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María Onetto o el arte de encantar en el Cine, el Teatro y la Televisión

Siempre estuviste tan adorable

Un dios salvaje se puede ver miércoles, jueves y domingos a las 20.30 o viernes y sábados a las 20 y 22, en el Paseo La Plaza. Entrada: desde $80

Del teatro off al cine, de la televisión al San Martín, con Ricardo Bartís, Javier Daulte, Lucrecia Martel o Telefe, María Onetto viene desplegando una sensibilidad y una ductilidad asombrosas para componer personajes tan disímiles como el espectro completo de la vida. Por estos días se la puede ver en cine (Rompecabezas, la película de Natalia Smirnoff) y en teatro (Un dios salvaje la obra de Yasmina Reza), en dos de esos papeles. Radar charló con ella para desandar el largo camino que la llevó de la carrera de psicología a ser una de las mejores actrices argentinas de la actualidad.

Por Mercedes Halfon
Imagen: Nora Lezano

La primera noticia que se tuvo de María Onetto fue una fotografía. Colgada en el Teatro San Martín y otras dependencias del gigante teatral del Estado, era difícil no verla, no reparar en esa imagen graciosa y perturbadora: vertical, su cuerpo esbelto todo a lo largo, ella con el pelo cortísimo y una sonrisa desencajada, una de las piernas flexionada en pose de dama ingenua, un vestido de los años ’50, y en la mano, un cuchillo eléctrico en funcionamiento. Era el afiche de La escala humana, la primera obra en la que por fuera del mundillo off del teatro se la vio actuar a María Onetto, y tal vez la obra que la consolidó en ese registro actoral enloquecido aunque naïf, cómico en la tragedia, maternal aunque demasiado joven. Por supuesto que su carrera no había empezado con esa obra de Javier Daulte, Rafael Spregelburd y Alejandro Tantanian, pero fue entonces que su imagen se recortó, muy luminosa, en la entrada del Teatro San Martín, y en un imaginario sobre ella que seguiría creciendo, adquiriendo nuevos matices teatrales y cinematográficos y televisivos.

María Onetto está ahora en el teatro y en el cine, en dos personajes que podían pensarse como contrapuestos. En Rompecabezas, la película de Natalia Smirnoff que la tiene como protagonista, es María del Carmen, un ama de casa sumisa, muy de usar batones con flores, un poco frustrada pero con ganas de dar un pasito, y que encuentra esa añorada posibilidad de libertad de pensamiento en armar rompecabezas. Tanto se fanatiza con los puzzles que descubre que tiene un don: los arma más rápido que nadie y sin técnica. En Un dios salvaje, en cambio, la obra de Yasmina Reza que dirige Javier Daulte en el Paseo La Plaza, es una mujer con todos los lugares comunes de la corrección política: un poco escritora, a su hijito le rompen los dientes en el colegio pero no importa, ella invita a los padres del niño amenazador a su casa, les da strudel de manzana, intenta arreglar las cosas con el ánimo tan conciliador como negador de la burguesía bienpensante pero, apenas un rato más tarde, cuando todos los buenos modos se vayan al tacho, ella, especialmente, se desbordará de violencia.

Ninguna de estas dos mujeres se parece a Onetto. Como si se tratara de los dos extremos inhabitables de un país, uno demasiado cálido y otro helado, equidistantes uno y otro de una ciudad perfectamente templada que alberga de un modo pacífico esos climas. Ese lugar es María Onetto.

