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Ciclo Narración Oral en el Pasaje Rodrigo de La Plata

Haydée Guzmán: “Creemos que ahora es época para la palabra”

Espectáculos coordinados por especialistas que motivan la escucha

"Tenemos pasión por lo que hacemos y eso se transmite", dijo Haydée Guzmán cuando Diagonales le consultó acerca del aumento significativo de público en los espectáculos de narración oral que realiza junto a Silvia Zemborain.

Estas dos mujeres se conocieron en un taller que dictó Claudio Ledesma y, luego de las prácticas propias del espacio, "nos sentimos cómodas trabajando juntas y dijimos 'vamos a hacer un espectáculo, por ejemplo, de tías…' y buscamos material literario que tenga que ver con eso y lo seguimos haciendo con otros temas", recordó Guzmán sobre los comienzos.

Fue así que el dúo se unió con Hugo Cháves y Analía Ouviña, los cuatro integran el equipo estable de Cuentos en el aire, el programa que se emite todos los domingos de 22 a 24, por Radio Universidad (FM 107.5).

Como Guzmán y Zemborain están "preocupadas en generar espacios para la narración oral" también se abrieron camino en diferentes lugares de la ciudad: el Café Martínez del Pasaje Rodrigo (51 entre 4 y 5, primer piso), donde se presentan todos los miércoles, y en la Confitería Brioche Dorée de la Librería El Ateneo (50 entre 8 y 9), en la cual muestran su arte todos los jueves.

"Nosotras estamos contando hace tres años en todos lados donde tenemos oportunidades. Decidimos crear el espacio para la narración y no contar siempre nosotras sino invitar a distintos narradores. Y como nos está yendo tan bien en el Pasaje Rodrigo y en el Ateneo, es posible que empecemos los domingos en el Ateneo de Florida, así que también vamos a darle impulso a eso", adelantó Guzmán, que por esta semana se enfrentará sola a su público, debido a que su compañera está "momentáneamente inmovilizada", porque la operaron de un pie.

Y como ninguna quiere "desperdiciar un espacio para la escucha, porque si no hacemos el espectáculo se pierde la costumbre", ella se pondrá al frente de Te cuento un amor, que será un "repaso de distintos tipos de amor" a través de distintas obras, que se podrá presenciar este miércoles a las 18, en el Pasaje Rodrigo.

Para los interesados, un adelanto de lo que se escuchará: "El hada del arrabal", de Marita Von Saltzen; "Verano trágico", de Haydée Guzmán; "La noche de los feos", de Mario Benedetti, "Huracán", de Alejandra Oliver Gulle; "La tía Daniela", de Ángeles Mastretta; y "Apareciste y desapareciste fp42", también de Haydée Guzmán.

Cómo. "A veces hacemos cuentos libres, a veces porque nos piden, a veces porque salen, a veces convocamos a micrófonos abiertos, que quiere decir que cualquier narrador que quiera se presenta, nos dice el cuento y la duración que tiene y le buscamos el espacio, porque en los espacios que coordinamos tratamos de invitar a narradores consagrados y también a los que empiezan para que se enfrenten con el público, porque eso también permite que cambiemos de estilo y de público", explicó Haydée Guzmán sobre la dinámica de las presentaciones.

–¿Considera que hay un auge de los espectáculos de narración oral?

–Creemos que no hay muchos espacios para la escucha, la gente se sorprende, no está informada acerca de donde hacer cursos y talleres. A los nuevos narradores les cuesta encontrar espacios y en La Plata, aunque a muchos le sorprenda, debe haber narración oral desde 25 años, pero son circuitos muy cerrados como para que el público en general se entere. Por eso nosotros queremos popularizar la narración, porque creemos en la narración como un acercamiento a la literatura. Cuando terminan los espectáculos la gente se acerca y te pregunta: "¿De donde sacaste ese cuento?, voy a ver si lo leo". Y creemos que es época para la palabra, que está haciendo mucha falta, la gente nos pide espectáculos y no hay muchos.

–¿Qué siente cada vez que está frente al público?

–Siempre te genera un hormigueo en el estómago, hasta que empezás a mirar las caras y los ojos y tomás las fuerzas. La energía te potencia y el clima que se genera es espectacular. Nosotras tuvimos la suerte de generar un público para la escucha, que va a escuchar cuentos y de paso se toma el café, no al revés.

