La Misa dicha en latín



Cambiar de lengua es cambiar de país.
El hecho que en el templo se emplee una lengua distinta de la que empleamos en nuestra vida
cotidiana, debe hacernos comprender que cuando entramos en el templo entramos en otra patria.
Dejamos la “ciudad terrestre” para entrar en el cielo que es nuestra verdadera patria. La liturgia
terrestre es una anticipación o una imagen de la liturgia celeste.
Cambiar de lengua es un signo que nos recuerda que al entrar en la iglesia hemos de abandonar
nuestros pensamientos mundanos, nuestros intereses terrestres. En una palabra: hemos de
cambiar de patria.
Además, el latín es una lengua sagrada.


Las cosas sagradas son aquellas cosas que han sido “separadas”, “puestas a parte” y destinadas al
servicio y culto de Dios.
El latín cumple perfectamente la función de lengua sagrada, excluida del uso cotidiano y
empleada casi exclusivamente para alabar, bendecir y dar culto a Dios. Por ello el papa Pablo VI
decía con razón que el latín es una lengua angélica.
Es cierto que en nuestros días no faltan quienes nieguen la posibilidad misma de una lengua
sagrada, al reducir la utilidad del lenguaje a la comunicación interpersonal. Pero esta objeción se
inscribe en una crítica más general, que niega todo sentido dentro del cristianismo a la distinción
entre “sagrado” y “profano”. Aceptar dicho punto de vista equivale a oponer religión y
cristianismo como dos realidades opuestas, con la consiguiente reducción del cristianismo a una
dimensión terrestre y horizontal, sin apertura a la trascendencia.
En su constitución apostólica Veterum Sapientia el papa Juan XXIII expone muchas de las
cualidades y valores de la lengua latina. Dice el Pontífice que el latín es la lengua católica. En
efecto el latín es al mismo tiempo la lengua de todos los fieles en común y de ninguno en
particular. Por eso es la lengua de la Iglesia.
La Biblia nos enseña que la división de las lenguas fue la consecuencia del pecado de los
hombres. Usando un solo lenguaje universal y común, la liturgia cristiana prefigura y anuncia la
concordia y la unidad del género humano en la Jerusalén celestial.
Dice también Juan XXIII que el latín no es una lengua vulgar sino por el contrario una lengua
llena de nobleza y majestad.
Y ello en primer lugar porque el genio humano la ha ennoblecido con su sello usándola como
instrumento en la producción de obras maestras de la literatura universal, patrimonio cultural de
toda la humanidad.
Además de ello el latín es una lengua concisa que, debido a su construcción gramatical, cincela el
lenguaje otorgándole una cadencia y un vigor inigualables. El latín es una lengua de frases
lapidarias
Por último, con el uso del latín la Iglesia proclama su romanidad. La lengua que nació y se
desarrolló en la región del Latium, cuya capital es Roma, manifiesta que la Iglesia universal es
romana, fundada sobre Pedro y sus sucesores, los obispos de Roma.
Universalidad, unidad, sacralidad, cultura, romanizad… He aquí algunos de los preciosos valores
que nos transmite el latín. Esta lengua augusta no merece hallarse hoy en día en el banquillo de
los acusados. Y mucho menos que sus acusadores sean los católicos, para quienes ha sido y es la
lengua.


*


A pesar de que en nuestros días sea lícito y legítimo celebrar la misa en lengua vulgar, no se han de olvidar las intervenciones del Magisterio:
Por ejemplo:, Concilio de Trento (sesion XXII, can. 9): “Si alguno dijere (...) que sólo debe celebrarse la Misa en lengua vulgar (...), sea anatema”.
El Papa Pío VI en la bula “Auctorem fidei ” :
“La proposición que afirma que sería contra la práctica apostólica y los consejos de Dios, si no se le procuraran al pueblo modos más fáciles de unir su voz a la voz de toda la Iglesia entendida de la introducción de la lengua vulgar en las preces litúrgicas, es falsa, temeraria, perturbadora del orden prescrito para la celebración de los misterios y fácilmente causante de mayores males”.