Psicologia de un personaje

No hay ningún indicio para sospecharlo, pero María Onetto es psicóloga. Estudió en la UBA no bien terminó el colegio, siguiendo los pasos de su hermana, referente femenino en una casa que era, justamente, de mujeres solas. Ella cuenta: “Tengo una mamá bastante grande que enviudó muy joven, y como les pasa a las personas más grandes, ha vivido desde Internet hasta el lechero que le traía las botellas a su casa. Yo fui criada con ideas que fueron modificándose mucho en el tiempo. Entonces todo lo que aportaba mi hermana, en relación con lo masculino, a hacer lo que uno quiere, a que se podía tomar Coca-Cola en un almuerzo y no esperar a un cumpleaños, a la idea de un disfrutar en sí, a mí me resultaba muy estimulante comparado con la vida que llevábamos, que tenía que ver con el esfuerzo, estar tranquilo, no joder mucho. Por eso en aquel momento para mí ser psicóloga era la felicidad. Después me di cuenta de que psicoanalizarse era lo que yo veía como algo liberador, algo muy atrapante y vinculado con el deseo”. Así fue como se anotó en la carrera y en tiempo record la terminó. A los 21 años ya era una flamante psicóloga repleta de ideas lacanianas, pero ocurrieron dos cosas que la desviaron de aquel rumbo original: la realidad y el amor.

Sucedió que cuando tuvo que empezar a hacer la residencia con prácticas en un hospital, Onetto no pudo. Sintió que todo ese romanticismo que había tenido para ella el psicoanálisis en la teoría, se desvanecía ante la práctica. Por otro lado, pero en el mismo momento, sufrió la inesperada ruptura con un novio con quien había compartido la carrera. Ella dice: “Se interrumpió ese modelo de te ponés de novia, te vas a vivir, te casás, y empezó una situación donde estaba más perdida, circulando, donde nada estaba muy establecido”.

Afortunadamente, mientras ella estudiaba su “carrera en serio”, había empezado a tomar clases de teatro. Tres años con Hugo Midón, que ella se tomaba como si “fuera a clases de inglés”. Poco a poco, el teatro empezó a ganar terreno en su vida, de Midón pasó a Luis Agustoni y de ahí al Sportivo Teatral de Ricardo Bartís, cuando todavía funcionaba en la calle Velasco. Tal vez no lo sabía entonces, pero aquélla fue una época mítica de ese estudio. De ahí salieron directores y actores como Alejandro Catalán, Rafael Spregelburd, Analía Couceyro, Luis Machín, entre muchos otros. Onetto cuenta: “Bartís fue muy determinante para mí porque yo ahí encontré nuevamente algo que anhelaba, que era esa rigurosidad con la que yo había estudiado toda mi vida. Antes me parecía que en todo lo artístico no había algo riguroso, no había un ‘dos más dos es cuatro’, o un criterio para cuando algo era bueno o malo, era todo muy subjetivo. Todos los profesores que había tenido me habían estimulado mucho, pero yo nunca estuve en condiciones de tener un registro propio sobre si era interesante lo que hacía como actriz. En lo de Bartís empecé a entender un poco más el proceso teatral”. Según explica, Bartís pedía a sus alumnos una entrega, un apasionamiento que era lo que ella, sin tener conciencia, estaba buscando. “El movimiento que había en el Sportivo, cómo se integraban a las personas ahí, me empezó a apasionar, me sentía parte de algo. Para mí fue muy importante la mirada de Bartís. Aunque era muy duro conmigo, él fue el que me permitió darme cuenta de que si yo no era psicóloga, podía vivir de otra cosa, que era el teatro.”