Haydée Guzmán se define a ella misma y a su co-equiper Silvia Zemborain como "enamoradas" de lo que hacen y desean que otras personas descubran la magia de la narración: "cuando nos consultan yo le comento dónde y cuándo aprender. Hablamos con tanta pasión que lo que transmitimos es justamente eso, pasión. Algo que yo recomiendo a todos es que no dejen de pasar por la cátedra de narración de la Facultad de Periodismo, que coordina Susana Lino. Ese es uno de los lugares por excelencia, donde se integran bien los fundamentos teóricos con la experiencia práctica". La especialista, también recomendó el Taller para el incentivo de la creatividad que dicta el español Miguel Fo, pero ese es exclusivo para "narradores con algo de experiencia".

Fuente: Diagonales

El poeta Gustavo Caso Rosendi de nuestra ciudad de La Plata

La poesía como un medio para decir lo que "no se puede decir"; eso es el género para el poeta Gustavo Caso Rosendi, de nuestra ciudad. Le tocó ser combatiente en Malvinas y, aunque escribe desde antes de la guerra, asegura que esa experiencia fue transformadora en todo sentido.

Se enamoró de la poesía siendo muy chico, quizás, porque de ese género era uno de los pocos libros que había en la casa en la que creció. Nacido en Esquel, Chubut, hace 47 años, el poeta Gustavo Caso Rosendi vino con su familia a vivir a La Plata a los 5. Se instalaron en City Bell, donde vivió hasta que volvió de la guerra de Malvinas, menos de dos décadas después, cuando se radicó definitivamente en el casco urbano de nuestra ciudad.

Aunque sus primeros escritos -que también incluían cuentos- datan de antes de que le toque participar del desigual enfrentamiento bélico, él mismo asegura que a partir de ese momento se decidió a “tomar la literatura en serio”, y comenzó a cursar talleres.

Pero, volviendo hacia su infancia, confiesa que fue un libro de poesías titulado La vida y media, de un escritor llamado Roberto Sánchez, también primo de su madre, el que lo cautivó por primera vez. “Esas palabras tan difíciles, ¿qué querrían decir?, me preguntaba yo”, recuerda Gustavo en diálogo con Hoy.

Entre otras miles de cosas en las que Malvinas lo transformó, aparece su futuro como biólogo, carrera que empezó a estudiar poco antes de partir hacia el sur. Aunque una vez de regreso a la ciudad retomó los estudios, todo había cambiado, y sus dificultades con las matemáticas lo hicieron abandonarlos. Desde entonces, trabajó en SPAR (Servicio Provincial de Agua Potable y Saneamiento Rural) hasta hace dos años cuando, por la ley 12.785 de jubilaciones especiales para ex combatientes, se retiró de la vida laboral. Así, con las mismas ganas y el impulso de escribir que arrastra desde su juventud, hoy Gustavo se dedica de lleno a la poesía, no sólo a componer, sino también a realizar múltiples actividades en torno a ella (ver recuadro Llevar la poesía).

Además de los versos que ha escrito sobre todo lo que la guerra le dejó y le quitó, también se expresa sobre muchas otras cuestiones, pero siempre “en torno a lo perdido, a lo irrecuperable, temática a la cual, por supuesto, Malvina no es ajena”, según sus palabras.

Y es que, cuando volvió, tenía mucho para decir - más de lo que ya necesitaba escribir antes de ir a la guerra- y debía buscar el modo de decirlo. De ahí que se haya interesado por realizar talleres de escritura y otras actividades. “Escribir poesía consiste más en sacar palabras que ponerlas”, cuenta Gustavo, y agrega: “Mi intención era decir lo que no se puede decir, tratar de transformar el horror en belleza, y sacar la porquería que uno tiene adentro”.

Y es así que han salido poemas como Tregua, que no necesita más de ocho versos para transmitir el franco sentimiento de dos hombres que comparten el mismo deseo de no querer estar donde están: “Arrodillado como si rezara/ tiraba hacia la noche/ No pude saber si era enemigo/ Creo que él tampoco cuando me vio/ arrastrándome como una culebra/ Ambos omitimos pronunciar/ una palabra que aclare la cosa/ (No siempre hablando se entiende la gente)”.

Como sucede con todo tipo de episodios traumáticos, la superación de haber estado en una guerra pasa por aprender a convivir con ello, pero jamás se olvida. “Uno es un ser transformado para siempre, y persiste en todo momento una sensación de que jamás volvió de la guerra”, explica Gustavo, y continúa: “En todo caso, el que volvió no es el mismo que fue hacia la isla, ni tampoco el que hubiese sido de no haber ido, pero hay que entender que esta es la realidad”.