La orientación del altar



La posición del altar y la dirección adoptada por el celebrante y los fieles durante el culto litúrgico
es una cuestión de plena actualidad en el debate teológico y litúrgico. Ya han pasado los años
durante los cuales la celebración versus populum se impuso sin posibilidad de debate, hasta el punto
que fueron acalladas voces tan autorizadas como las de Jungmann, L. Bouyer, e incluso
Ratzinger, que ya en los años sesenta se elevaron contra la generalización de ésta práctica.
Cada vez parece mas urgente la “recuperación” del carácter sacrificial de la Misa, eclipsado con
frecuencia en la pastoral litúrgica de los últimos años, en favor de una concepción de la Misa
reducida à un festín, o aun encuentro fraternal.
Se va extendiendo en amplios sectores la necesidad de resaltar el doble aspecto de la Eucaristía,
que es un sacrificio además de un sacramento. De hecho en la sagrada Eucaristía no solo se
contiene y se recibe a Cristo (eucaristía-sacramento), sino que además en ella el mismo Cristo es
ofrecido en holocausto por la salvación del mundo ( eucaristía-sacrificio = Misa)
Las nociones de “sacrificio” y de “sacramento” son diferentes entre sí, aunque las dos pertenecen
al ámbito de lo religioso.
El sacrificio consiste principalmente en una ofrenda que el hombre hace a Dios. El sacramento, en
cambio, consiste en un don que Dios hace al hombre.
Los sacramentos han sido instituidos por Dios para los hombres, se administran a los hombres, etc.
En cambio el sacrificio es sólo para Dios.
Cuando celebra la Misa, el sacerdote está ofreciendo un sacrificio a la divinidad, por eso se coloca
en el altar vuelto hacia el Señor y no hacia los fieles.
En cambio, cuando administra los sacramentos (p.ej.: cuando da la comunión, o bautiza) el
sacerdote se vuelve hacia los fieles.
La posición del sacerdote de cara al pueblo es menos expresiva de la verdadera naturaleza de la
Misa. Los fieles acaban pensando que en dicho acto de culto ellos son los protagonistas, que el
sacerdote se dirige a ellos, que la Misa es ofrecida a ellos y no por ellos, lo cual es falso.
Decir, como se oye con frecuencia, que en el rito tradicional el sacerdote celebra dándole la
espalda al pueblo, es inexacto. No se trata de darle la espalda a nadie, sino de volverse todos
juntos hacia el Señor.
Todos los asistentes (incluso el sacerdote) se vuelven hacia el Señor. Esto es lo que ocurre
espontáneamente cada vez que un grupo de personas se reúnen para atender a una realidad
distinta de ellos mismos. En el cine o en el teatro todos se sientan mirando a la pantalla o al
escenario. A nadie se le ocurre decir que los espectadores se han sentado de espaldas los unos a
los otros… Lo que interesa a todos es la pantalla o el escenario, por eso todos la miran. Si uno de
los espectadores se sentara mirando a la sala, quien estaría sentado de espaldas sería él: De
espaldas a la pantalla, que es lo que atrae y congrega a los espectadores de una sala de cine o
teatro.
A las razones de sentido común que acabamos de exponer se añaden otras de carácter litúrgico e
histórico.
Se sabe con certeza que ya alrededor del ano 200 (y probablemente ya desde el comienzo del siglo
II), tanto en oriente como en occidente, los cristianos oraban vueltos hacia el oriente, hacia el sol
naciente. El testimonio de Orígenes (muerto hacia el 253) es formal, y muestra como incluso en
caso de conflicto, la orientación versus orientem debe prevalecer. He aquí su texto4 :
“Nos queda por hablar aún de la dirección celeste hacia la cual conviene mirar durante la oración. Hay cuatro
puntos cardinales: norte, sur, este y oeste; ¿Quien no reconocerá que conviene orar hacia el este, como símbolo, para
que el alma se oriente hacia la aparición de la luz verdadera?. Si las puertas de la casa se abren hacia otra
dirección, y alguien quiere orar vuelto hacia esta apertura de la casa afirmando que el cielo libre es mas atractivo