Actriz femenina varonera

María Onetto tiene una piel transparente. Cuando habla y recuerda sus pasos en la actuación, su relación con su madre y su hermana, por momentos, parece a punto de llorar. No lo hace y probablemente tampoco esté a punto de hacerlo, pero esas emociones se encarnan cuando las nombra: aparecen en su rostro. Como un volcán en erupción suave, como si todos sus sentimientos tuvieran una intensidad tal que no pudieran pasar inadvertidos. No hay duda de que se está frente a una actriz de verdad, alguien para quien las emociones están a flor de su piel trasparente. Sin embargo, ella cuenta que durante mucho tiempo, incluso cuando ya daba clases de teatro en el Sportivo, no se sentía en condiciones de dedicarse a la actuación. “Era muy crítica de mi trabajo y no me asumía como alguien que iba a ser actriz.” En esa época la eligieron para protagonizar una película –no revela el nombre– y dos días después de empezada la filmación le dijeron que no podía seguir. “Estaba muy trabada, cero canchera y llena de inseguridades. Realmente pensaba que no tenía el perfil para ser actriz. En principio porque no hacía las cosas que hacía la gente que quería actuar, es decir, circular, hacerse las fotos para los castings, etc. Yo no tenía esas características, digamos femeninas, de la fotogenia, etc. Tenía muchas inhibiciones. Entonces eso se traducía en una especie de comportamiento muy raro.”

Criada en una casa de mujeres, la tendencia de María Onetto en su vida adulta fue la de compensar esa sobredosis femenina con un fanatismo por el sexo opuesto. Amigos varones, novios, un gusto por los intereses masculinos que la llevaron hasta ser una asidua espectadora de fútbol. Esta cualidad “varonera” está íntimamente relacionada con su no sentirse actriz, o esa clase de actriz que ella imaginaba al principio: “No tengo ni nunca tuve esa modalidad más histérica, de la mujer que se recorta, muy ligada a lo coqueto, o situaciones donde la mujer se vuelve más inalcanzable, que funciona como un mecanismo de atracción, alguien lejano que convoca por eso. Yo siempre me vinculé de modo más simétrico”. Fue precisamente esa desatención a la coquetería, esa actitud sincera, auténtica hasta el desgarramiento, la que se vio en cada uno de sus papeles teatrales: en La escala humana, donde si bien era una mujer atractiva que cautivaba a un policía aun siendo una ama de casa asesina, lo que generaba era una profunda inquietud; en Donde más duele, de Ricardo Bartís, donde era la mayor y más sufrida de las hermanas enamoradas del Don Juan; o en la moderna versión de La Casa de Bernarda Alba que hizo Vivi Tellas en el teatro San Martín, donde lo femenino se cuestionaba, se volvía violento aun en sus mares de ingenuidad y lágrimas.

El gran paso

Podría decirse que Onetto es la “actriz fetiche” de Javier Daulte, desde sus primeras obras, desde mucho antes de que este director fuera internacionalmente conocido y la figurita especial del Off y el On de Buenos Aires. De sus trágicas actuaciones con Ricardo Bartís, Onetto pasó a ser la elegida por Daulte para distintos papeles en Faros de Color, en La escala... y, finalmente, en Nunca estuviste tan adorable. Fue a partir de esa obra gigantesca que narraba las peripecias de la familia Daulte desde los años ’50, y donde ella era la protagonista adorable, imposible e insoportable, que Onetto empezó a recibir un acalorado reconocimiento del público ajeno a la escena teatral. Allí la vio la encargada de casting de Telefé y la convocó para ser la loca Leticia de Montecristo, papel que además le valió un Martín Fierro a actriz revelación, algo inusual para una actriz que hizo sus armas en el off.