Esa sensación de ser un “fantasma”, que por momentos duele más o duele menos, sólo se alivia con la contención de los familiares y amigos, y se domina a través de una conducta muy humana: el acostumbramiento. Pero el deseo de poder encontrar al Gustavo que hay en Malvinas sigue presente, y confía en poder lograrlo en algún momento. Para un primer viaje, le gustaría volver a las islas con “dos o tres” amigos ex combatientes, que también se dedican a alguna disciplina artística, con lo cual están en una misma sintonía. En un viaje posterior, sí llevaría a su familia.

Como en su poema Trinchera, en el que ese pozo en la tierra termina siendo un lugar acogedor en el paisaje de la guerra, la poesía se convirtió, para Gustavo, en el refugio más claro, espontáneo y sincero para transformar el horror que conoció en palabras hermosas.

Mercedes Benialgo

Fuente: Hoy

Un proyecto platense para que los chicos se enamoren de la lectura en la escuela

Finalista de los premios Vivalectura, que entrega el Ministerio de Educación nacional, es para alumnos de 5º y 6º grado

El proyecto de lectura de una profesora platense fue finalista de los Premios Vivalectura 2010, que entrega el Ministerio de Educación de la Nación y la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura. La docente de Literatura María Carolina Pluis impulsó desde 2006 el espacio “Un lugar para leer, escribir y disfrutar”, en el que trabaja dos horas semanales con alumnos de 5º y 6º grado del Instituto de Enseñanza Primario de 66 entre 11 y 12, con el principal objetivo de estimular la lectura.

Los Vivalectura se crearon en 2008 para rendir homenaje a las experiencias más destacadas que promueven esta actividad y se entregan durante la Feria del Libro. En esta edición, auspiciada por la Fundación Santillana, se presentaron 510 iniciativas en todo el país.

EL PROYECTO. Pluis plantea un ciclo con un enfoque “constructivo y comunicacional” que transcurre durante los últimos dos años de la primaria, y apunta a que el alumno “sea capaz de rehacer los contenidos en situaciones nuevas, y de adaptar y transferir sus conocimientos”, contó a Diagonales la profesora.

El proyecto, que lleva cinco años de funcionamiento en La Plata, busca que los pre–adolescentes lean con placer, debatan las obras, interpreten los textos teniendo en cuenta el autor y su contexto, amplíen el vocabulario y estimulen la expresión oral, produzcan textos y aborden diferentes fuentes de información. Además, la docente mencionó que el espacio creado “sirve para que sepan planificar su escritura y para que puedan tomar decisiones sobre la edición final de un texto”.

En la primera clase del año, la profesora dialoga con los chicos para saber qué leen, qué les gustaría leer y las actividades que quisieran realizar. “Cada uno comenta sus ideas y las escribe. Después armamos un posible plan con textos que elegimos”, asegura Pluis. Y agrega: “Desde un principio son los chicos los que toman la iniciativa. Así tienen más ganas de leer y aprender cosas nuevas, porque ellos también eligen cómo hacerlo”.

Los alumnos propusieron hacer obras de teatro para otros grados, contar cuentos con láminas y leer libros de suspenso, terror o fantasía. “También escriben sus propios cuentos y poesías, miran películas y salen del aula para compartir la experiencia con los más chicos, de la primaria”, señala Pluis. Y explica: “es muy importante que nos escuchen narrando cuentos a los grandes, para que puedan aprender las formas de lectura, con diferentes tonos de voz”.

QUINTO GRADO. Tras la puesta en común, los alumnos se convierten en cuentacuentos. “En el primer año del proyecto buscamos que puedan compartir lecturas con sus compañeros”, sintetiza Pluis.

Para la segunda clase, los chicos invitan a un familiar dispuesto a contar una historia, explicarla y analizarla.

“La idea es exponer el cuento con láminas, música y remarcando la biografía del autor y su contexto. También deben hacer souvenirs para entregar sobre el final de la hora”, indica la profesora. Y aclara: “Eso los van a hacer los chicos en el año, tanto para a sus compañeros como para otros cursos”.

Los alumnos de 5º, además, realizan la sección Teatro Leído, en la que trabajan en grupos con diversas obras y las cuentan al resto del aula. “Practican en sus casas para ejercitar la lectura expresiva, después tienen que pasar al frente y cada uno toma un personaje. Se terminan divirtiendo mucho”, cuenta Pluis.