para nuestras miradas que el muro – en el caso en que, por azar, la casa no tenga ninguna apertura hacia el
oriente- habrá que replicar lo siguiente: las casas disponen de aperturas según la voluntad arbitraria de los
hombres, mientras que el oriente es más digno que los otros puntos cardinales por la obra misma de la naturaleza.
Así pues, hemos de preferir lo que la misma naturaleza ha creado a aquello que ha sido construido
arbitrariamente”.
La ley de la orientación de la oración preside en la Iglesia antigua no sólo la oración privada, sino
también la oración pública y la arquitectura de los edificios sagrados. Los testimonios relativos a
la orientación en el culto, abundan sobre todo en oriente. Como ejemplo citaremos a S. Juan
Damasceno5:
“No es por simplismo o por azar que oramos vueltos hacia oriente… Puesto que Dios es luz inteligible y que en la
Escritura Cristo es llamado Sol de justicia y Oriente, para darle culto es necesario volverse al oriente. La Escritura
dice: Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y allí colocó al hombre que había plasmado. Buscando la antigua
patria y tendiendo hacia ella, rendimos culto a Dios. También la tienda de Moisés tenía el propiciatorio vuelto
hacia el oriente. Y la tribu de Leví, que era la más insigne, acampó en la parte vuelta hacia oriente. En el templo
de Salomón la puerta del Señor se hallaba vuelta hacia oriente. Finalmente, el Señor clavado en la cruz miraba
hacia occidente y por eso nosotros nos postramos hacia oriente, mirando hacia El. En el momento de ascender al
cielo fue elevado hacia el oriente, así lo adoraron los discípulos y así vendrá de nuevo, en el mismo modo en que lo
vieron subir al cielo. Como lo dijo el mismo Señor: “Como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el
occidente, así será la venida del Hijo del hombre” (Mat. 24, 27). Por eso, esperando su venida, nos postramos
mirando hacia oriente. Se trata de una tradición no escrita, que se deriva de los Apóstoles”.
En razón de ésta práctica antiquísima las iglesias primitivas eran construidas, en general, con el
altar mirando hacia el oriente. Esta orientación del altar se señaló muy pronto por medio de una
cruz en el muro. Cuando por una serie de razones de índole práctica, que no podemos
detenernos a explicar, ya no se tuvo en cuenta la orientación geográfica del ábside, el principio de
la oración orientada hacia el Señor siguió siendo observado: La cruz puesta en el centro de todo
altar, es el foco sagrado sobre el que se centra todo el culto litúrgico.
Los trabajos históricos y litúrgicos más recientes6 ponen de manifiesto que la idea de un cara a
cara entre el celebrante y la asamblea (desconocida en la iglesia primitiva) se remonta a Lutero,
quien en su opúsculo Deutsche Messe (La Misa alemana) se expresa así:
“Conservaremos los ornamentos sacerdotales, el altar y las velas… hasta que nos convenga cambiarlos. Pero en la
verdadera misa, entre verdaderos cristianos, será necesario que el altar no quede como está y que el sacerdote se
vuelva siempre hacia el pueblo, como sin duda lo hizo Cristo durante la cena”.
Hoy en día sabemos que en tiempos de Cristo y aún siglos más tarde, se empleaba una mesa en
forma de U (en semicírculo). La parte delantera quedaba libre para permitir servir los diferentes
platos. Los convidados estaban sentados o recostados detrás de la mesa semicircular. El sitio de
honor no estaba, como pudiera pensarse, en el centro sino a la derecha (in cornu dextro).
Pero el verdadero motivo del fundador del protestantismo no es histórico, sino teológico. Al
rechazar que la misa sea un verdadero sacrificio, la eucaristía se reduce a su dimensión de
sacramento: la comunidad se reúne, hace memoria de Cristo y recibe la comunión. Pero nada de
sacrificio ofrecido a Dios.
Por lo tanto es lógico que se suprima el altar y se lo reemplace por una mesa, en torno a la cual se
celebra el banquete ritual…

