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#FFdA nº4


Los meses pasan a un ritmo endiablado y sin darnos cuenta ya estamos otra vez enfrascados con la bendita excusa que l’amic Joanetnos brindó en su día para que abriéramos esos birrotes que aguardan demasiado tiempo en barbecho. Hablo, cómo no, del FFdA o Finde Fondo de Armario.

Para esta cuarta edición Joan nos instaba a hacer gala de un extra de exhibicionismo enseñando esos armarios en los que aguardan nuestras joyitas polvorientas y ansiosas por ser abiertas, pero en mi caso tengo que excusarme en que las circustancias vitales que hoy me ocupan no me permiten tener ni armario ni bodega ni nada que se le parezca para guardar las cervezas y en su lugar tengo varias cajas amontonadas cuya botella más vieja no lleva ahí ni 2 meses. Mi bodeguita, la que cuido con mucho mimo, mora unos seseinta y tantos kilómetros dirección sureste y quizás en otra ocasión os la enseñaré…


Dadas las excusas y explicada mi dualidad vital forzosa vamos con varias cervezuelas que aguardaban envejeciendo bajo los albores de la oscuridad y el polvo de esa bodega que os quedáis sin ver la foto, so cotillas ;).

La primera de ellas es una cerveza que he tenido guardada durante dos años, desde que la comprara en Vilanova durante la primera edición del Fes-t’hi. Se trata de la Popaire Tramuntana Cuvée y quizás os preguntéis por qué decidí tenerla tanto tiempo guardada. Pues las razones van desde el respeto que me infunde cualquier botella cuyo cuello está sellado con cera, a otras como el hecho de tener tanto alcohol (12%) y que pudiera necesitar un tiempo de reposo, o para no contaros tantas milongas, una cosa tan simple como que se me olvidó en el fondo del armario (literal). Pero este fin de semana pasado le llegó la hora, no sin algo de miedo por si tanta espera pudiera haberla estropeado, acompañando un libro frente a una buena lumbre tras una buena cena con la Reina Lúpula.


En cuanto a la cerveza, como decía, tenía mis dudas de si tanto tiempo podría haberla oxidado en exceso y nada más olerla resoplé aliviado porque los tiros no iban por ahí. Un torrente de recuerdos de uva moscatel, vino dulce pasificado, madera y ligeros recuerdos astringentes que recordaban también a un jerez y a un vermut blanco. Realmente muy pero que muy peculiar. En boca entraba con una textura untuosa que no empalagosa, sorprendentemente fresca, dulce pero también astringente, sin mucha carbonatación. Del alcohol ni rastro más allá de una ligerísima calidez muy bien integrada en el conjunto dominado por maltas acarameladas y con ligerísimos recuerdos a biscuit. Una auténtica gozada, como una especie de híbrido entre cerveza y vino dulce, con gran presencia de la madera y que para nada se encuentra mermada por los dos años de guarda, más bien diría lo contrario (no puedo comparar ya que en su momento no probé la versión más joven).

 A pesar de la fecha sinceramente
creo que aún tiene potencial y recorrido.

La segunda cerveza elegida también tenía su tiempo en botella ya que la compramos hace dos veranos en nuestra escapada por la Bretaña. Se trata de la Dieu Du Ciel Péché Mortel (“pecado mortal” en francés), aunque en este caso no la tenía precisamente olvidada dado que su etiqueta y las buenísimas críticas que atesora no son fáciles de ignorar. En copa es muy tentadora, con una espuma marronácea muy compacta y de burbuja minúscula, persistente y que corona un líquido negro completamente opaco. En nariz destacan muy por encima del resto los recuerdos a café en grano junto con algunos recuerdos vegetales y leñosos y también ligeramente a cacao. No es muy explosiva ni excesivamente compleja pero no por ello deja de ser realmente cautivadora. Ya en boca el café vuelve a ser el auténtico protagonista tanto en matices como en la sensación de amargor, aunque quizás en mi opinión lo mejor sea su enorme equilibrio y la textura sedosa, así como la facilidad para beberla. Para nada aparenta tener 9,5% de alcohol. Un copón realmente agradable de beber lejos de las I.stout que últimamente estamos acostumbrados a ver y en las que el lúpulo, el alcohol o los explosivos recuerdos a torrefactos inundan la boca.

Al rico capuchino...