En el final de cada clase, escriben sus propias historias y reflexionan sobre distintas situaciones cotidianas de la vida. “Escribimos y pensamos cosas como qué pasa cuando hay dos opiniones distintas, quién tiene la razón y desde dónde se miran los problemas”.

SEXTO GRADO. En la segunda etapa, los chicos dejan de ser cuentacuentos y se convierten en narradores de poesía. Una vez más, un adulto inicia el ciclo y deja paso al trabajo de los estudiantes.

“Cada uno busca una poesía de veinte versos, la recita respetando la forma y presenta una lámina con un dibujo que muestre lo que autor quiso decir”, cuenta la profesora. Además, resalta que “los chicos comparten sus producciones con todo el grupo y a partir de ahí debaten qué cosas buenas y malas tiene la obra”.

Otra de las secciones es la “Galería de personajes de la mitología griega”, que se presenta en el patio de la escuela con los dibujos producidos por los alumnos. “Eligen un personaje mitológico, lo dibujan y hacen una descripción para explicar quién era. Les ayudó a conocer los vínculos familiares y sociales que tenían”, dice Pluis.

“Estuvo bárbaro ver cómo se interesaron en cada actividad, ya que muchos terminaron leyendo los libros de Narnia, El Señor de los Anillos y otros de policiales”, remarca la docente. Y agrega: "Si bien es agotador porque se necesita mucha investigación, el proyecto valió la pena”

Fuente: Diagonales

Biblioteca Nacional: Política de nombres

Por Horacio Gonzalez

Durante muchos años, se les ha pedido a sucesivos directores de la Biblioteca Nacional, que procedan a cambiar el nombre de la Hemeroteca, denominada Gustavo Martínez Zuviría. En mi caso personal, recibí durante cinco años este reclamo por parte de numerosas organizaciones y personas. Se trataba de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados –en dos oportunidades-, de importantes intelectuales de nuestro país y del exterior, y de instituciones vinculadas a la memoria del Holocausto. En todos los casos, hemos respondido con prudencia y llamando a una profunda reflexión sobre este caso.

El prolífico escritor Martínez Zuviría fue durante un cuarto de siglo Director de la Biblioteca Nacional, y durante todo ese período –desde su despacho en el primer piso de la calle México 564-, impartió vehementes opiniones militantes de carácter discriminatorio. Su antisemitismo de combate fue notorio y no se limitó a sus novelas. El investigador Boleslao Lewin fue impedido de entrar a la Sala del Tesoro para realizar sus investigaciones por su condición de judío, y en forma humillante se lo limitaba a la sala general. Un modesto progrom se realizaba así en las instalaciones bibliotecarias. Lewin fue autor de decisivos trabajos sobre Tupac Amaru y la independencia sudamericana, revisando los archivos de la Inquisición en el Perú. Este investigador polaco exilado en la Argentina, dedicó su vida a estudiar la emancipación de nuestros países desentrañando la veta inquisitorial que subyace en la profundidad de nuestras sociedades históricas y que nunca deja de llegar largamente hasta nosotros.

Martínez Zuviría, que escribía bajo el conocido pseudónimo de Hugo Wast, publicó novelas antisemitas, como Kahal y Oro, en las que cuenta una conspiración judía para apoderarse de Buenos Aires en 1950 con técnicas alquimísticas para fabricar oro y arruinar las finanzas capitalistas. Estos folletines, que en su momento contaron con numerosos lectores, tenían un ameno desarrollo basado enteramente en la superchería de los Protocolos de los Sabios de Sión, modelo esencial del relato conspirativo universal. A punto de ser traducida masivamente en la Alemania de los años 40, la novela es finalmente vetada por las editoriales nazis de la época pues tiene un final “medieval”. Una joven judía era redimida de sus pecados por el héroe cristiano. El nazismo, en su demasía absoluta, no coronaba sus propias pesadillas con este tipo de redenciones. Más comedido en sus afanes, podríamos decir que Hugo Wast pensaba en lo que Borges, con frase que tomamos de La muerte y la brújula, denominaba irónicamente un “progrom frugal”.