" Hajime Murano, presidente y director de Sony de México "

Hajime Murano, recibió el Premio Nacional de Calidad 2006 por sus mejores prácticas de calidad total, excelencia y competitividad. Aquí nos habla sobre el rumbo de la compañía y el negocio de la electrónica de consumo en México.. . .Entrevista a H. M.¿Qué opinas de la innovación y calidad de los productos de otros países?China es la fábrica del mundo, pero eso no nos preocupa porque nosotros

La Comunión


El tercer elemento del sacrificio eucarístico es la participación a la víctima inmolada: la comunión. Una vez concluido el canon, comienza la preparación a la comunión con la recitación del Pater Noster. Según la forma extraordinaria el Pater ha de ser cantado (o recitado) solamente por el sacerdote que celebra. Esta práctica suele sorprender a los que no tienen costumbre de frecuentar el rito tradicional de la Misa, pues en la forma ordinaria la recitación es común del sacerdote con los fieles. Hemos de explicar que la reserva del padrenuestro al sacerdote es un uso antiquísimo y característico del rito romano. San Gregorio Magno en una de sus cartas explica que una de las diferencias entre el rito romano y los ritos orientales es que en Roma el Pater es recitado solamente por el sacerdote. Existe también un testimonio más antiguo aún, de san Agustín. Después del padrenuestro la hostia consagrada que hasta entonces estaba directamente sobre los corporales, se coloca sobre la patena dando así a entender que se acerca el momento de la comunión. En la forma extraordinaria la comunión del sacerdote se produce antes y separadamente de la de los fieles. La explicación de ello se encuentra en el hecho que la primera es parte integrante del sacrificio: no puede haber misa completa si el celebrante no comulga de las especies que consagró. En cambio la comunión sacramental de los fieles aunque es muy deseable y recomendable no forma parte de la integridad de la misa.

Pero sin duda el elemento que más destaca en el modo de comulgar según la forma extraordinaria es el hecho de que los fieles reciban la comunión arrodillados y en los labios. Sin embargo, como para el latín o la orientación del altar, no es éste un elemento exclusivo del rito extraordinario. En la forma ordinaria también se contempla la comunión de rodillas y en la boca, que debería ser en teoría la regla general. Lo que ocurre que la comunión de pié y en las manos se nos ha impuesto rápidamente. El papa Benedicto XVI ha vuelto a introducir en las misas pontificias la manera tradicional de comulgar con la intención de recordar a todos que ésta sigue siendo la mejor manera para un católico de recibir respetuosamente, reverentemente y con amor a Jesús sacramentado.


La comunión de rodillas y en los labios


En el Evangelio Cristo amonesta a sus discípulos a unir la candidez de las palomas con la astucia de la serpiente . Así pues no pequemos de ingenuidad en un tema tan importante que toca el corazón del cristianismo: la Eucaristía.


La comunión en la mano es una reivindicación del protestantismo. Invocando un uso primitivo caído en desuso desde hacía siglos, los reformadores impusieron en sus iglesias la comunión en la mano. En dicha práctica veían un medio de combatir las expresiones de veneración hacia el Santísimo Sacramento, juzgadas supersticiosas. Como ejemplo, he aquí un fragmento de una carta de Bucero, dirigida a la jerarquía anglicana:




"No me cabe duda de que el uso de no dar a los fieles este sacramento en las manos ha sido introducido en razón de una doble superstición: en primer lugar en razón del falso honor que se desea manifestar a este sacramento y en segundo lugar, en razón de la arrogancia perversa de los sacerdotes que pretenden tener una mayor santidad que el resto del pueblo de Cristo, en virtud del Óleo de la consagración sacerdotal (...) Se puede permitir sin embargo que, durante un cierto tiempo y para aquellos cuya fe es débil, el sacramento les sea dado en la boca si así lo desean, ya que con tal que reciban una enseñanza apropiada, dichos fieles no tardarán en conformarse con el resto de la comunidad y recibirán el sacramento en la mano".