Ya para finalizar, y para no romper la tónica, vamos con otra cerveza que aguardaba en lo más oscuro del armario desde 2011, la Mikkeller Mielcke & Hurtigkarl, una strong ale belga envejecida durante 6 meses en barricas que en su día contuvieron Château d’Yquem, un reputado vino blanco dulce que queda dentro de la denominación Sauternes, vinos que personalmente me tienen robado el corazón.

Etiquetón de Margrethe Odgaard.

En aspecto presenta un bonito color anaranjado turbio sin depósitos, coronado por una espuma blanquecina, aparentemente frágil pero persistente. En nariz destacan los recuerdos al citado vino dulce, con mucha fruta, membrillo, albaricoque y orejones, una ligera acidez de fondo que recuerda a uva, además de miel. También de fondo se perciben los recuerdos a madera. En boca es una auténtica gozada para los sentidos, otra vez la fruta como gran protagonista, níspero, albaricoque y orejones, todo cortado por un punto astringente que recuerda a algún hidromiel y también un punto ácido pero bien compensado. Sin duda y si no fuera por la carbonatación viva (pero no molesta) no sabría decir si estoy ante una cerveza o un vino dulce turbio. También aparecen recuerdos a alcohol, aunque nada desagradables y bien compensados por la citada fruta y dulzor. Elaboración realmente muy peculiar que al igual que la Popaire estrecha vínculos entre dos mundos que amo, el de la cerveza y el del vino.


Y así doy por cerrado mi FFdA particular, más “añejo” que ninguna edición anterior y en el que quisiera terminar dando mis ánimos al buen amigo Txema: junts podrem amb aquesta escòria, no ho dubtes, amic!

P.D. Para que Birraire no me eche la bronca por no cumplir con lo de enseñar el mobiliario, y también para daros envidia a todos los urbanitas que podáis leer el blog, aquí va la Popaire junto a mi querida lumbre, que tantos momentos de placer me suele proporcionar durante estos meses fríos.



FFdA #3.



El tiempo pasa volando y seis meses después nos volvemos a reunir para celebrar una nueva edición del evento más patillero de la blogosfera y del mundillo cervecero digital en general. Hablo del FFdA (Finde Fondo de Armario), un evento que nació hace ya un año gracias a l’amic Birraire y con cuyas siglas estamos llamados a abrir nuestros armarios cerveceros, inspeccionar bien el fondo, desempolvar, poner a enfriar y finalmente disfrutar de aquellas botellas a las que no les encontrábamos el momento pese a que nos moríamos de ganas por probarlas.

En nuestro caso, y para esta tercera edición, hemos elegido cuatro botellas con diferentes anécdotas y recuerdos personales asociados, de ahí que se encontraran en lo más hondo del armario acumulando polvo.


La primera de ellas es una maravillosa sorpresa que nos encontramos el pasado verano en nuestra escapada por tierras bretonas, el único puente que hasta el momento he podido trazar entre algunas micros canadienses y Europa. Elaborada por la reputada microcervecera Dieu Du Ciel!, cuyas etiquetas admiro profundamente, se trata de una stout elaborada con cacao y vainilla llamada ocurrentemente Aphrodisiaque, una elaboración que atesora no pocas críticas positivas. Si es la candidata ideal para este FFdA es precisamente porque durante casi un año no había encontrado el momento de abrirla intuyendo que pudiera ser una delicia y probablemente no pudiera volver a probarla.


Pero dejando los condicionales a un lado, este pasado viernes le llegó la hora y sin duda cumplió con lo esperado. Presencia inmejorable con un color negro opaco y una espuma marronácea compacta y de buena retención, muy atractiva en nariz por las esperables notas a cacao, algo de café y vainilla, y sorprendentemente fácil de beber en boca, con la carbonatación muy bien integrada contribuyendo a la sedosidad de la textura, rebosantes notas nuevamente a cacao y en segundo lugar café, vainilla y algo de regaliz negro. Final ligeramente amargo pero nada estridente. Un maravilloso ejercicio de equilibrio y complejidad pese a tener nada más 6,5º de alcohol.


En cuanto a la segunda, la Haandbryggeriet Norwegian Wood, es una cerveza que ansiaba probar desde antes siquiera de empezar a escribir este blog gracias a alguien que también me provocó el mismo deseo por las cervezas ahumadas de Bamberg, y no es otro que Max, el filósofo cervecero argentino. Se trata pues de una cerveza ahumada pero basada en una receta tradicional en la que el malteado se hace a fuego vivo y se le añaden bayas de enebro. Todo esto sumado a que actualmente soy un amante confeso de las rauch y también de todo lo que hacen estos noruegos de “la mano”, y que además se llama igual que una de mis canciones favoritas del famoso cuarteto de Liverpool, me generaba admiración al tiempo que respeto y temor por si tanta aura se convertía en uno de esos temidos chascos en copa. Pero seis o siete meses aguardando en la despensa eran ya más que suficientes así que en este FFdA decidí abrirla.