Y también ahí, en Nunca estuviste tan adorable, la vio Lucrecia Martel y la llamó para interpretar, tal vez, su personaje cumbre, la amnésica platinada salteña de La mujer sin cabeza. Lo que hace María Onetto en esa película es tan sutil, tan distante a las ideas preconcebidas sobre lo que una actriz de teatro es, que resulta completamente cautivante. Onetto es Verónica, una mujer que atropella a un chico con el auto y huye, y luego niega profundamente todo lo sucedido. Ella cuenta: “En la película de Lucrecia más que un personaje lo mío es un estado. No se ve cómo es ella, salvo en la primera escena, sino una forma que está suspendida de lo que sería la trama social. No se muestra como personaje. Lo que trabajé fue un estado pero que no tenía que ser monótono expresivamente. Tenía que lograr momentos de luminosidad por estar en esa suerte de limbo, y otros momentos más oscuros y otros más descolgados, otros de humor, pero siempre en ese clima alucinatorio. Hacia el final recién uno diría, asume lo que pasó y ahí se empieza a ver qué queda de esa mujer”. Onetto dice que fue un trabajo muy difícil, exigente. Que muchas veces incluso le resultaba incomprensible –como si se tratara de una relación amorosa– qué era lo que Lucrecia quería de ella, o por qué tal cosa le había gustado y tal no. “Me acuerdo cuando fui a hacer el doblaje. Ahí vi escenas armadas y comprendí lo que es ser un artista del cine. Me sorprendió muchísimo: esos planos, esa colocación de la cámara, esos colores, tenían que ver con algo. Hay una escena que el personaje mira un video de su casamiento y no reconoce que es su casamiento pero está como iluminada y emitiendo algo especial. Y me veía así. Así como puedo ser muy crítica también reconozco ese momento rarísimo: ella está más hermosa que nunca.”

De Rompecabezas puede decirse que su actuación está en el mismo nivel de sutileza que en la película de Martel. Su personaje levanta una ceja y todos comprendemos que no aprueba que su hijo se haga vegetariano, o frunce la boca y entendemos que su marido la está haciendo sufrir con su indiferencia. Ella dice que lo que más la preocupaba era actuar “la clase social”, no ser superficial en su tratamiento de esta ama de casa de Turdera. No lo es para nada. Como tampoco lo es con esa otra ama de casa –pero en este caso no porque trabaje en las cosas de la casa, sino porque no trabaja de nada– de Un dios salvaje. Del alcoholizado desborde de la obra teatral a la contención absoluta de la película. El mágico y misterioso María Onetto tour.

Fuente: Página 12

Maricel Alvarez: Blanda como la arcilla

ENTREVISTA

Aunque Maricel Alvarez sea una actriz de carácter, maleable como la arcilla se entregó al director Alejandro Iñárritu en su primer papel cinematográfico como protagonista, junto a Javier Bardem. Esa confianza que depositó en quien la eligió para su película Biutiful, que se estrena la próxima semana en el Festival de Cannes, le permitió atravesar un personaje complejo y doliente y también le da la tranquilidad necesaria para enfrentar la alfombra roja sin alarma.

Por Federico Sierra
Imagen: Constanza Niscovolos

Ante la mirada inmóvil de un enorme ciervo disecado en el medio de la sala, Maricel Alvarez se prepara para viajar al Festival de Cannes, donde se estrenará Biutiful, el último film de Alejandro Iñárritu, que coprotagoniza junto a Javier Bardem. Su tono es afable, sin alarmas. Pero tanta calma ya genera suspicacias en su entorno. Incluso su madre llamó para preguntarle “con qué se iba a medicar” cuando deba afrontar a la prensa internacional en la alfombra roja de Cannes. Maricel se ríe de la ocurrencia: claro que no tomará nada. “Me preparé como creo que corresponde hacerlo: con mucha tranquilidad y un hermoso vestido diseñado por Martín Churba.”

Tal como la dupla que formaron durante muchos años la artista performática yugoslava Marina Abramovic con su pareja Ulay, Maricel ha recorrido un largo camino experimentando distintos lenguajes teatrales junto a su pareja, Emilio García Wehbi. Antes de su reciente experiencia en manos del magistral Alejandro González Iñárritu, su nombre ya era bien conocido en la escena independiente local, por sus experimentos intensos con el teatro. Allí indagó en las grietas del lenguaje teatral y los espacios que lo separan de otras artes visuales. Junto a Wehbi, funcionan como pareja artístico-amorosa que comparte, según palabras de Maricel, “además de un proyecto de vida, una búsqueda ética y estética”, que marcó fuertes apuestas en la experimentación de las artes escénicas de la última década.

¿Cómo pudiste combinar toda esa experiencia previa con una película de la gran industria como es Biutiful?