Doble objeción a la comunión en los labios: por un lado ella afirma la creencia de que existe una diferencia esencial entre el pan y el vino consagrados y el pan y el vino ordinarios. Por otro lado, ella perpetua la creencia de que entre un sacerdote y un laico existe una diferencia esencial. Su solución consiste en dejar facultativa, durante un primer tiempo, la comunión en la mano, pero dicha opción deberá ir acompañada por una gran campaña de propaganda destinada a convencer rápidamente los fieles. Es evidente que los alimentos de un cierto valor no se comen jamás con las manos. Lo único que se come con las manos es el pan ordinario y corriente. Ahora bien, en la sagrada forma después de la consagración no queda nada del pan ordinario y correinte (salvo las apariencias o accidentes). Lo que recibimos en la sagrada comunión no es un trozo de pan corriente, sino el verdadero cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, oculto bajo las apariencias del pan. Por eso es muy conveniente que la manera de tratar y de consumir la Santa Eucaristía sea diferente de la empleamos para comer un simple trozo de pan. De este modo expresamos de manera explícita al mismo tiempo que robustecemos nuestra fe en la presencia real y se evitan confusiones y equívocos.



No se trata de que la lengua sea mas digna o menos que las manos o los pies. Se trata de poner de
manifiesto que la santa Eucaristía no es un trozo de pan.
Es de señalar que tanto en oriente como en occidente el uso de dar a los fieles la comunión en la
mano desapareció sin dejar trazas desde una época muy temprana. En la iglesia cismática
ortodoxa la comunión en las manos sigue estando completamente prohibida. En la iglesia católica
se ha introducido muy recientemente el uso facultativo de recibir la sagrada forma en las manos.
¿Una tal práctica está contribuyendo en nuestros días a rodear la Santa Eucaristía del respeto y del
fervor que les son debidos? ¿Es que un cuidado y una atención particular son observados, sobre
todo en lo que concierne a las partículas?... Todo aquel que pueda y quiera mirar la realidad de las
cosas sabrá cómo responder a éstas preguntas. Bástenos citar el testimonio del cardenal Hume,
arzobispo de Westminster durante una conferencia pronunciada ante la “Washington theological
union” el 25 de junio de 1999:
“Por mi parte, quisiera compartir con muchos otros una inquietud concerniente la fe de nuestro
pueblo en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. La comunión en la mano, el desplazamiento
del sagrario del centro del altar, la ausencia de genuflexiones, según mi experiencia, han debilitado
el respeto y la devoción debidos a tan grande sacramento”20.
Arrodillarse es un modo concreto de rendir a Jesucristo, presente en la hostia consagrada, un acto
exterior de adoración antes de recibirlo en la santa comunión. Postración, genuflexión,
inclinación... son maneras de expresar con nuestro cuerpo los sentimientos de adoración de
nuestra alma.
En los evangelios encontraremos múltiples pasajes en los que aquellos que reconocen la divinidad
de Jesucristo, de manera casi “automática” se prosternan a sus pies. Por ejemplo, los Magos de
Oriente, el centurión, etc. Cristo mismo, para darnos ejemplo, cuando oraba lo hacía
prosternándose en tierra.


NOS HAN ALEJADO DE ÉSTO...

















...PARA ACERCARNOS A ÉSTO.
Nótese el recogimiento de las "ministras".