Nuevamente nos encontramos con un aspecto muy sugerente, en este caso un bonito color ambarino oscuro con ribetes anaranjados, ligerísima turbidez y espuma beige que no tarda en bajar hasta formar un fino anillo. En nariz predomina el carácter de la madera y el ahumado queda reducido a un agradable recuerdo a panceta, nada agresivo, acompañado también por notas a regaliz y caramelo. En boca entra muy fácil, con una carbonatación viva, que no molesta, que ayuda a cortar el ligero dulzor del trago, en el que destacan más las notas a carne ahumada y ligeramente a humo también, caramelo y regaliz, también frutos secos como la nuez, algunos recuerdos cítricos y también como medicinales, como regaliz mentolada, que contribuyen a un final fresco y amaderado. No sé hasta qué punto el tiempo habrá influido en la intensidad del ahumado, pero sin duda se trata de una cerveza muy equilibrada, curiosa por el toque que le aportan las bayas de enebro, y muy compleja. Una auténtica delicia.


La tercera en desfilar es una edición especial de una cerveza belga, la Hommelbier, que me enamoró perdidamente hace unos cuantos años y que tiene mucho que ver en el nombre de este blog. Hablo de HommelbierHarvest 2012, una tirada limitada de 9000 litros elaborada en plena temporada de cosecha de lúpulo, allá por el mes de septiembre, cuando los conos frescos de Poperinge, la cuna del lúpulo belga, están en su punto álgido. Si ya de por si y sin ninguna otra añadidura esta botellita nos hubiera dado un placer enorme, poder recordar con cada sorbo nuestro último viaje a Bélgica, esa noche fresca de septiembre cenando en Watou con lúpulos recién recolectados colgando de los techos de madera de muchas cervecerías y restaurantes, oler el perfume de sus campos de lúpulo o caminar por esas calles adoquinadas de Poperinge viendo esas insignias metálicas con forma de lúpulo incrustadas en ellas… Creo que os podéis llegar a hacer una idea de por qué cada sorbo de esta joyita fue casi místico.


En copa presenta un bonito color anaranjado muy vivo, con la esperable turbidez de las cervezas belgas, y una abundante espuma blanquecina con buena retención. En nariz destaca lógicamente un sugerente lúpulo, en este caso herbal y cítrico, y más de fondo algo de pan, recuerdos florales y fruta como albaricoque, piel de naranja y un punto a miel. En boca entra muy fresca, nuevamente hacen aparición los ya citados recuerdos aportados por el lúpulo y la levadura, acompañados en este caso por un contrapunto ligeramente especiado, y también algo leñoso, muy agradables. Cuerpo medio y carbonatación viva pero no molesta. Una muy buena cerveza que fusiona la nueva y la vieja escuela en una misma botella.


Y como colofón, una de esas Imperial Stout que se ajustan bien al calificativo de FFdA aunque en este caso fuera otro quien le diera todo el barbecho que lleva detrás. Se trata de una versión de la prolífica De Molen holandesa, concretamente una Hemel & Aarde envejecida en barricas de whisky escocés Bruichladdich ni más ni menos que del ¡año 1972! Solo de pensar que por esas alturas aún faltaban unos cuantos años para yo que asomara la cabeza por este mundo… En fin, una de esas botellas con las que a uno se iluminan los ojos solo de verla, con el cuello envuelto en cera negra para preservar el contenido, elaborada en enero de 2009 con malta peated de la destilería Bruichladdich y envejecida en las citadas barricas antes de ser embotellada en octubre de ese mismo año y desde entonces hasta el pasado fin de semana (unos largos 3 años y 8 meses) ha estado aguardando su momento. Lo peor, que solo contuviera 18cl… pero aún así igualmente se me erizó el vello solo de abrirla, no os digo más.


En aspecto además del profundo color negro que ya anticipa la etiqueta, sorprende que se forme y se mantenga esa espuma marronácea con mayor fuerza de lo esperado. En aroma destacan las notas derivadas a su paso por barrica de whisky, mucha turba, ligero ahumado, licor, uvas pasas y ciruelas, algo de café en el fondo y un contrapunto de vainilla. Maravillosa. En boca entra menos amarga de lo esperado, con una textura sedosa y elevada calidez sin desmadrarse. Aparecen las citadas notas a turba, madera, algo de tabaco también, ligero caramelo y regaliz y caramelo quemado. Lo mejor de todo es que toda esta complejidad se encuentra formando una sinergia y un equilibrio asombroso. Sin duda hacía mucho que no tomaba una I.stout con paso por barrica de este calibre. Una verdadera delicia.


