española. Creo que la canción ayudó a que conociéramos a los poetas españoles. Serrat y Paco Ibáñez nos permitieron conocer Machado, Hernández, Blas de Otero, Gabriel Celaya o Agustín Goytisolo.

–¿Está de acuerdo con el juicio de que los chicos no leen?

–No. Me parece que es injusto y erróneo tener una visión peyorativa del mundo cultural de los chicos. Porque la música, la cultura audiovisual, y los múltiples modos de comunicación que ellos tienen no se los puede tildar negativamente. Yo diría que el mundo cultural de los jóvenes es un mundo mucho más amplio que el que teníamos nosotros.

–¿Qué rol juega la escuela dentro de ese mundo?

–La escuela sigue siendo importante. Por ahí pasan cosas que no pasan por otro lado: la idea de ciudadanía, de socialización, de aprender a trabajar con el otro. La escuela todavía no pudo ser suplantada porque se aprenden cosas que no se aprenden en otro lado. Lo que sí es que hoy no se aprende todo lo que antes se aprendía en la escuela. Ya perdió el monopolio del aprendizaje. Pero considero que hay libros que si no se leen en la escuela ya nunca más se leerán.

–¿Cuáles?

–Hace un año convocamos a varios escritores y pensadores como Ricardo Piglia, Arturo Carrera, Daniel Link, Ángela Pradelli, más los titulares de las cátedras de literatura argentina de las universidades de la provincia de Buenos Aires para confeccionar una lista de los diez libros que los chicos tendrían que leer en la escuela. Finalmente llegamos a la idea de promocionar libros de José Hernández, Sarmiento, Mansilla, Arlt, Borges, Puig, Cortázar, Saer, Di Benedetto, Silvina Ocampo. No son ni los mejores ni los exclusivos, simplemente son diez libros que queremos que estén en las escuelas. Para que los chicos lean.

–Una buena frase para este Bicentenario…

–El Bicentenario implica un compromiso porque nos da una inmensa posibilidad de pensar nuestra historia. Este año es una buena oportunidad para preguntarnos cómo pensarlo, qué mirada tener frente a ese magnífico hecho. El Bicentenario nos permitió ver muchas reediciones de libros. Algunos más académicos y otros de difusión general. Por un lado tenemos, por dar un ejemplo, a Raúl Fradkin y Jorge Gelman con Doscientos años pensando la Revolución de Mayo o los libros que hace Felipe Pigna, donde muchos niños se acercan a la historia a partir de la historieta. Nosotros, desde la Dirección de escuelas tratamos de darle al Bicentenario una mirada latinoamericana. No queremos que el Bicentenario en la escuela siga siendo un hecho que muestra a la Revolución de Mayo como un acontecimiento municipal alrededor del Cabildo, con una visión de cuentito ingenuo. Preferimos que la Revolución de Mayo sea recordada con la historia de la emancipación de América y el proyecto de la unidad del continente y tal vez la historia de su fracaso incluso. Hoy, todavía sigue vigente ese inicio de la historia de Abelardo Ramos cuando dice "somos un país porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos". El año del Bicentenario tiene que abrir nuevos debates en vez de cerrar viejas certezas. No sirve mirar el Bicentenario con ojos del pasado sino con visión de futuro.

Fuente: Diagonales