–Son universos distintos, hay que encontrar aquellos lugares que tienen en común. Creo que pude acercar esa experiencia a la película. Y esto lo digo humildemente, yo me acerqué como soy: con mi historia, mi recorrido artístico, mi cultura y mi idiosincrasia. Quise presentarme ante ellos tal como soy, no traté de adaptarme a priori ni transformarme para encajar dentro de una maquinaria. Lo que yo traje previo al rodaje podía servir siempre que esté al servicio de lo que el director quisiera usar para contar su historia.

¿Cómo fue el vínculo con Iñárritu?

–Al llegar le explicité: “Soy arcilla en tus manos y estoy a tu absoluta disposición”. El no hizo abuso de esto, todo lo contrario, lo tomó y lo supo aprovechar para guiarme y ayudarme a llevar esto adelante. Sé que en todos los ámbitos hay maestros y directores que pueden hacer abuso de esa relación, hay gente que no comprende la calidad de ese rol, y abusa del poder que ese rol otorga. Es importante y bello guiar a una persona, los que entienden esto trabajan con grandes dosis de humanidad y generosidad. Es de esos vínculos que salen los mejores trabajos.

¿Cómo crees que te veían ellos?

–Ellos estaban contentos y muy sorprendidos conmigo. No esperaban encontrar en la Argentina, en una actriz totalmente desconocida para el publico masivo, que había limitado su experiencia al campo del teatro experimental o independiente, a la intérprete para ese papel.

Y de parte tuya la sorpresa también habrá sido fuerte.

–Yo también estaba asombrada y sorprendida y deseaba fervientemente que ellos no se hubieran equivocado (se ríe). Ese era mi mayor temor: estar a la altura de las circunstancias, no porque no pueda estarlo, sino que hubiese fricción entre nuestras diferentes formaciones, realidades y maneras de ver el mundo. Encontramos un punto en común para sacar afuera lo mejor del otro. Fue una experiencia gratificante y de mucho aprendizaje, sobre todo en términos técnicos. Eran jornadas largas, agotadoras: cada una de ellas era explotada al máximo.

Tenés poca experiencia en cine y muchísima en teatro, dos lenguajes muy diferentes.

–Son lenguajes y espacios muy diferentes. Las herramientas a las que apelar son distintas. Pero Iñárritu decidió filmar esta película en términos cronológicos. Había un armado cronológico del plan de rodaje, y fue un viaje similar al que uno hace cuando prepara un espectáculo teatral: empieza por las primeras escenas y va avanzando hasta llegar al final. Además, prácticamente no filmó en estudio, sino que en su mayoría fueron en sets reales. Esto ayudó mucho, el actor así no debe enfrentarse al cartón pintado y hay algo del objeto real que remite a una emoción y un estado más contundente y concreto. Por último, Alejandro filma infinita cantidad de tomas, no tiene ningún reparo en pedirte lo mismo una y otra vez, y yo no puedo más que agradecer eso. Para mí cada toma era un ensayo. A la toma quince uno ya tenía un ensayo hecho. Así, entrábamos en un estado profundo, que nos dejaba totalmente expuestos y entregados a cada escena. Estos tres puntos fueron decisiones del propio director con las que yo estaba feliz. Del cansancio de hacer muchas tomas uno se recupera, de lo que no te recuperás nunca es de una mala toma.

¿Cómo decidiste abordar el gran dolor que atraviesa a esta mujer de Biutiful?