Y así, regodeándonos entre recuerdos, melancolías y una torrefacta oscuridad, y agradeciendo nuevamente a Joan esa bien hallada excusa llamada FFdA, cerramos el pasado fin de semana. Ahora, a esperar otros 6 meses aunque ahora que lo pienso, por el medio habrá un par de eventos más, y sobre uno de los cuales espero hablaros dentro de muy poco;)

#FFdA nº2. Segundas partes sí fueron buenas.



Sorprendentemente ya han pasado 6 meses desde que el amigo Birraire nos embaucara a unos cuantos con el primer FFdA, o lo que es lo mismo, el Finde Fondo de Armario, y por tanto ha llegado la hora de repetir. Con esta divertida excusa, supuestamente debíamos desempolvar cervezas que tuviéramos guardadas un tiempo en barbecho, algunas porque simplemente no les encontrábamos el momento y/o por puro respeto, otras porque eran especiales por cualquier razón. Y nuestras cuatro elegidas (dos belgas, una inglesa y una yanquie) cumplen almenos una de las dos premisas.

Antes de empezar con el festejo quisiera comentar una impresión previa. Y es que aunque por un lado éste post me hace ilusión (como cualquier otra excusa en la que el objetivo sea compartir cervezas con otra gente), al mismo tiempo he de reconocer que tengo la impresión (ojalá me equivoque) de que una propuesta tan divertida y curiosa puede terminar siendo una competición en plan “a ver quien la tiene más larga”. No se si me explico. Para mí la genial idea de Joan parte de compartir, de tener algún pretexto para abrir esas joyas a las que no le terminamos de ver el momento, y no de comprar y buscar desesperadamente cervezas expresamente para éste post y mostrar cuan guay soy por lo que he conseguido y competir con los demás. No considero que el mundo de los bloggers cerveceros sea precisamente un grupillo de snobs voyeuristas, al menos con los que he tenido más trato, y sin ningún tipo de dudas si percibiera un ápice de esa sensación bajo ningún concepto querría formar parte de ésta propuesta. Dicho lo cual, ¡vamos con la orgía!


Para empezar no podía hacerlo de otro modo que con una espontánea, un auténtico clásico moderno como solía calificar el gran Beer Hunter a este tipo de elaboraciones. Si todavía hay quien cree en las mejores bondades del vino respecto a la cerveza o viceversa, Cantillon Saint Lamvinus es la confirmación de que no hay porqué dejar ninguna de las dos opciones de lado. Está elaborada introduciendo uvas Merlot y Cabernet Franc en barricas Burdeos que contienen cerveza lámbic de 2 y 3 años.


En copa presenta un precioso color rubí con una fina capa de espuma blanquecina que sorprendentemente resiste con más brio del imaginado para lo que suele ser habitual de estas cervezas. En nariz se muestra muy frutal, con frambuesa, grosella, recuerdos cítricos, piel de cereza y uva tinta. Espectacular. En boca entra con una carbonatación muy ajustada, nuevamente aparece la explosión de frutas mencionada, y como no podía faltar, una marcada acidez y astringencia elevada, que no molesta, dejando un final seco muy largo. Compleja como ella sola, para disfrutar lentamente hasta entrar casi en extasis. Una auténtica gozada que cumplió, y con creces, las expectativas creadas. Otra magistral demostración de Cantillon y su bien merecida fama.


Tras una elaboración belga y teniendo tantísimas opciones más dónde elegir, lanzarse a por una flamenca sólo podía tener una buena excusa detrás. Y la hay. Hace un tiempo, leyendo un libro del gran Michael Jackson (el cervecero…), mis ojos quedaron profundamente prendados con ésta elaboración. Hace algo más de un año, en el viaje que hicimos por Bélgica, nos la encontramos en varias tiendas pero para evitar posibles roturas en el avión no nos atrevimos a comprarla. Cual fue nuestra sorpresa cuando hace unos meses la vimos en una tienda online, por lo que no dudamos un segundo en comprarla. Hablo de Malheur Bière Brut, una cervezaen botella de 75cl. con una presentación impecable. Pero es que servida en copa no se queda atrás, con un color dorado ligeramente anaranjado, turbidez elevada y una espuma blanca cremosa y de buena retención.