Canon romano de la Santa Misa


Todas las liturgias de la misa contienen un momento central durante el cual se realiza el misterio de la Eucaristía. Se trata de la oración o conjunto de oraciones durante las cuales tiene lugar la consagración del pan y del vino, transformándolos en el cuerpo y sangre de Jesucristo. A este plegaria eucarística los orientales la llaman anáfora. Los ritos orientales poseen múltiples anáforas que cambian según los tiempos litúrgicos. En cambio el rito romano se ha caracterizado por tener una sola plegaria eucarística invariable durante todo el año y que suele llamarse Canon, es decir: regla. El Canon va precedido por el canto del Prefacio, el cual si es variable y cambia según las fiestas y los periodos del año. Al prefacio sucede el canto del Sanctus, himno majestuoso que proclama la santidad y la gloria de Dios uno y trino. Una vez apagadas las últimas melodías del Sanctus reina un silencio sagrado y el celebrante se presenta solo ante Dios.


El silencio durante el Canon

Uno de los ritos que más suelen sorprender a los que descubren el usus antiquior de la Santa Misa es el silencio con que se rodea la plegaria eucarística. Hasta aquí los asistentes a la Santa Misa habían tomado parte en las oraciones y ceremonias mezclando sus voces con las del celebrante. Ahora, tras los tres toques de campanilla que acompañan el Sanctus, el sacerdote se avanza solo y entra en el sancta sanctorum.


En el Templo de Jerusalén había un lugar especialmente sagrado, el santuario, que a su vez se hallaba compuesto de dos estancias. La primera llamada el "Santo" donde mañana y tarde entraba el sacerdote que estuviese de turno para renovar el fuego del altar y quemar en él aceite perfumado e incienso, mientras que el pueblo, convocado a son de trompeta, oraba en el atrio. La segunda estancia, más sagrada aún, era llamada el "santísimo" o el "santo de los santos". Separada de la anterior por un velo o cortina, una sola vez al año entraba en ella el sumo sacerdote solo para ofrecer la sangre de la víctima inmolada.


Ahora, en la Nueva Alianza, también se avanza el sacerdote y se presenta solo ante Dios para ofrecerle el sacrificio. El Canon de la Misa o plegaria eucarística es el santuario en el que solo el sacerdote puede penetrar. He aquí el significado simbólico de éste silencio. El sacerdote pronuncia en voz baja la oración consagratoria porque la santidad de este recinto sagrado, inaccesible para el pueblo, exige que en él reine un silencio absoluto. En el silencio debe el hombre hacercarse a Dios. Las liturgias orientales expresan ésta segregación de manera aún más dramática, mediante el uso del "iconostasio". Se trata de un tabique que se alza entre el altar y la nave, más o menos a la altura donde en nuestras iglesias se sitúa el comulgatorio. El iconostasio tiene una o tres puertas a través de las cuales los fieles pueden ver el altar. Pero llegado el momento de la consagración las puertas se cierran, arrebatando a la vista de los fieles el altar y el sacerdote. Las puertas no volverán a abrirse hasta que la plegaria eucarística no haya terminado, antes de la comunión. El silencio del canon cumple en la liturgia romana la misma función que el iconostasio en oriente: pone de manifiesto la sacralidad del momento y subraya la diferencia esencial entre sacerdocio común de los fieles y sacerdocio ministerial.


Los gestos y ceremonias durante el Canon de la Misa


El valor sacrificial de la Misa queda precisado y explicitado por una serie de ritos secundarios pero sin embargo indispensables: signos de cruz, inclinaciones, genuflexiones, etc... Todo ello pone de manifiesto que al pronunciar la plegaria eucarística el sacerdote no está realizando una simple lectura en la que rememora un hecho histórico del pasado, es decir la Última Cena. Pronunciando la plegaria eucarística el sacerdote está realizando no una lectura sino una acción, es decir: un sacrificio. Con sus palabras el celebrante actualiza y hace presente de manera eficaz el sacrificio de Cristo. Entre todos esos gestos sobresale la elevación de las especies consagradas. Precedida y seguida de la genuflexión del celebrante, acompañada del sonido de las campanillas y de la incensación si el rito es solemne, éste gesto de introducción relativamente tardía señala el momento culminante de la acción sagrada: Dios se hace realmente presente sobre el altar.














