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Carriol-Llambías, dos amantes que rompen toda estructura (donde se acuestan)


La queridísima Lila Dows de Carriol había salido del programeta televisivo del recientemente divorciado gatoperiodista Gustavo Silvestre y se disponía a saludar al flamante candidato a diputado por la provincia de Buenos Aires, Mario Hombre Lobo Llambías, cuando se le ocurrió invitarlo a su departamento para celebrar la decisión de sumarse a la Coalición Cívica Militar. Lila había pensado en invitarlo a un telo exótico del conurbano, que Cejita Estenssoro le había recomendado porque todos los 29servían gratis ñoquis con estofado, pero faltaban unos días.
El agrogarca, hombre de campo y respetuoso de los sacramentos cristianos, le recordó que su esposa estaría esperándolo con un fresco esclavito rostizado y no daba para engañarla. Lila se acercó intimidante, acentuando como podía el movimiento de sus caderas, le acomodó la solapa del saco y le enderezó la escarapela. El dirigente rural bajó la mirada e hizo como si pateara una piedrita invisible con su pie derecho. Ella le levantó el mentón barbudo y le recordó aquella vez en que él, junto a sus compañeritos de la Mesa de Enganche, no la habían dejado subir al escenario para festejar la derrota del régimen chavista, a manos del (todavía y aunque no parezca) vicepresidente Julio Argentino Cleto Cobos.
Mario Llambías aceptó, medio temeroso de lo que podía costarle su candidatura, se subió a la Toyota doble cabina con vidrios polarizados, le abrió la puerta de acompañante a Lila, a la que le costó un poco subir los escalones, y arrancó hacia el departamento de la pitonisa. Mientras el dirigente de Confederaciones Rurales metía los cambios agarrando la palanca con su mano regordetas, a Carriol se le hacía agua la boca y recordó como le hubiera gustado armar una partusa en el estudio televisivo con Mario y el gatoperidista Silvestre, al que tan tan bien le quedaba la barba candado.
Una vez en su casa, Lila Dows revoleó la cartera, el crucifijo y los zapatos, y le pidió a su reciente amigo que se tapara los ojos porque tenía una sorpresa. Tras el sonido de una perilla, Llambías pudo ver, por entre medio de los dedos, como bajaban luces de colores del techo, al tiempo que otras luces parapadeantes cortaban el aire, y en el centro del departamento aparecía una bola de cristal, mientras empezaba a sonar la música foránea de Rod Steward y su “Crees que soy sexy”. Cuando se descubrió los ojos el agrogarca pudo ver que sobre el sillón más grande del comedor había una estantería con látigos, grilletes, correas y demás accesorios, hecho que lo incomodó porque a él no le gustaba mezclar su trabajo con el placer.
Lila Dows de Carrioll vio que su acompañante estaba medio tenso, así que empezó por sacarle la corbata y tirarla por los aires, a la vez que lo invitaba a bailar haciendo la coreo de Dirty Dancing, con los brazos para un lado y para el otro. Después pasó por atrás de Llambías y de un tirón le quitó el saco que fue a parar cerca de la mini capilla, que de la emoción Lila se había olvidado de guardarla. Así que se acercó bailando a su oratorio y levantando una de las velas encencidas escondió la mini iglesia en la pared. En su lugar apareció una barra de tragos con un Fernando Iglesias que agitaba la coctelera con movimientos robóticos, lo que provocó el asombro de candidato del campo que había empezado a aflojarse. Lila entonces le pidió que no se asustara porque era un muñeco, como en la vida real, pero con más onda.
Ya con unos cuantos tragos los dos, desinhibidos del cualquier prejuicio, y bajo las luces tenues de la habitación, se pusieron a jugar a la Lopa Taquito Militar, cada uno a su vez, saltando por en cima del otro y dándole un patadida en tuje del compañero. Tanto juguetearon que se tiraron agotados sobre la cama de tres plazas. Y ahí estaban, mirando al techo, agitados, rosando sus cuerpos sudorosos y con olor a grasa de chancho, cuando de repente se fueron al piso porque habían cedido los elásticos de la cama. Entre risas y cargadas se levantaron y Lila le dijo a Llambías que no se preocupe porque ella siempre tiene una de repuesto. Se acercó hasta la mesita de luz y, tras apretar un botón rojo, la cama rota desapareció y en su lugar salió una con colchón de agua, donde la pareja feliz se tiró con confianza.

Ni San Expedito se salva de Lila Downs


Ya era de noche cuando la archicampeona de la oposición había terminado de hacerse una limpieza facial con 18 litros de jugo de zanahoria y pensó en depilarse las cejas, pero se sintió agotada con tanto trabajo así que lo dejó para después y decidió comerse unos sanguchitos de miga antes de la cena.
Consultó el reloj de la cocina y se dio cuenta que el pibe Fernando Carpota ya estaba hacía rato en el aire de TN. Abrió la heladera, casó un banquito, se sentó, movió unos frascos con berenjenas al escabeche y apareció el televisor que tenía exclusivo para ver su señal de noticias preferida, al tiempo que le entraba a unos triples de pavita y roquefort.
El periodista casi casi independiente repetía sin cansancio que a Ricardito Alfonsín le gustaría tener entre los suyos al "Nene" Prat Gay como ministro de Economía. De repente, sin quererlo, como un acto reflejo, escupió parte de los sanguches al tubo del televisor, fue entonces, al ver lo que había hecho, que la archicampeona empezó a sentir palpitaciones en el pecho, se agitó. Intentó calmarse, se prendió del crucifijo, no podía ser verdad, era una chicana del hijo de Raúl para que ella desista de ser la mejor presidenta de la historia argentina, eso era.
Pero no podía ser mentira porque lo estaba diciendo el carilindo de Fernando Carpota. Lila se vio envuelta en un dilema, de la angustia se bajó cuatro paquetes de galletitas Frutigrán rellenas de avena y mousse de chocolate.
Intentando contener la furia que empezaba a supurarle por los costados, se acordó que el teléfono inalámbrico estaba en la alacena, al lado de las masitas secas, y ahí nomás lo llamó al Nene Prat Gat para que le dé explicaciones. “No sé nada, ni idea, es todo verso Lila”, contestó el otrora presidente del Banco Central de la Transición Represora Duhaldista, mientras cruzaba los dedos atrás de la espalda esperando que no lleguen hasta ahí los poderes adivinatorios de su jefa partidaria. Entonces Carrioll cortó y lo llamó al Pebete Morán, su ignoto candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires, y después de despacharse con un rosario de denuncias e injurias, le pidió que salga a decir que era una vergüenza lo del radiccheta.
De pronto se dejó llevar por la ira republicana, y envalentonada, se metió raudamente en la mini capilla de su departamento. Ahí estaba ese mismo santo al que el día anterior le había dedicado horas y horas de rezos, y prendido más velas que las que le prende Falcioni a Palermo.
El beato miraba para una de las paredes, como haciéndose el boludo. Lila Downs lo sacó del altar, lo enfrentó y le chantó enojadísima: “tanto te cuesta concederme uno de mis pedidos, que se bajen todos y no quede uno solo… Encima me lo quieren quitar al Nene. Ahora te vas a quedar dado vuelta de castigo”. El pobre de San Expedito, patrono de las causas urgentes pero no por eso imposibles, ya estaba cabeza abajo, y parecía tener en su cara regordeta la expresión: “esta mina me tiene los huevos al plato”.