–El personaje es complejo, pasa por toda una serie de estados diferentes. Y esa gimnasia, el poder entrar y salir de esos estados, es lo que llevó más trabajo. Pero una vez encontrado el tono y el gesto, hay algo muy íntimo de ella. Eso surge cuando el actor entiende y a partir de ahí hay que ir profundizando. El vínculo entre director y actor es complejo: hay que confiar y entregarse al otro, no defenderse, ni ser autorreferido ni vanidoso. Alejandro te dice: “Vamos por este camino, que puede ser difícil, oscuro, pero yo te acompaño”. Y eso no lo dice superficialmente. Iñárritu es un hombre que no te larga la mano, él se compromete contigo, te acompaña, te orienta conceptualmente. Agota las dudas, contiene tus temores, en ese sentido vale decir que “se ensucia”: porque el trabajo del actor es también es un trabajo muy sucio.

Y vos contabas con una vasta trayectoria en personajes atravesados por el dolor.

–Bueno, hay en los personajes de Iñárritu esta capacidad de sentir el dolor en carne viva y expresarlo maravillosamente. está en sus películas: evidenciar el dolor y narrarlo. Eso está muy presente en Biutiful también. Sin dudas, tener a Javier Bardem de compañero fue de lujo. Ya nomás con lo bien que él hacía su trabajo no sabés todo lo que me ayudó a mí. Si además es buena gente y se preocupa por sus compañeros, eso es un plus enorme que facilitó mucho las cosas.

¿El viaje que realiza la protagonista de Dolor exquisito (obra de Sophie Calle, protagonizada por M. A. y con dirección de Emilio García Wehbi) anticipó de alguna manera el viaje que luego debiste hacer para filmar Biutiful?

–Esa es una analogía muy linda (sonríe). Sophie Calle estaría encantada con eso, ella entiende e insiste en que la vida y el arte están siempre relacionados, en un juego continuo.

Te imagino escribiendo largas cartas y mails a Emilio.

–Sí, por un lado incrementó muchísimo nuestra relación epistolar: nos escribimos muchísimo, como nunca antes en los once años que estamos juntos. También nos reíamos y veíamos las analogías entre nuestra situación y aquella que ficcionalizábamos en Dolor exquisito, que a su vez también es una historia verídica que vivió Sophie Calle (se ríe). Creo que lo único que tenía prohibido Emilio era dejarme. Era lo único que no íbamos a permitir para que el proyecto no quede como un maleficio sino como una bendición en nuestras vidas.

¿Cannes era un lugar en tu mente donde soñabas estrenar la película?

–No, ni remotamente. Me alegra mucho que Alejandro haya decidido estrenarla en un marco como éste, un festival muy prestigioso. Es una película dura, difícil, una obra cruda y arriesgada. Cannes es un marco fantástico para esto, un lugar muy adecuado.

¿Esta vez viajás acompañada de Emilio?

–Sí (suspira). Claro que sí, necesito que me ayude, que me acompañe y me baje a tierra. Nadie es infalible de caer en el temor y la inseguridad. Todo lo que allí sucede aparentemente es muy conmovedor y es hermoso ir con alguien como él. Necesito que mi compañero esté allí conmigo. (Piensa) Tengo la fantasía de que allí todo está al servicio de “lo otro”, de aquello que está más allá y más lejos de uno: la fachada, las formalidades, el protocolo. ¡Es como ir a una cumbre de presidentes! (se ríe). Sólo que allí somos todos artistas, entonces me tiento y por momentos puede darme mucha risa.

Fuente: Página 12

La mujer prócer de la escena infantil

Actriz, directora y dramaturga, Perla Szuchmacher fue prócer del teatro para niños en México

Perla Szuchmacher comenzó con Ariel Bufano y Hugo Midón, además de trabajar en TV en el recordado Este es mi mundo

Por Juan Garff

La obra teatral de Perla Szuchmacher, la actriz y directora argentina fallecida esta semana en México, supo dirigirse al público infantil -y a los padres que lo suelen acompañar- con una feliz combinación de humor, sutileza y franqueza en el tratamiento de temáticas que muchos suponían vedadas para su representación frente a los niños.