El Ofertorio



Como su nombre indica el ofertorio consiste en la ofrenda de la víctima.
Durante los primeros siglos el ofertorio consistía solamente en el gesto de ofrenda de la hostia y
del cáliz. Se trataba de un rito minuciosamente reglamentado pero “mudo”.
Más tarde, durante la época carolingia, el desarrollo de la liturgia comporta que diversos ritos que
hasta entonces se limitaban al gesto fuesen acompañados por oraciones que expliquen su
significado.
Es entonces cuando se elaboran las oraciones de nuestro ofertorio. En ellas se expresa mediante
palabras el sentido del gesto de ofrecer la hostia y el cáliz antes de su consagración. De hecho,
una vez que las liturgias alcanzan un cierto grado de madurez ya no basta para empezar con la
plegaria eucarística que las materias de pan y vino se hallen presentes en debida cantidad y
calidad; es preciso que se coloquen con las ceremonias y oraciones correspondientes encima del
altar, con lo cual entran ya en el movimiento oblativo que culminará en la consagración. Por eso
lo que se ofrece a Dios no es el pan y el vino en si mismos, sino el cuerpo y la sangre de Cristo
que dentro de poco se harán presentes sobre el altar bajo las apariencias de pan y vino.
La oración de ofrenda de la hostia Suscipe, sancte Pater es de origen galicano. El testimonio escrito
mas antiguo que conservamos de ella data del año 877.
La fórmula de ofrenda del cáliz Offerimus tibi Domine aparece escrita por vez primera en un
sacramentario conservado en el monasterio de San Galo (Suiza) y que data de los siglos IX – X.
Estas oraciones las pronuncia el sacerdote en voz baja por tratarse de oraciones privadas nacidas
(como ya hemos explicado) de la necesidad de acompañar los gestos con fórmulas que expliciten
su significado.
Los autores de la reforma del misal en tiempos de Pablo VI no supieron apreciar el sentido y el
valor de estas oraciones. Al debilitar el vínculo profundo entre ofertorio y consagración ya no
vieron lógico llamar al pan Hostiam inmaculatam ni al vino Calicem salutaris.
Así que para reemplazar las oraciones del rito romano los reformadores buscaron otras en los
demás ritos cristianos (tanto orientales como occidentales). Pero tuvieron que constatar que todas
las tradiciones litúrgicas cristianas o no tenían oraciones de ofertorio (sólo el gesto mudo) o si las
tenían su contenido era análogo al de las que querían cambiar.


Lo que hicieron entonces fue copiar unas oraciones judías para bendecir la comida. Esas son las
oraciones del ofertorio en la forma ordinaria. En ellas se dan gracias a Dios por el pan y por el
vino que es lo que se presenta a Dios.
Sin ánimo de polémica, creo que es muy de lamentar que se haya ignorado toda la tradición
cristiana para reemplazarla por unas fórmulas judaicas en las que no aparece ninguna referencia a Cristo.
Durante el ofertorio tiene lugar un numeroso conjunto de ceremonias (incensaciones, bendición
e imposición del agua, lavatorio de manos, signos de cruz, etc.) Faltos de tiempo no podemos
detenernos en cada una de ellas. Vamos a considerar tan sólo uno de dichos ritos, que es propio
de la forma extraordinaria. El celebrante, una vez ofrecida la hostia, la deposita directamente
sobre los corporales. La patena no volverá a servir hasta la fracción y comunión. Este rito pone
de manifiesto de forma simbólica la diferencia entre inmolación y comunión. El sacrificio (es
decir, la consagración) se realiza directamente sobre el ara. Más tarde, cuando llega el momento
de participar a la carne de la víctima inmolada se la coloca sobre la bandeja, es decir, la patena.