En nariz entra como tantas otras belgian strong ales, con bastante azúcar candy y bizcocho, pero además encontramos un agradable toque a confitura de limón, membrillo, mermelada de albaricoque, y sorprendentemente, sin que los imponentes 12% de alcohol hagan acto de presencia. Es en boca donde todo ese gozo se ve rápidamente desbordado por una elevada carbonatación y cuerpo, una agradable textura cremosa, nuevamente bizcocho, naranja y limón, junto con un punto especiado y recuerdos a vainilla y plátano, dejando una sensación final un tanto amarga y ligeramente astringente. En conclusión, una cerveza muy sugerente, terriblemente seductora y que tiempo atrás no hubiera dudado en considerar excelente pero que ahora, con el paladar buscando menos voluptuosidad y desmadre, me pareció un punto subida de alcohol y carbonatación.


Si las belgas fueron las primeras cervezas de las que me enamoré, como sabéis, las inglesas son las que ahora me tienen robado el corazón. Al igual que la primera elección, tampoco era muy complicado adivinar que caería alguna británica en este post (en el fondo soy muy predecible, lo reconozco...). La elegida fue una Fuller’s Reserve nº3 Oak Aged, una strong ale envejecida en barricas de whisky Auchentoshan (destilería escocesa productora de Single Malt), un regalazo que hace unos cuantos meses nos hizo el buen amigo Manolo.


La presentación, nuevamente inmejorable, tanto por fuera (iba muy mona dentro de su cajita de cartón), como en copa. Precioso color cobre (que en la foto no termina de salir muy bien), espuma aparentemente suntuosa que va bajando hasta desaparecer sin dejar rastro alguno en las paredes. En nariz es muy compleja, madera, algo de resina, mucho recuerdo a whisky con un punto cítrico, y al tomar temperatura aparece también algo de turba y tabaco, muy sutiles. En boca entra mucho más potente que en nariz, maltosa, algo de miel y lógicos recuerdos avainillados, frutos secos y un punto ácido que recuerda a fruta tropical. Agradable textura sedosa y alcohol pronunciado, quedando una sensación muy marcada a whisky, sobretodo hacia el final del trago. Una verdadera joya, aunque reconozco que la esperaba sin tanto protagonismo del destilado en el sabor, pero aún así nos gustó mucho.


Y para cerrar el FFdA la elegida fue la californiana Stone Oaked Arrogant Bastard, la versión envejecida (aunque con chips en lugar de barricas como el caso anterior) de la sobradamente conocida Arrogant Bastard. ¿Por qué ésta elección? Muy fácil. Teníamos guardada esta cerveza algo más de un año, desde que la compráramos en mano a Gabriel (Zombier), cuando ni tan solo había empezado a funcionar su tienda online. Una mirada cómplice suya nos hizo saber que varias joyas de ésta cervecera de la que tanto había hablado en su extinto blog aguardaban dentro de las cajas amontonadas en aquella tienda física aún en pañales. Es por eso que es muy especial para mí, porque además de poder probar una cerveza de reconocida fama, me recuerda a los inicios de la tienda y al amigo que hay detrás.


En cuanto a la cerveza, si su hermana sin añejar nos pareció una barbaridad (me atrevería incluso a decir que es una de las mejores cervezas estadounidenses que he probado), ésta no se queda atrás. Ofrece un color granate profundo, de mediana opacidad, coronado por una espuma densa y cremosa de color beige. En nariz es una explosión en la que destaca por encima de todo el lúpulo resinoso y con recuerdos a pino, sobre una base acaramelada y más de fondo notas terrosas y amaderadas. Muy atractiva. En boca, más de lo mismo. Textura untuosa, con un marcado carácter lupulado resinoso y leñoso, aportando una marcada sensación amarga y duradera. ¿Y dónde está la maestría? En lo bien que está compensada. El toque a madera suma complejidad pero para nada queda una sensación cansina ni empalagosa. Una cerveza potente pero mucho mejor terminada que su hermana pequeña, bastante más redonda y equilibrada, dentro de lo que una cerveza salvajemente lupulada podría serlo. Deliciosa.


Y así terminamos nuestro particular FFdA, con sensaciones muy positivas, deseando ver qué cervezas comparten el resto de camaradas virtuales y sobretodo esperando a leer el estupendo resumen que sin ningún tipo de dudas seguro nos brindará Joan. ¡Gràcies per l’excusa, company y hasta la próxima!