Perla Szuchmacher tuvo buena cuna para las artes escénicas dedicadas a los chicos: después de una infancia de juegos teatrales, compartida con su hermano Rubén, en la que ofrecían abundante vestuario para la fantasía -los retazos de tela del taller de confección de sus padres-, estudió expresión corporal con Patricia Stokoe en la época dorada del Collegium Musicum, cuando se contaban entre sus pedagogos artistas de la talla de Violeta Gainza, Marga Grajer y María Teresa Corral. Y se formó como actriz en el Instituto de Teatro de la Universidad de Buenos Aires, dirigido -hasta La Noche de los Bastones Largos- por Oscar Fessler, de donde salió para formar parte del elenco de Los caprichos del invierno , en 1967, dirigida por Ariel Bufano.

Uno de sus compañeros de elenco en esa obra, también egresado del Instituto de Teatro de la UBA, fue Hugo Midón, quien la incluyó como actriz en su primer estreno, la mítica La vuelta manzana , en 1970. Pasó también por la televisión en la mejor compañía, como una de las animadoras, junto con la debutante Julieta Magaña, de Este es mi mundo , dirigida y producida por María Inés Andrés, entre 1974 y 1976.

El golpe militar significó el despido en el canal y poco después la salida del país, a México, con una valiosa experiencia a cuestas, pero sin la posibilidad inmediata de insertarla en una plaza que entonces tenía un escaso desarrollo en el teatro para chicos. Su primer abordaje fue la enseñanza de expresión corporal, recién en 1990 volvió plenamente al teatro, al formar con Larry Silberman, otro argentino radicado en México, el Grupo 55, al que se integró más tarde el escenógrafo Jorge Ferro.

Después de una etapa inicial de "importación" de textos teatrales de autores argentinos, como Manuel González Gil y Héctor Presa, comenzó a escribir sus propias obras, que tomaron desde el vamos un perfil de franqueza despojada de prejuicios para poner en escena los conflictos que viven los niños, tanto los propios de su edad como los que los afectan desde su entorno. El desempleo de los padres, los silencios incómodos que rodean algunas situaciones, las discriminaciones de género fueron algunas de las temáticas desplegadas por Perla Szuchmacher en una dramaturgia que alcanzó notable reconocimiento público en su patria adoptiva.

Recién en los últimos años, le llegó ese reconocimiento de su país de origen. En 2000, participó con Inútil presentarse sin cumplir los requisitos en el Festival del Mercosur en Córdoba y retornó a la Argentina en 2003 con una puesta en escena de Malas palabras para el primer Festival de Atina en Buenos Aires.

Esta visita sirvió ante todo para generar el encuentro con quienes habían seguido desarrollos similares en la Argentina y también en otras latitudes. A la par de la globalización del gran espectáculo, que sale en giras mundiales con shows multitudinarios y multimillonarios, se produjo una de directores y dramaturgos independientes que comenzaron a tejer una red internacional cada vez más consistente. Perla Szuchmacher fue parte de este movimiento, que tiene por otros interlocutores a la prestigiosa dramaturga Suzanne Lebeau, en Canadá; al director argentino Marcelo Díaz, primero en Alemania y en Suiza, y ahora en España; así como a la autora María Inés Falconi, en la Argentina, entre otros. Un ejemplo de esta interacción fructífera fue el taller sobre temas tabú en el teatro para niños dado por Szuchmacher en 2008 junto con el sueco Robert Sjöblom en Caracas para artistas teatrales de toda Iberoamérica, organizado desde Buenos Aires y financiado desde Escandinavia.

La premiada Malas palabras vivió así este año un reestreno de excelencia en Buenos Aires, dirigida por Héctor Presa. La obra toma una anécdota, la imposibilidad de sostener el secreto familiar en torno a la adopción de la hija a medida que ésta va creciendo, como marco para lanzar una hipótesis más general: las peores palabras son las que no se dicen, las silenciadas a partir del miedo. Perla Szuchmacher fue consecuente con esta concepción liberadora de la palabra.

Fuente: La Nación