Martínez Zuviría-Wast pertenecía a los sectores más reaccionarios de la Iglesia argentina y había negado la participación eminente y esencial de Mariano Moreno en la fundación de la Biblioteca Nacional hace exactamente 200 años, entonces llamada Biblioteca Pública de Buenos Ayres. Ya en la época de su presencia en la Biblioteca, abundaron las polémicas sobre sus opiniones y decisiones. El poeta César Tiempo, secretario de la Sociedad de Escritores de aquel momento, escribió un gran folleto sobre el tema, sin duda patrocinado por Leopoldo Lugones, presidente y fundador de la Sade. Esta institución era lindera a la Biblioteca y Lugones conocía bien a Wast. El autor de Lunario sentimental podrá ser cuestionado por muchas de sus opiniones políticas, pero supo en su momento repudiar dignamente la folletería antisemita surgida de espíritus curialescos y atrabiliarios.

Otro gran escritor de la época –y de todas las épocas- Ezequiel Martínez Estrada, al observar el oscurantismo moral e intelectual al que estaba sometida la Biblioteca, en su magnífica obra La cabeza de Goliat (1940), escribió que todo parecía indicar que el busto de mármol de Mariano Moreno situado en la sala principal de lectura, estaba cabeza para abajo.

Llegó el momento de poner a Mariano Moreno sobre sus pies. Estamos en fecha propicia. El actual nombre de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional será cambiado esta semana por el de Ezequiel Martínez Estrada, escritor universalista de la condición argentina, inventor de formas narrativas y ensayísticas emancipadas, autor de estudios decisivos sobre el Martín Fierro, la pampa y la ciudad, Kafka y Montaigne y la turbada historia nacional, también partidario de una teoría de la lectura –la lectura conmocionante y curadora- que se entrelaza con las más modernas perspectivas de la crítica literaria actual.

No tomamos exultantes esta decisión. Actuamos según la enseñanza spinoziana: No reír, no lamentar, no detestar, sino comprender. Así encaramos esta decisión necesaria y pendiente, reclamada por el parlamento y sectores plurales de la sociedad. Nosotros mismos la habíamos demorado por diversas consideraciones. No íbamos a responder al negacionismo con una ocultación de nombres y un desconocimiento de la ruda facticidad de lo histórico. Martínez Zuviría es parte de la historia de la Biblioteca Nacional –así lo atestiguan numerosos y no suprimibles indicios-, pero concluimos que no debe ser el nombre de una de sus salas principales.

En efecto, como bibliotecario, Martínez Zuviría fue un tipo de erudito que tiene notorios representantes en la historia de la cultura, que unió archivismo y conspiración, bibliofilia e inquisición. Reconocidamente, se le debe la publicación de documentos capitales de la historia colonial argentina –que ya habían sido recopilados por el empeñoso sacerdote Saturnino Segurola y el polígrafo Pedro de Ángelis-, y la compra de la colección Foulché-Delbosc, uno de los patrimonios más valiosos de la Biblioteca Nacional. Nada de esto será desconocido, ni ignorado, ni olvidado. Al contrario, todo está a la vista, apto para la meditación y el estudio. Pero fuera del signo vital de las conmemoraciones, que son lo que una comunidad crea y recrea en lo más profundo del espíritu colectivo. El máximo tótem del antisemitismo argentino, expuesto como señal conmemorativa, ofende finalmente a quienes buscan de todas las formas posibles los nuevos cimientos para reconstruir una democracia avanzada, igualitaria y no discriminativa en la Argentina. No la habrá sino recogemos los signos dispersos del pasado para una nueva meditación convocante, para un nuevo juicio que piense serenamente desde tantas y múltiples heridas.

Mucho deliberamos antes de tomar esta medida de justicia frente a la esquiva y difícil memoria nacional. Acudió repentinamente a nosotros la frase de Nietzsche en Zarathustra, dirigida a los comuneros de París en 1871: “no tiréis columnas, que volverán más seductoras a su lugar”. Pesaba también el hecho de ser justos con los nombres que invitan a reflexiones profundas sobre la existencia y la reparación de las vidas conculcadas, sin ser injustos con una complejísima institución nacional. Pero repentinamente, y al calor de estas épocas que invitan a construir nuevas columnas morales e intelectuales –con reconocibles dificultades a la vista-, como si resurgiera el espectro de Tupac Amaru desde las páginas de Boleslao Lewin, una voz de la historia susurró que había que reponer un hilo que uniera las partes rotas del memorial argentino y que sirviera también como un llamado reflexivo hacia nuestra vida cultural, hacia los lectores e investigadores y hacia los propios trabajadores de la Biblioteca Nacional.

Fuente: Informe Urbano